ACCIDENTE
La montaña a mi derecha es una pared vertical. Los carteles indican: Curva peligrosa. No toque bocina zona de derrumbe. A la izquierda se extiende el paisaje infinito de monótona belleza, más allá el precipicio.
Veo la trompa del camión asomarse en la curva, casi en el mismo momento una piedra enorme cae entre los dos vehículos, ruido, tierra y oscuridad; casi en la inconciencia siento el sabor de la sangre, después nuevamente la oscuridad, pero más densa y el silencio.
Escucho la sirena y veo muy cerca de mi cara alguien que atiende la herida en mi cabeza y otra persona empeñada en mantener quieto el frasco del suero. Se miran y mueven sus cabezas negando.
Ahora los veo desde un plano superior, revisan mis documentos, después llaman a la central, comunican el tiempo de arribo y les informan que la víctima es donante, que tengan todo preparado.
No estoy contento de mi muerte, pero sí de haber elegido ser donante, pienso que mi vida se prolonga a partir de este momento en otro ser, estoy orgulloso, recuerdo cuando me preguntaron; en ese momento dudé…para contestar “si”, quedó registrado, ahora veo la vida en otro cuerpo. Bueno aun no, debo esperar, pero desde ahora sigo mi cuerpo vacío. Es una aventura, no quiero perder un solo detalle.
Los médicos son como dioses, miro sus manos, delicadas, suaves, tratan mi corazón como si fuera una rosa, lo cuidan, lo miman. Si son dioses se aprestan a gestar la vida, veo los protocolos, caminan, conversan, gesticulan, esperan, meditan, cambian opiniones.
En otro cuarto duerme el futuro dueño de mi corazón. ¿Qué piensa? ¿Cómo será su vida? ¿Pensará en su donante? ¿Me buscará? ¿Estará agradecido? ¿Seré consiente? ¿Veré por sus ojos?...
Está dormido, tiene el pecho abierto, es una cuna esperando, una máscara cubre su rostro, respira tranquilo.
Diligentes los médicos trabajan en silencio, son un equipo perfecto, recorro cada uno de los rincones del quirófano, miro el monitor, no sé si es curiosidad o angustia lo que me anima a estar cerca del cuerpo que va a contener con vida mi corazón.
Están cosiendo la herida, pienso que es un camino a la vida. Le quitan la máscara que lo ayuda a respirar, están atentos a los instrumentos, están ansiosos, son los pasos finales…El horror me sacude, no, no lo puedo creer, grito, grito con desesperación, Ariiieeeell, no, Ariiieeell…me tiro sobre los médicos, nadie me escucha, nadie me ve, paso a través de sus cuerpos, intento arrancar los cables, no tengo materia, soy espíritu
insustancial, me retuerzo en el suelo, siento ganas de vomitar, de destruir todo, esto es el infierno, si estoy en el infierno, nunca me sentí peor en ningún momento de mi vida. ¿Por qué? Me pregunto ¿Por qué me corresponde el infierno? Mi vida fue ejemplar, ame a mis pares a mis hijos, a mi familia, fui correcto, ver ahora mi corazón asistiendo a esa inmundicia, es un castigo, es la peor forma de castigo que yo podría tener, no creo en la injusticia de Dios, pero esto para mi es el verdadero infierno y nada puedo hacer.
Estoy vagando por las calles, desconcertado, sufriendo, preguntándome. Recorro todos los caminos desde mi infancia, buscando la razón, no la encuentro, llego a mi casa, mis hijos y mi esposa están dolidos, ellos sufren por mi muerte, ruego que nunca sepan de mi sufrimiento, recorro el barrio, veo a mis amigos, sus gestos, los escucho, sus palabras me dan la razón, no debiera haber lugar en mi muerte para el infierno de mi alma. Digo una estupidez y me rio…no es vida la muerte.
Regreso al quirófano, me acerco al rostro de Ariel, trato de tocarlo, pero es en vano, soy inmaterial, miro y trato de tirar de los cables que lo atan a la vida, estoy solo. Oigo pasos, entran dos médicos y tres enfermeras, lo controlan, sonríen, para ellos triunfó la ciencia, su habilidad y la vida. No saben de mí, mi gesto de donante ya es recuerdo.
Me quedo junto a la cama de Ariel, Han pasado cinco días, ya no está en terapia intensiva, ve, comienza a alimentarse, recibe visitas, se ríe.
Hoy se levantó por un corto tiempo, lo pasearon en una silla de ruedas, lo sigo a todas partes, cada día sufro más, no lo quiero dejar.
Es de noche, cuando los espíritus se despiertan según dicen los cuentos. Me acerco a su cara, lo miro, le hablo, no me escucha ni me ve. Regreso cada noche, tengo mucho tiempo, pero sufro, sufro y sufro.
Mañana le darán el alta, es la última noche, grito, Ariel, Ariel, no me escucha, pero no duerme, son las tres, las cinco de la mañana, no lo dejo. Me acerco, lo miro le grito…lo veo molesto, se inquieta, de pronto sus ojos se agrandan, se agita, su pulsación se altera y casi en un susurro pronuncia mi nombre, me vio, me reconoció…Llegan los médicos...
A la mañana siguiente, entendí mi pecado, el único, en el último momento. Pecado en el portal del cielo. Pecado de soberbia. Negué la vida a mi enemigo.
Fui al quirófano, miré el rostro pálido de Ariel, no intente arrancar cables, ni me atacó la locura, simplemente sonreí y se quedó solo...
Ariel está reunido con su esposa, sus hijos sus amigos, está feliz…grito Ariel y salto por sobre la mesa…se desespera, se lleva las manos al pecho, no puede respirar, la ambulancia, los médicos…el alta. Esta historia se repite siempre que Ariel quiere ser feliz, siempre que lo intenta estoy ahí. Triunfa y sus triunfos son derrotas, siempre lo ataco, siempre se desespera, no puede soportar que mi corazón lo asista, me verá reír, reír y reír.
Lo regresan, los médicos no entienden, todo es normal, todo está bien, no hay rechazo, pero el enfermo no se recupera, siempre regresan esas crisis. Un psicólogo finalmente diagnostica: Rechazo emocional, un nuevo camino para la ciencia.
Ariel ya no me interesa, el infierno no me sienta tan mal, o no sé si es el infierno o estoy en el purgatorio, de cualquier forma no me importa vivir toda la muerte en el infierno; pero quiero que los vivos y sobre todo Ariel, sepan que los hijos de puta serán hijos de puta aun después de la muerte, a pesar que los vivos digan…era una buena persona.
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