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Todos hacíamos apuestas de quién podría llevarse el jugoso pozo del Póker caribeño. Algunos iban por aquel jugador italiano, que jugaba con elegancia y con un rostro imperturbable. Y que no importaba si perdía, siempre dejaba buenas propinas. Otros apostaban, por aquel otro jugador de origen japonés, que siempre se mostraba de perfil bajo, sin hacer aspaviento ni escándalos, pero que también era generoso con las propinas. Todos detestaban aquel otro jugador, un tipo que siempre venía ligeramente bebido y que siempre le estaba reclamando al Pit Boss, por supuestas fallas que cometía la dealer de turno. Era un tipo detestable, pero era uno de los más asiduos jugadores de las mesas de Póker caribeño. Y así por el estilo había una docena más de jugadores que soñaban con reventar el pozo.
Los mejores días, por la animación y la asistencia de público eran los viernes y sábados. Aquellos días las mesas estaban repletas, y amenizaba el ambiente muy buenas orquestas musicales. Y una gran cantidad de público, jugadores, acompañantes, turistas y curiosos abarrotaban el Casino. Más de una vez, alguno de aquellos jugadores se quedaron a un tris de hacerse con el premio, pero siempre les falto una carta para completar la famosa escalera real. Los peores días eran los domingos. Había poco público y el ambiente caía al mínimo. Casi todo el personal del casino caía sumido en una suerte de sopor cansino. Un domingo típico, ingresaron al casino tres clientes que no sobrepasaban los 35 años, venían enternados, según nos contó una azafata, se habían escapado del matrimonio de una prima que estaba muy aburrido. No tenían mucho dinero, pues solo jugaron dos ellos, previamente habían juntado el dinero de los cuatro. Estábamos seguros que no durarían más de una hora y que como siempre sucedía en estos casos se marcharían cabizbajos después de haber perdido los escasos dólares que traían. Llevaban jugando casi cuarenta minutos, junto a otros escasos 25 a 30 clientes más que se encontraban jugando en las mesas del Casino. Como siempre, habíamos recibido la llamada del Gerente del Casino, que descansaba todos los domingos, pero que a pesar de eso llamaba los domingos a esos de las 2 am, para preguntar si había alguna novedad. Nosotros los de Surveillance, éramos los encargados de contestarle. Y le dijimos, que no había novedades y que descansara tranquilo pues dentro de unas pocas horas más se iba a cerrar tal como se hacía todos los domingos. Como había tan poco público, gran parte del personal aprovechaba para extender un poco más su hora de descanso. Tanto en la cafetería como en la sala de descanso, la gente descansaba a pierna suelta. Cando de pronto se armo un murmullo abajo, de inmediato dirigimos nuestras cámaras hacia el punto, se trataba de la mesa de póker. Había reventado el pozo, se empezó a desplegar la luz que indicaba que había salido el pozo y sobre el paño verde de la mesa figuraban irrefutables las cinco temidas cartas: 10, J, Q, K y el As de corazones. Entonces comenzó la frenética verificación en Surveillance de la jugada, se empezaba media hora antes de salir la jugada y se observaba minuciosamente si las tres barajadas anteriores y todo los demás detalles eran impecables. Que no había ninguna maniobra ni jugada sospechosa ni de la dealer o de los jugadores. Eso tomaba su tiempo. Y mientras tanto se llamaba al Gerente General del Hotel y del Casino para que hicieran entrega del premio. En caja se preparaban para enviar las fichas de valor equivalentes al premio: 182,500 dólares americanos. Y también se preparaba el pago en cash del premio. Era un verdadero zafarrancho. La gente del bar, traía un par de botellas de champagne para celebrar. Se llamaba a los contactos de la prensa para que cubrieran la noticia. Y todo el personal de piso: dealers, azafatas, mozos y demás se frotaban secretamente las manos, alucinando sobre la propina que caería. Increíble, un domingo, el peor día de la semana y sucedía el milagro. Después de toda la ceremonia se realizo el pago, el ganador no cabía en su pellejo. Recibió feliz el premio, brindo con sus amigos que saltaban de alegría, se tomaron las fotos de rigor y se marcharon en limusina del casino.
Bueno, todo había salido bien, se guardaron los procedimientos y verificaciones del caso. Solo las caras de las dealers reflejaban la expresión que pueden dibujar los 200 dólares de propina que había en la mesa, cuando habían esperado-según juramento de los jugadores habituales-de por lo menos unos 20 a 30 mil dólares.

Texto agregado el 06-04-2014, y leído por 130 visitantes. (0 votos)


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