Aquel mediodía Brígida llegó a su casa hecha un mar de lágrimas, su esposo canturreaba feliz mientras hacia las maletas, se preocupó al contemplar la imagen de dolorosa que ofrecía su mujer, alarmado se acercó a ella y la estrecho contra su pecho, intentaba descubrir del motivo de la tragedia pero los sollozos hacían imposible mantener una conversación.
Una hora más tarde Lloraban a dúo, las vacaciones que la pareja había preparado concienzudamente se habían ido al traste, la empresa en la que Brígida trabajaba canceló el permiso segundos antes de entrar en vigor.
Una vez asumido “el mazazo” Ernesto hizo una solemne declaración de intenciones, -“Yo estoy de vacaciones, no pienso dar golpe, no pretendas convencerme para que realice trabajitos en casa, haga recados ni nada que se le parezca”, ella se sentía tan culpable que asumió sin rechistar.
Como “las desgracias” nunca vienen solas, se originó una avería en la cocina, un atasco de proporciones incalculables que hacía imposible la utilización del fregadero, llamaron a un fontanero pero en esa época del año la mayoría estaba de vacaciones y los que estaban en activo tenían mucho trabajo y no podían aventurar una fecha, ella miraba con ojos de mártir a su esposo, rogaba, suplicaba, hacia promesas imposibles de cumplir… y siempre recibía la misma respuesta –“Estoy de vacaciones”.
Brígida entro en su casa, la jornada laboral había sido agotadora y la idea de enfrentarse un día más a la avería la mortificaba, pasó por la cocina y le dio un vuelco el corazón allí estaba él, de rodillas, con la mitad del cuerpo introducida dentro del mueble que soportaba una gruesa encimera de mármol negro y el fregadero en cuestión, la visión del trasero del hombre que se le ofrecía tan generosamente, la hizo enervarse, sigilosamente se desprendió de la blusa se quitó la falda y en un gesto lujurioso se pasó la lengua por los labios, se soltó el pelo y agito brevemente su rubia y sedosa melena con pasos calculadamente felinos, se acercó a la parte accesible y prominente del hombre y le propino una sonora palmada al mismo tiempo que subía a la “grupa” al grito de ¡!JIA CABALLO!!…menos mal que en ese momento entró Ernesto en la cocina y pudo auxiliar al pobre fontanero que sangraba copiosamente por una profunda brecha en la cabeza, ante una alucinada Brígida en sujetador y braga.
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