Recordó que le había dicho muchas veces, de diferentes maneras, que la amaba. Ella siempre se mostraba esquiva y le contestaba con evasivas. Su mirada distante y otros detalles le confirmaron lo que hace tiempo sospechaba. Había otro, otro al que ella amaba. Intento atraerla con regalos y mimos, pero era inútil. Es doloroso darse cuenta que podía disfrutar su cuerpo las veces que quisiera, pero que era imposible poseer su corazón y su amor. Lo peor de todo es que no podía arrancársela de la cabeza. Cada día era mayor la tortura, cuanto más la amaba, ella se mostraba más indiferente. Busco consejeras, pitonisas, adivinas y todo tipo de personas que lo pudieran ayudar pero era inútil. Cada día era más esclavo de esa mujer. Un día fue donde una mujer que le aconsejaron que lo podía ayudar. Ni bien lo vio llegar, se dio cuenta de su estado. No le hizo mayor comentario. Solo le pidió que se recostara en un diván que había en su consultorio. Luego le coloco diversas piedras de cuarzo en diferentes partes de su cuerpo. Le dijo simplemente que se relajara y nada más. Lo dejo solo en la habitación casi en penumbras. No recordó cuanto tiempo estuvo allí, minutos u horas. Pero cuando por fin ella le pidió que se levantara. Sintió un alivio inmenso, es como si hubiese vuelto a nacer. Y lo más extraño de todo es que no recordaba porque había acudido a ese lugar.