En la actualidad, muchos no sabrán quienes eran ellas, puesto que ya han transcurrido décadas de sus fallecimientos. Pero para aquellos que hayan estudiado a fondo la Segunda Guerra Mundial y sus contextos históricos, no sólo reconocerán sus nombres, sino que las identificarán como dos mujeres que representaron dos polos por demás opuestos de aquella época. Para quienes no las recuerden, bastará una pequeña introducción al respecto de sus vidas y obras: Sophie Scholl fue una de las principales y más activas miembros de la organización “La rosa blanca”, dedicada a concientizar a los ciudadanos alemanes acerca de los peligros de Hitler y la política nazi; Irma Grese, en cambio, era una de las celadores con mayor rango (y sadismo) dentro del campo de concentración de Auschwitz, llamada coloquialmente “la bestia bella”. Ambas, mujeres convencidas y dedicadas enteramente a sus ideales y misiones, pero separadas ampliamente no sólo por la naturaleza de sus convicciones, sino por las acciones que habrían de realizar dentro de uno de los conflictos bélicos más devastadores de la historia…y por las cuáles habrán de ser rememoradas para la posteridad.
Sophie, la única integrante de género femenino de “La rosa blanca”, se destacó desde un principio por su gran compromiso con la causa que dicho grupo enarbolaba: la libertad de todos los seres humanos frente a un gobierno tiránico como el que Hitler implantaba con mano de hierro. Obvio está que dicho movimiento fue considerado, desde el primer momento, como subversivo, y por lo tanto fue severamente perseguido y condenado. A pesar de ello, Sophie nunca desistió de efectuar su cometido de informarle a la población general, por medio de volantes y panfletos, las acciones radicales y antidemocráticas que el Führer perpetraba cada vez con mayor frecuencia y brutalidad. Fue por ese mismo deseo de emancipación política y social que Sophie, junto con su hermano Hans, fueron detenidos, enjuiciados por una corte “del pueblo” y ejecutados tan pronto les dictaron sentencia. Ella apenas tenía veintiún años.
Irma es un caso bastante diferente. Llevada por las circunstancias históricas, aquella hermosa mujer rubia y ojiazul entró en contacto con la doctrina nacionalsocialista que permeaba tanto dentro de la Alemania del tercer Reich, y simpatizó con ésta casi de inmediato, solicitando puestos dentro de aquellos organismos que podrían requerir de sus “servicios y experiencia”, los cuáles pudo obtener dado su encanto físico y sus propios méritos. No fue, empero, sino hasta que la asignaron como encargada de cuidar a las prisioneras femeninas dentro de Auschwitz, que tuvo la oportunidad perfecta para dejar salir toda la perversidad y crueldad que ya desde hacía tiempo venían incubándose dentro de su retorcida mente. Dentro de aquél campo de concentración, Irma se divertía y gozaba sexualmente al azotar con látigo a sus víctimas, lanzarles perros hambrientos para que literalmente las destrozaran vivas o llevar a cabo relaciones lésbicas y heterosexuales con personas a las que, al cabo de unos días, habría de destinar a las cámaras de gas. Fueron tales actos aberrantes que contribuyeron a que, luego de la caída del régimen nazi, ella fuera enjuiciada como criminal de guerra y sentenciada a muerte en la horca, siendo ejecutada a la edad de veintitrés años.
Ahora, ya habiendo pasado casi setenta años de la muerte de ambas, la reflexión es que, de un modo o de otro, Sophie e Irma son parte de la historia, fuera ese o no su objetivo. No obstante, mientras Sophie será recordada como el más admirable ejemplo de valor, tenacidad, integridad y lucha por la libertad dentro de las grandes adversidades y en tiempos oscuros; Irma será el claro referente de la maldad y sadismo humanos, encarnados bajo la aterrorizante fachada de la belleza femenina, lo que la hace todavía más mortífera. Una de ellas es la rosa blanca que florecerá mientras haya gente dispuesta a pelear por el respeto a toda forma de género humano; la otra es la bestia de aspecto bello que estará hambrienta de sangre, muerte y sufrimiento, y cuyo destino será encontrar su fin dentro de su propia perversión.
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