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De Kaumi y el Narun
Después de este episodio, las familias de Konay, Konju y Komo no se quedaron mucho tiempo en la isla de Sowu. Algunos de sus hijos mayores decidieron quedarse con sus familias, pero los tres hermanos y la mayoría de sus hijos partieron en busca de una tierra mejor. Así toparon con la isla de Wa. Pero se quedaron allí muy poco, mucho menos que en Sowu, pues estaba infestada por los Narun, espíritus del aire que son solo piel y huesos, miran siempre hacia atrás y traen enfermedades y muerte.
Se dice que Kaumi, el primero de los grandes jefes después de los Primeros Hombres nació en Wa. Era el hijo pequeño de unos de los hijos de Konju y entonces no era sino un jovenzuelo a quien le gustaba tocar la ocarina.
En el tiempo en que hablamos todavía no se sabía cómo se tenían que afinar y templar los instrumentos musicales. Pero Kaumi lo descubrió en cierta ocasión a Itué que conversaba con Ora, una Diosa-piedra de Wa. La diosa instruía a Itué sobre como afinar un xilófono Los aficionados a la música saben que, en aquellos entonces, los instrumentos nunca se podían afinar del todo, siempre había una nota que se desafinaba se hiciera lo que se hiciera. Kaumi oyó explicar a Ora que el secreto estaba en no afinar de forma perfecta. Bastaba con dejar sin afinar un poco todas las cuerdas, de tal manera que apenas se notara y todas las notas sonaran bien. Kaumi comprobó a solas con su ocarina que efectivamente era así.
Pero entonces supo, por su hermana mayor, que un Narun acechaba a su sobrino más pequeño. Y se propuso pararlo.
No se puede matar a los Narun porque en cierto sentido ya están muertos. Pero Kaumi creía poder engañarlo. Así que se apostó al anochecer en el camino que debía seguir este Narun concreto para llegar hasta su pequeño sobrino y se puso a tocar la ocarina.
No pasó mucho tiempo antes que la niebla que precede a los Narun, que no tiene nada que ver con la que maneja Walagun, se extendiera por el camino. Entonces apareció el Narun en medio de la oscuridad, caminando hacia atrás. Al principio, Kaumi creyó que iba a pasar de largo, pero luego volvió su espantosa cara para mirarle. Los Narun no hablan, así que fue Kaumi el que habló por él.
-¿Te gusta mi música?
Del Narun salió un sonido inarticulado que podía interpretarse como afirmativo.
-¿Te parece bien que te enseñe? Mira, aquí tengo una ocarina nueva.-Señaló el instrumento que en el suelo frente a él. No se puede dejar a un Narun el mismo objeto que uno ha hecho servir, pues equivale a ponerse a su merced. El Narun en cuestión alargó un brazo interminable para agarrar la ocarina y llevársela a su boca de pequeños y afiladísimos dientes. Los Narun no tienen nariz, pero sopló por ella arrancándole un hermoso sonido.
Luego Kaumi empezó a enseñar a tocar al Narun. No podía impacientarlo, pues podría tomarla con él. Tampoco podía parecer que alargaba excesivamente la lección, pues con la luz del día los Narun se disuelven. Y éste aprendía muy rápido. Solo tuvo problemas cuando tocaba una nota concreta. Kaumi insistía en que lo hacía mal, pues él podía tocar perfectamente todas las notas. El secreto era que la ocarina de Kaumi no estaba totalmente afinada, mientras que la del Narun sí que lo estaba. El enfado y la exasperación del Narun eran evidentes, pero no sabía qué era lo que ocurría. Finalmente, quiso lanzarse sobre Kaumi, pero éste lo fue esquivando. Los Narun tienen una resistencia y rapidez mayores que ningún hombre, pero para entonces ya estaba saliendo el sol. Casi sin darse cuenta, el Narun se disolvió en la luz del nuevo día. Luego Kaumi quemó la ocarina que había tocado éste y, para mayor seguridad, también la suya.
Cuando llegó a la cabaña familiar, su hermana y el esposo de ésta le contaron que su hijo ya se encontraba mucho mejor y luego se curó. Kaumi ocultó su participación en el asunto, pues se guardó el secreto del afinado de los instrumentos. Aunque Itué no le preocupaba, Ora podría molestarse por el hecho que hubiera oído lo que no debía oír. Seguro que había instruido a Itué a cambio de algo, y que no le gustaría que un mortal como Kaumi pudiera tener el conocimiento gratis.

De los cerdos y el viaje definitivo
Estando en la isla de Wa presionados por los Narun que diezmaban a sus familias, pues por uno que lograban vencer, eliminar o superar, había cinco o seis que ocupaban su lugar. Konay, Konju y Komo pidieron en cierta ocasión ayuda a Tama-eiki. Pero Tama-eiki no podía ayudarles contra los Narun, que odian a todas las criaturas y hacen el mal por el puro gusto de hacerlo. Les sugirió que buscaran otro lugar más seguro. Pero los tres hermanos no querían ir a ciegas, pues temían que les ocurriera igual que cuando partieron de Sowu y hallar un lugar aún peor que Wa.

