*Son RELATOS:
"Durante el viaje se canta y charlotea;
los islotes están frente a la costa,
más allá de la Isla, y el viaje es largo".
Knut Hamsum.
TRES SENTADOS
Era ya la tercera vez que pasaba por aquel condenado cruce sin lograr dar con la dirección exacta que venía indicada en el mapa. Ya en la segunda vuelta observó antes de entrar a la rotonda un pequeño montículo verde donde la hierba abundaba a la sombra de un árbol sin hojas, allí, sobre un banco bajo de piedra estaban tres hombres sentados. Era la primera vez que viajaba tan al sur y desconocía la comarca, aunque su estancia tan sólo sería temporal una vez finalizados los trabajos de topografía que la empresa le había encargado. Optó por detenerse y salir del vehículo, preguntaría a aquellos señores...
-¡Buenas!... Por favor, ¿podrían decirme por dónde puedo ir a Mizcoapán?
Se trataba de tres hombres adultos, mayores, aunque de edad indefinida, sentados uno junto a otro en aquel banco que parecía hecho a la medida. Sus rasgos indígenas revelaban una pausada serenidad, sin duda granjeros de esas tierras que hoy no tenían más tarea que descansar a juzgar por sus gastadas ropas y por el gesto cetrino con que sostenían una larga vara de madera a modo de bastón. Ninguno de ellos movió siquiera los labios, además los de los laterales parecían dormir con la mirada hundida en el pecho. El que estaba sentado enmedio enarcó las cejas, miró al cielo como quien otea un horizonte neblinoso y, con las dos manos sobre el bastón golpeó, seco, el suelo...
-...Es la tercera vez que rodea el cruce, amigo...
El compañero que dormitaba a su izquierda pareció resucitar de improviso y, con una celeridad inapropiada para su aparente edad, rompió su silencio:
-Si, lo tiene delante de sus narices y como si nada!
-Además, ha cogido la misma desviación equivocada dos veces seguidas... Y no escarmienta!-, espetó el otro sentado a la derecha, que salió de su sueño impulsado por un resorte oculto, rápido y preciso.
El tono de la conversación adquirió un giro insospechado, casi grosero sino fuera porque el más erguido, que estaba sentado en el centro, medió la situación con una sonora carcajada y, al poco, los tres hombres se enzarzaron en una suerte de lucha dialéctica sobre la necesidad natural o no de tener que conocer aquella enrevesada bifurcación para alguien que no era de allí. El conductor enseguida se percató de que no podía haberles hecho un mejor favor, enfrascados en el fragor de la enconada discusión les acababa de proporcionar tema de conversación para largo rato, quién sabe si para el resto de años que les quedaba por delante... Iba a disponerse a marchar ante la imposibilidad de arreglar aquella diatriba cuando el cetrino anciano, como si lo adivinara, se dirigió a él con el tono sosegado del principio:
-...A veces lo tenemos delante y no lo vemos. La segunda de la izquierda no es la última, tome esa vereda estrecha, es la que no tiene letrero, amigo...
Sus colegas se habían callado como si alguien hubiese apretado un misterioso botón y, de nuevo, parecían dormitar como si hubieran estado en esa misma posición durante siglos.
-...Muy amable, ha sido usted, ...ustedes, muy amables. Gracias.-, balbuceó al despedirse.
Esta vez encontró la entrada a la primera, pero durante todo el trayecto ya no le abandonó la imagen de los tres ancianos discutiendo sin parar y, sobremanera, la cálida voz y el fraterno interés del más veterano.
No fue hasta muchos años después que regresó a Mizcoapán. Fue por pura casualidad, ya no trabajaba, pero su mujer había ganado un premio en un concurso televisivo, algo habitual en ella siempre amiga de entrometerse en todo tipo de aventuras aún a riesgo de no saber después salir de ellas. Sin embargo no les venía nada mal para su quehacer desocupado realizar aquel viaje por el continente y dejarse envolver por algo de cultura de otros ambientes. Antes de entrar en Mizcoapán el autobús pasó frente a la rotonda que tanta confusión le trajo en su día, allí, sobre el montículo podía distinguirse el árbol, ahora florido, y la silueta de tres hombres sentados sobre un banco, ataviados curiosamente con un traje festivo local...
-...Mira, mira allí!-, dijo a su mujer, señalando hacia el cruce que dejaban a un lado.-¿Has visto, los viste?
-...No, ¿el qué era?... ¿Un árbol? Sí,... ¿y qué? No había nada ahí!
El autobús continuó por la autovía, abierta hacía algún tiempo, ya no era necesario atravesar aquel cruce, pero para él no resultó difícil visualizar cada guijarro y curva de la carretera como si circulara por ella en ese momento. Una vez en Mizcoapán, cogió del brazo a su mujer y se alejaron del grupo de turistas, de algo tenía que servirle lo ya conocido y se adentraron entre las calles del pueblo en dirección al mercado nativo que se celebraba en una gran plaza empedrada. El bullicio allí era animado, pero en orden, le gustaba perderse entre la gente y fisgonear los puestos de hierbas medicinales, las frutas, las cerámicas y demás enseres artesanos. Sin embargo a ella le aburría, prefería la fiesta pomposa, separarse del grupo con el que venían era lo que más la incomodaba a pesar de sus promesas en pro de la cultura auténtica. Cuando quiso darse cuenta entre el tumulto de gentes, ella le hacía señas desde el centro de la plaza, junto a un grupo de personas vestidas con el traje de fiesta zapoteca. Estaba empeñada en hacerse fotos con aquellos campesinos y sus ropas de llamativos colores. Cuando se acercó su asombro le dejó estupefacto, aquellos hombres vestidos de zapoteca eran los tres que conoció sentados en el banco del cruce hace años, en su primera visita...
-...¡Señores! ¿Se acuerdan, no me conocen?
Ellos se miraron entre sí, cruzaron unas breves palabras en nathual, ininteligibles, y se dispusieron a posar para la foto y para que, de una vez por todas, les dejaran en paz.
-...Pero, oigan, ¿es posible, no se acuerdan?
-Ya déjalo, cariño, mira que eres pesado!... Anda, la última foto...
Ella le alejó del grupo de nativos, tratando de apaciguar su aparente obstinación en conversar con ellos, a todas luces estaba claro que aquella gente no le conocía, además a ella misma le resultaba complicado distinguir entre unos y otros...
-...¿Pero no ves que casi todos se parecen? Vamos, volvamos con la excursión!
Por más vueltas que le dió a aquel encuentro no hallaba respuesta alguna, aún después del viaje e, incluso hoy en día, sueña con ese cruce y los tres personajes. No se trata de una pesadilla ni tampoco se ha convertido en obsesión, casi diría que le alivia pensar en ello porque le devuelve una sensación de sentimiento limpio, puro, muy agradable. Ahora, a sus años, retirado de toda obligación, que bien podría dedicarse a descansar, no hace sino buscar, idear, proyectar un nuevo viaje que le devuelva al cruce aquel donde en una ocasión le ayudaron a resolver...
El autor.
tamargoluis@yahoo.es
*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-
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