Nació en el año del caballo. Su madre no logró resistir el parto, su padre se hundió en el alcohol, el alcohol lo llevó a la prisión y eso… a terminar con una afilada faca en su espalda, durante una revuelta. En el último suspiro, su madre, la llamó Andrea, Andrea Ricart. Una niña de cabello oscuro y ojos verdes, de piel muy blanca y mirada soñadora.
Su vida no fue lo que se diría una infancia netamente feliz. Sin un tío o pariente cercano conocido, ella vagó por demasiados hogares sustitutos e instituciones hasta su mayoría de edad, en donde aprendió todas las formas posibles de engaño y robo, y nada sobre buenas costumbres o educación formal. Aprendió a vivir el día a día, sin pensar en el futuro, compraba revistas de moda y practicaba a diario poses seductoras, robaba en tiendas de ropa fina, el lujo y las joyas, la hacían lucir como a una mujer adinerada. Sus sueños no crecieron más. Nunca jugó con muñecas, tampoco soñó con un esposo e hijos, solo en aprovecharse de las personas distraídas de buena fe, que confiaban en sus verdes ojos, su rostro angelical y sus dotes de mujer con apariencia fina e inocente. Creció llevándose el mundo por delante. Sus atributos le dieron ventaja por sobre su sexo opuesto y en su retorcida forma de vivir, le daba pena ver la manera en que los hombres se dejaban estafar por ella, con solo sonreírles por un rato y dejar que ellos miraran su escote o rozaran de una forma disimulada, alguna parte de su cuerpo.
Sus parejas pasajeras, solo la podían ver cuando ella lo permitía y en cuanto le hablaban de compromiso o demostraban algún tipo de celos o posesión sobre ella. Literalmente, prefería la libertad y el desapego, pero aun así, logró hacerse de conocidos, si bien era solitaria, eso no le impedía hacer que tarde o temprano, se dejaran engañar y creer que ella era una buena amiga en la cual podrían confiar. Le servía ser conocida en su ambiente, no se cruzaba en el camino de nadie que se dedicara a lo mismo, siempre y cuando, no se cruzaran en el suyo.
Se colaba en fiestas aprovechando la ebriedad del entorno. No le hacía falta recurrir a la violencia, solo a su encanto femenino. Las noches eran todas iguales. Se quedaba cerca de la entrada de algún boliche o pub de moda en donde el derecho de admisión, estaba en manos de algún patovica fornido, algunos solo la dejaban entrar, ignorando las intenciones, en otras ocasiones, esperaba con atención la llegada de algún auto lujoso o limusina, de la cual bajarían muchas chicas rodeando a algún ricachón extravagante, esperaba a que nadie la viera y se sumaba al grupo de chicas en plena celebración y entraba con el grupo sin ser detectada como una extraña. De más está decir que no le costaba demasiado, ya que casi siempre, esas chicas, por el alcohol y las drogas que consumían, no se reconocían a sí mismas si veían su reflejo en un espejo. Algunas mañanas despertaba en el departamento de alguien que no conocía ni recordaba su nombre. Buscaba su ropa y escapaba llevándose lo que podía que tuviera valor y el dinero que encontraba en la billetera, evitaba llevarse cosas como celulares o computadoras portátiles, porque sabía que algunas podían ser rastreadas y no quería ser encontrada.
Regresaba siempre a lugares como casas o galpones abandonados y cambiaba de lugar cada mes y medio. Su vida era simple, solo tenía lo necesario y solo robaba satisfaciendo sus sueños de ser, lo que ella pensaba que era ser una chica normal.
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