En un humilde cuaderno escolar rayado, muy simple había volcado su corazón. Canciones de amor, de tristeza y desamor que sus cortos 23 años le habían ido dictando. Hablaban de su búsqueda de amor, del cariño a una madre que no conoció bien pues la abandono a los cuatro años. Llenas de poesía y melancólica tristeza que una vida tan difícil, la habían hecho madurar tan rápido. Con una hija de 5 años a cuestas, sin la ayuda de su pareja que también la abandono. Con la ayuda casi nula de un padre indiferente. Su extraordinaria belleza y su gran necesidad hicieron que muchas “amigas” la tentaran con prostituirse, nunca lo hizo. Prefirió pequeños trabajos, cachuelos para seguir adelante. Pero siempre se refugiaba en su pequeño cuaderno y allí volcaba todo lo que sentía. Una vez me contó que había usado unos versos de un poema que le regale: “Si tú no existieras/Tendría que inventarte/No soportaría un mundo sin ti”. Me sentí muy halagado por ese gesto. Escuche varias veces algunos demos que consiguió grabar. Poseía una voz tierna y sensual. Pero había en ella un lejano eco de tristeza, como la voz del “gorrión de París”. Tenía un gran potencial. Componía y cantaba unas canciones que tocaban el corazón.
Lo último que supe de ella, es que se volvió a enamorar de un bello mancebo, menor que ella. Tuvo un hijo con él y poco después también la abandono. Parece que se le hizo imposible llevar a cabo sus sueños de cantante. No pierdo la esperanza de que alguna vez, en el momento menos esperado, pueda escuchar de nuevo su bella y melancólica voz. Entonces sabré que por fin aquel bello gorrión pudo desplegar sus alas y volar muy alto.