Diego era un infante con una década de existencia. Sus padres no le quisieron dar mucho estudio; sólo estudió hasta quinto de primaria. Se acababa de graduar y su progenitor le dijo que tenía que empezar a trabajar. Lo puso a llevar haces de diferentes elementos de consumo humano, de la plaza de mercado del pueblo, donde él trabajaba, a diferentes domicilios y le pagaba a destajo. Le tocaba ligerear porque su papá era muy exigente y lo obligaba a laborar por más de nueve horas al día. El churumbel hacía su trabajo en una bicicleta que una tía le había regalado de navidad dos años atrás. En el recorrido pasaba por la parroquia, a veces se detenía y hacía una ligera oración para que Dios lo protegiera de todo mal.

Alguna vez soñó con aquilatar, y pensó seriamente en volverse narcotraficante, porque consideraba que la vida no había sido justa con él. Su mente ya estaba adquiriendo una especie de filisteísmo, pues en lo único que pensaba era en tener todo el dinero del mundo sin importar lo que tuviera que hacer. Nunca fue un pequeño de muchos lloridos, siempre se contenía cuando sus padres lo regañaban. Su ocupación le parecía onerosa pero consideraba que algún día podría salir de eso y dedicarse a lo que le gustaba, o sea, enriquecerse de la manera más fácil. Su familia nunca lo consideró un zorzal, ni él tampoco creía eso, pero en la realidad sí lo fue. En el colegio muy pocas veces lo corcharon los profesores, pues a pesar de ser religioso, tenía claro que el aprendizaje es estrictamente dialéctico.

Su progenitora siempre le daba porciones de kuchen, cuando regresaba de su labor diaria, un poco antes de la cena. Una vez se cayó de su bicicleta y se golpeó en un ojo y le dio uveítis; el único doctor del pueblo lo atendió le recetó una hormonas por vía oral y se curó; el médico le dijo que iba a estar bien. Lo que su padre le pagaba no le permitía ser bocatero, por lo que sentía una gran angustia por su futuro económico. No era judío, pero iba conocer el gehena de la manera más real posible. Un día tuvo que hacer un domicilio en la periferia del municipio. El camino estaba rodeado de hermosos arboles pacíficos y rosales; en dirección opuesta a él por la misma acera venía un hombre en una bicicleta. Cuando se encontraron; el hombre dialogó con el chiquillo, y después de una corta conversación lo convenció para que lo acompañara a su residencia para que lo ayudara a cortar el pasto de su jardín, y además le prometió unos dulces.

La mirada inocente del señor, le produjo confianza a Diego y decidió ir con él, porque supuestamente le iba a dar un buen dinero, y no lo iba a demorar más de media hora. Por lo que podría regresar a continuar con su cometido. Cuando llegaron al sitio, que quedaba como a tres cuadras de la vivienda de Diego, después que el hombre cerró la puerta, se rió macabramente mientras miraba al niño; Diego empezó a sentir ñañaras e intentó correr buscando una salida, pero el sujeto lo agarró por un brazo. Lo atormentó hasta ver que la luz de sus ojos desapareció. En ese lapso de tiempo Diego alcanzó a decir entre gemidos - ¿Dónde está mi mamita y mi papito? ¿No dizque me amaban, por qué no están aquí para defenderme? – También se quejó ante Dios - ¿Si puedes hacer el bien, librándome de esta tortura por qué no lo haces? – Lo único que se escuchó fue su continuo gemir hasta fallecer. Antes de morir, Diego alcanzó a vislumbrar algo, el amor de los padres era falso, porque si lo hubieran amado lo habrían protegido; la razón por la que estaba en el mundo no era el amor, era algo monstruoso, nunca supo qué fue, no sabía nada de sexo, pero supo eso. Nunca supo que la razón de su existencia era un revolcón.