MIL VECES ELLA
Jennifer tocó la puerta y él la abrió casi al instante, como si estuviera esperándola. Estaba bonita con sus cabellos dorados recogidos en dos trenzas rematadas por dos moños pequeños. La blusa cubría un busto inusual para una colegiala y el moño rojo a lunares blancos que cerraba el cuello de la blusita, daba un leve rubor a su rostro de mirada pícara. La pollera azul tableada era corta y dejaba ver sus torneadas piernas.
-Vine para la clase particular, Profesor.
-Pasá.
La penumbra de la habitación era excitante. Los objetos adquirían un encanto particular entre las sombras y los sonidos de la siesta caliente entraban por algún resquicio de la pequeña ventana que prohibía la entrada de los rayos del sol ardiente gracias a una cortina estampada.
El profesor Michael rozó el brazo de la chica al hacerla pasar.
Tomó el cuaderno que ella traía y lo colocó sobre la mesa que estaba cerca de la cama.
Los ojos de Jennifer brillaban como estrellas reflejadas en algún charco después de una lluvia imprevista. Él sintió que un escalofrío le recorrió el cuerpo.
-Si mamá se entera que me aplacé me mata. Necesito pasar Matemáticas, siempre me fue difícil esa materia.
-Claro que la pasarás.
-¿Me va a enseñar, verdad?
-Claro que sí.
-¿Cuánto me va a cobrar? Ya le digo que no tengo dinero.
-De alguna forma lo vamos a arreglar.
El le tomó la mano que ella no retiró y la llevó hacia la cama desarreglada, se sentó ahí y con un ademán le indicó que ella hiciese lo mismo.
Sobre la mesa se veían muchos libros y una radio. En un costado de la habitación, un ropero desvencijado con las puertas abiertas, dejaba ver camisas colgadas en las perchas y otras prendas.
-Decíme por qué te es tan difícil Matemática. Siempre fuiste muy inteligente, además de hermosa.
Ella lo miró a los ojos acariciadoramente, sin ninguna timidez. Se acercó a su cara, muy cerca de su boca.
-¿La verdad? Me es muy difícil concentrarme cuando el profesor es tan buen mozo, como lo es usted.
-Uy, qué mal suena ese usted. ¿Por qué no me tuteás? Al menos aquí, dónde nadie nos ve ni nos oye.
-Bueno. Profe, me gustás mucho- Y al decirlo, le dio un beso suave en los labios.
-A mí también me gustás mucho. Mucho no. Me gustás con locura. Y te digo más. A mí también me resultaba difícil dar mis clases cuando te veía tan linda y con esos labios hermosos que tenés.
-Ay, profe, la verdad, que desde que pusiste un pie en el curso, me enamoré de vos.
-¿En serio? Yo sentí muchas cosas también desde el primer día que te vi.
Michael inclinó la cara y la besó. Parecía tan niña e inocente. Ella le tomó la cara con las dos manos y buscó su boca y se la devoró tragándole la lengua como si fuera el manjar más sabroso del mundo. El sintió latir el corazón debajo de la blusa blanca. Los senos desmentían la edad que debía tener. Sintió que la sangre corría con rapidez y alegría por el cuerpo y el placer que se insinuó cuando abrió la puerta para recibir a Jennifer se volvió urgencia, prisa y deseo. Ella, con una mano algo torpe desprendió el cinto del pantalón y bajó el cierre con cuidado. El la ayudó y se sacó todo lo que pudiera molestarle para sentirla mas cerca. Le desprendió los botones de la blusa y sacó un seno fuera del corpiño y se lo besó, ella ahogó un gruñido de placer mientras le arañaba la espalda. Él la miró y ella le borró la sonrisa con un beso voraz.
Metió la mano bajo la pollera y no encontró nada que pudiera impedirle llegar donde quisiera, ese descubrimiento aceleró todos sus sentidos. La hizo girar sobre si misma y entre los crujidos de la cama desvencijada y los gemidos de ambos dieron cauce a sus ansias.
