El color del cristal
Jorge Cortés
Los mierdas.
-Mira Güilbur, ¿así, o mas chida...?
-Ya estuvo...ya se chingó el ñor.
El Piola se acercó al sujeto que bajaba de su vehículo y se dirigía a la portezuela trasera, quizá para bajar algo. El Piola llevaba la mano derecha haciendo un bulto debajo del suéter, a la altura de la hebilla del cinturón.
-Dame las llaves!
-¿Qué?...
-Que me des las llaves hijo de tu puta madre!!!
-Ah chingá!... no te doy ni madres-. Contestó el hombre, como adivinando la inexistencia de un arma en la mano del hampón, reculó ligeramente esperando el próximo movimiento del agresor.
-Sácale el cuete! Gritó el Piola al Güilbur, quien aparecía a espaldas de un desconcertado tipo que no alcanzó a ver mas que una mano sosteniendo una escuadra dirigida hacia su cabeza. Con el rostro desdibujado arrojó la llave al suelo, entre los dos muchachos, y gritando: “ ya llévatela, ya llévatela” comenzó a alejarse sin voltear a ver a sus asaltantes.
El Güilbur, apuntó a la espalda del hombre, quien apresurado se mezclaba con una familia que caminaba por esa acera, le pareció extraño ver a otro tipo que gritaba algo mientras corría despavorido alejándose y dejaba a su chava sentada en la banqueta petrificada por el terror. Sonriendo hizo la mímica de soltar un disparo, sopló clintiswoodianamente hacia el cañón, guardó la pistola en la cintura, y mientras el Piola gritaba eufórico, abordó la negra camioneta y entre los sonidos del disco que había dejado a media canción el ex –dueño, se alejaron con excitación.
La víctima.
-Que te ayude Lupita a bajar los hielos, voy a ir a lavar la camioneta que está cerdísima.
-Ok. mi amor, no te tardes, que ya han de ir a llegar.
Año con año celebraban en su casa la comida de Navidad o el “recalentado” con la familia y amistades de su desaparecida suegra, habían heredado esa costumbre, y ese 25 de diciembre todo estaba casi listo para recibir a los invitados.
A su regreso, con la camioneta reluciente, notó que las visitas ya habían llegado, la entrada al garaje estaba bloqueada por un auto desconocido.
-¿ De quien será ese Mondeo?- pensó , mientras se detenía frente al ventanal de la casa con la esperanza de ser visto y que salieran a mover el coche. Pero pasó un ratito y no quiso ser inoportuno. “ La dejo en la calle”, pensó, y viendo por el retrovisor un lugar en la esquina, decidió echarse en reversa para ocuparlo.
Mientras se estacionaba, vio a un hombre que gritaba a una mujer, que lloriqueaba sentada en la banqueta, los hombres cruzaron miradas, y notó que el tipo estaba realmente contrariado. Desde ese momento hizo consciente que no intervendría en la discusión de la pareja. Bajó de la camioneta y se dirigió a la parte trasera, para bajar la bolsa en la que había metido todo lo que traía regado antes del lavado.
Un muchachillo se le acercó:
- Dame las llaves!...
- ¿Qué dices?...
- Que me des las llaves hijo de la chingada!!!
- ¿Por qué te voy a dar las llaves?, dijo, haciéndose un poco para atrás, decidido a defender su propiedad ante el esmirriado chamaco.
- Sácale el cuete!! Dijo el muchacho a alguien que se encontraba a sus espaldas.
Al ver la pistola, se le acabó la valentía, lanzó las llaves al piso, un par de metros adelante, mientras exclamaba:
- Ya llévatela, ya llévatela.!!!
Caminó en dirección a su casa, emparejando a una familia que caminaba por ahí, solo escuchó a la señora decir: “Son unos rateros, agáchense que traen pistola”. Al tiempo que vio correr al sujeto que discutía con la chica, gritando mientras se alejaba:
- Por favor, Liliana!!!, por favor!!!
Cuando llegó a la reja de su casa, volteó hacia la esquina, viendo como su preciada camioneta se alejaba a toda velocidad.
La familia
- Por aquí es bien bonito, es bien tranquilo, pero sí esta medio lejos del transporte...- Decía Leonardo a su mujer, mientras doblaban la esquina, en dirección a la miscelánea del güero, primo de Leonardo y con quien comerían esa tarde.
Pasaban junto a unos muchachos que parecían platicar animadamente, luego saludaron con un “buenas tardes” al muchacho que platicaba con la muchacha en la banqueta, cuando escucharon:
- Ya llévatela!!!, ya llévatela.
El grito hizo que voltearan y vieran a uno de los muchachos apuntando una pistola en dirección suya, Reina solo agachó la cabeza, apresuró el paso y dijo:
- Son unos rateros, agáchense que traen una pistola.
Cubriendo a sus hijos, aceleraron el paso, y mientras los emparejaba el recien asaltado, veían como el joven que platicaba con su novia salía corriendo a toda velocidad, mientras gritaba: "
-"por favor, Liliana, por favooor!!!!!"
La pareja.
- Carajo, pinche Liliana, no me hagas otra escenita, vámonos para la casa, chingado!!!
- Déjame sola! Ramón...no me puedes entender??? Ya no te quiero, ya no te creo ni madres, ya- me-tie-nes-har-ta!!!!!
- Mira pendeja: tienes unos hijos y yo soy su papá, así que no te vas a librar de mi tan fácil, ¿me entiendes?. Y si no me crees, me vale madres, ahora vámonos a la casa si no quieres que aquí mismo te agarre a chingadazos.
- Ay, si muy macho!!!, pégame pues, animal... ándale, pégame!, luego ahí andas de nenita cuando se entera mi hermano, pégame maldito maricón.
La camioneta negra se estacionó lentamente, El hombre miró a los ojos de Ramón, quien sostuvo por unos segundos la mirada.
- ya vámonos, ¿si? Deja de hacer pinches osos- dijo con voz sosegada a Liliana que sollozaba discretamente sentada en la banqueta.
El hombre se dirigió a la parte trasera de la camioneta donde parecía ponerse de acuerdo con otro sujeto, de pronto llegó un tercero, Ramón escuchó como uno de los tipos que iban a recatar a su mujer gritaba:
-Ya llévatela, ya llévatela- y caminaba en dirección a ellos, mientras que otro de los sujetos apuntaba un arma hacia él y el tercero subía a la camioneta.
“Puta madre!, me van a matar.!!!-pensó-, mientras comenzaba la carrera más rápida que había corrido desde que tenía 17 años.
- Por favor, Liliana, por favor!!!- gritaba desesperado mientras se alejaba calle arriba con la absoluta convicción de que iban por él.
Ramón llegó a la esquina y vio alejarse la camioneta en que supuestamente habían ido a rescatar a su esposa, pero ahí estaba Liliana, en la misma posición en que la había dejado, lloraba ahora abiertamente. Desconcertado y manso, regresó a donde se encontraba.
- ¿Qué pasó, eh?
Liliana por toda respuesta lo sujetó del cabello, le propinó un derechazo en la mejilla con todo lo que tenía en su brazo derecho, y al soltarle el cabello recorrió las uñas marcando el cuello de Ramón, mientras le repetía:
- Eres un maldito perro maricón!!!!!
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