La habilidad del poeta estriba
en un malabar de palabras,
en una suerte de versos-dados
lanzados al tuntún en su plato llano
donde las criba de sustancias.

Concibe el vocablo y el tempo
al vuelo,
como el gato intuye la rata
o el invierno presiente la nieve;
Se apodera de un papel del cielo
y le recorta minúsculas estrellas
con sus dedos-tijera, que luego pega
en su página cuando llueve.

Fantasea el poeta con arboledas andantes
y carreteras sanguíneas animadas,
describe ojos-noche y distancias parlantes,
nocturnografías de realidades veladas;

Y se inventa palabras que no tiene,
las mima, las cría, las eleva
y disfrazadas las libera,
porque el poeta, de tanto que las quiere,
nunca se las queda.