El calor era agobiante, el ventilador del techo no lograba refrescar la habitación que se había convertido en un horno candente. Anhelantes y agitados, mezclaron el sudor que les corría por el cuerpo.
Minutos después, la pollera volvió a su estado normal, la blusa también. Se arregló el moño y ubicó en su lugar las trenzas. Las mejillas y labios de Jennifer eran un crepúsculo encendido.
El profesor recuperó el resuello, le acarició el rostro y dijo:
-Mejor te vas antes que venga alguien. No te preocupes por la nota, ni por el dinero, estudiaremos cuando vengas de nuevo.
Se besaron entre risas y ella se despidió con un ademán de manos en alto. El le tiró un beso que sopló con la mano abierta y la puerta se cerró tras ella.
La doctora Taylor miró sobre sus lentes al paciente que había entrado. Era agradable, joven, de unos veinticinco a treinta años, apariencia latina y mirada franca.
-¿Es la primera vez que consulta conmigo, verdad?
-Así es, doctora
-Ajá-dijo ella mientras leía una ficha que había aparecido de la nada.
-Bueno, señor Michael, tendré que revisarlo. Espero que no tenga problemas con eso. Ella sonrió y él perdió algo de su timidez ante su amabilidad. Fue detrás de un biombo y se sacó las ropas, dejándose el slip.
La doctora preguntó si ya estaba listo y él respondió con voz algo tímida que sí.
Entonces ella lo miró de arriba abajo con una sonrisa que él no supo descifrar, mientras dijo con voz ronca:
-No se ha sacado todo. ¿Qué le pasa señor Michael, no me diga que tiene verguenza de mí? Soy una profesional.
Michael se sacó el slip y quedó desnudo frente a la doctora Taylor. Su excitación la hizo sonreír.
-Señor Michael, no se preocupe, estas cosas pasan constantemente.
Con dedos diestros lo tocó ahí y allá, lo que hizo aumentar considerablemente el tamaño de su turbación y todo lo que pudiera crecer en su cuerpo.
-Creo que tendrá que seguir mis indicaciones para mejorar esto. Vea, es un tratamiento nuevo, casi en etapa experimental. Esa hinchazón se debe a exceso de actividad sexual. Así que le prescribo desde hoy, bueno, mejor desde mañana, abstinencia total por una semana. Estas pastillas las tomará todos los días y pronto estará usted muy bien.
Michael quería tocarla y ella parecía gozar con los esfuerzos que él hacía por dominarse. La vio desprenderse uno o dos botones de la bata por donde asomaba el encaje blanco de su sostén. Ella tenia bonitos ojos detrás de los lentes y parecía incitarlo con su mirada a que la besara. Michael pensó que estaba equivocado. Ella era una profesional, no haría eso con un paciente. ¿O sí? Ella dijo de que estaba bien dotado y lo tocó.
La timidez y el embarazo de Michael se trocaron en instantes en fuerte excitación .
La doctora Taylor tenía una sonrisa burlona que danzaba en sus labios rojos y tentadores, más que los de Jennifer. Le sostuvo la mirada, ella se acercó y dijo casi rozándole la boca:
-Está muy, pero muy bien, señor Michael.
Dijo algo más pero no pudo oírlo porque las últimas palabras se perdieron en un beso sin fin.
Su lengua sabía a miel y menta y eso acabó por desatar toda su pasión. La tomó de los hombros y la puso sobre la camilla, le sacó la bata y le besó los pechos.
Ella suspiró y murmuró : “ Va muy bien, señor Michael”.
Después ella tomó la iniciativa. Lo besó en el cuello, el estómago, las ingles y fue bajando hasta hacerlo delirar.
Se trenzaron en abrazos estrechos y el concierto de susurros y gemidos llenó el consultorio.
-Tengo que atender a otros pacientes, Señor Michael. Pero con este tratamiento podrá curarse. Puede venir mañana a esta hora y cuidaré que lo haga en forma correcta.
A propósito, necesito un ayudante por las tardes para trabajos en la computadora. Si conoce a alguien que conozca de eso, le agradeceré me lo recomiende.
-Sé todo sobre informática, si quiere, puedo trabajar para usted.
-Me parece perfecto, así podré controlar ese tratamiento- dijo ella haciendo un leve guiño con los ojos.
El se despidió y salió del consultorio sin dejar de reír.
-Tío, abrí la puerta de una vez
- ¿Qué querés?
-Me manda tía Eulalia.
Michael abrió la puerta y con un gesto de disgusto dijo:
-Jaki,te dije mil veces que no quiero que vengas cuando no está tu tía.
Jaki tenía un short blanco y una musculosa azul muy cortos. Gotitas de sudor le llenaban el rostro y los brazos, los largos cabellos recogidos en una cola de caballo la dejaban muy bonita.
- A ver.¿Qué dijo tu tía tan urgente que no pudo decirme ella?
Jaki se acercó a su oído y le dijo:
-Que vendrá en dos horas y eso me da tiempo para estar contigo a solas.
Y antes que pudiera reaccionar le abrazó y lo besó con tanta fuerza que lo echó sobre el sofá.
-¡Estás loca! Dejáme, sos mi sobrina, andáte.
El trató de alejarla pero Jaki sabía qué hacer con sus brazos, sus piernas y sus labios para que él no pudiera.
Ella lo besaba con fuerzas y él sentía que ella ganaba la partida, le correspondía al beso enredado ya en su lengua, alejando otros pensamientos que no fueran ella y su pasión.
Jaki le tomó la mano y la colocó debajo del short. Ella se estremeció, le acarició la espalda; él quiso separarla pero ella le tapó la boca en la forma más efectiva que encontró, con un beso interminable.
Se dijo que era una adolescente, lo que era peor, pariente, pero no pudo hacer nada. Ella ya se encontraba galopando sobre él, gimiendo de placer hasta que los sonidos terminaron con un suspiro profundo y ella desplomándose sobre el pecho bañado en sudor.
-No vengas más, no podemos hacerle esto a tu tía.
-¿Estás seguro que no querés que venga?- y agregó: No te resistas, nadie lo sabrá. Será nuestro secreto.
Se arregló el flequillo y besándolo en la comisura de los labios con un chasquido dijo:
-Cuando tía Eulalia esté en el gimnasio, esperáme, que aquí haremos también gimnasia, pero más divertida.
Michael preparó los sándwich mientras miraba a Ludmila. Ella se ponía perfume detrás de las orejas y en las muñecas.
Era ella, mil veces ella, la que le hacía vivir tantas historias ficticias con miles de mujeres inventadas en juegos que los divertían y excitaban. Cuatro años de casados y cada día se querían más y más. Nada era aburrido con ella, siempre encontraba algún juego para salir de la rutina
La toalla que la envolvía dejaba ver algunas gotas de agua que quedaron del baño que se había dado.
-A ver, Michael, contáme ¿Cuál de las tres te gustó más?
-Mmm, la verdad que todas me gustaron, mi amor
-No, no, no, me tenés que decir si te gustó más Jennifer, la doctora Taylor o Jaki.
-Me gustaste en todas, amor.
Ella por toda respuesta le dio un beso y se abrazaron con ternura.
-Se me ocurrió otro personaje. Caperucita roja va al bosque y...
Prorrumpieron en carcajadas mirándose a los ojos.
Comieron los sándwichs riéndose por cualquier nimiedad.
Se prepararon para dormir. Michael encendió la radio, pasó el brazo debajo de Ludmila como almohada y ella acomodó ahí su cuello. La música romántica se elevó suave en la habitación. Se dieron un beso suave y tierno que duró hasta que el sueño los venció.
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