Entonces, Tama-eiki recordó Nahu’ai, por donde había pasado en tiempos huyendo de Walagun. Estaba ya poblada por otro grupo que había salido antes de Aroba, los bubantos. Pero la isla era muy grande y había espacio de sobras para los tres hermanos y sus familias. Los señores de la isla eran dos hermanos dioses gemelos: Lanu, diosa de la fertilidad, las mujeres y las cosechas y Ronu, dios del combate, la virilidad y la navegación. Ambos habían establecido el ciclo anual de las cosechas en la isla, donde abundaba un tipo de banano llamado "Pene de Ronu", pues el dios lo había hecho surgir de la tierra con su simiente. Tama-eiki había pasado por allí después de su huída, tratando de comprobar los daños y se había alegrado de ver que su pisada y la de Walagun habían creado una laguna llena de peces. Entonces los dioses gemelos eran jóvenes y se dice que Tama-eiki tuvo algo que ver con Lanu... y con el propio Ronu. Aunque había pasado ya mucho tiempo de ello. Sin embargo fue a verlos y conversó con Ronu.

Nada iba a cambiar con los nuevos llegados: la estación de las lluvias es para Lanu y la seca le seguiría correspondiendo a Ronu. El comienzo de ambas épocas marcado por sendos festivales. Habría nuevos ritos a los cuales deberían someterse los tres hermanos y sus familias en la nueva tierra de los dioses gemelos, que pasarían a ser los dioses principales de los que vivieran allí. Una vez convenido todo, Ronu expuso en nombre suyo y de su hermana que, aún estando de acuerdo, no podían sin más dejar que llegaran los nuevos inmigrantes, pues se debían a los bubantos que ya les rendían culto.
Pensando en lo que podía ofrecer a cambio, Tama-eiki se fijo en que Ronu había cambiado algo en los años que llevaban sin verse: sin llegar a ser calificado de gordo, sí que estaba pletórico. Sin embargo, Tama-eiki se guardó muy mucho de decirle eso:

-Veo que has prosperado en este tiempo: tienes cuatro esposas y varios hijos. Además de un cuñado que, aquí entre nosotros, parece bastante voraz...
-¡Y que lo digas! Nunca sobra la comida. ¿Qué estás proponiendo?
-Puedo traerte carne, para tu familia y tus fieles. Además de para mi gente, claro.
-¿Carne de ave?
-¡Mejor que eso! ¡Tú déjame a mí!
-Oye: ¿No será uno de tus enredos?
-¡Vamos, Ronu! Tú me conoces mejor que eso, siempre cumplo lo que prometo al pie de la letra.
-Pero violando el espíritu siempre que puedes. Te conozco bien, como tú mismo has dicho.

Tama-eiki le aseguro a Ronu que ni él ni su familia sufrirían por ello. Él sabía que Kava, en sus continuos intentos por agradar a Tulaké y superar a Puloa, había creado a los Padres de Todos los Cerdos. La idea era que fueran animales de compañía para Tulaké. Ya tenía toda una piara custodiada por Oau, uno de sus hijos, y estaba a punto de regalarla al Padre de los Dioses. Pero Tama-eiki tenía un plan.

Lo primero que hizo fue ir a ver a Puloa e informarla de todo el asunto. La diosa del mar estaba dispuesta a atacar los dominios de su rival y exterminar a los nuevos animales, pero Tama-eiki la convenció que lo suyo era mejor. Así consiguió primero la ayuda de Muki, diosa del barro que, por cierto, es la esposa de Walagun y de la Ballena Dios que vive en los dominios de Puloa. Así logró que Muki modelara de acuerdo con sus instrucciones unas figuras de cerdo idénticas a las que había visto y que Puloa les insuflara movimiento con su mana. Solo se moverían durante unas pocas horas, pues Puloa no tenía tiempo de emplear tanto poder como su rival y el material empleado era mucho más tosco, pero servirían. Luego, la Ballena Dios introdujo en su boca las figuras preparadas y se aguardó en el lugar que le indicó Tama-eiki.

Lo primero que se le había ocurrido era dormir a Oau, pero aunque corto de luces, era desconfiado. Así que decidió ser más sutil. Sabía que a Oau le encantaba la hierba de mascar. Así que había localizado un buen matojo del que tomó un poco y se encaminó hacia donde estaba la piara. Saludó a Oau y charló con él antes de escupir la hierba ya agotada y comentando lo buena que era. Le sugirió que fuera a Oau que fuera a buscar un poco, pues no estaba lejos. Mientras, Tama-eiki ocuparía su lugar vigilando la piara.

-Un momento.-dijo Oau- ¿No te aprovecharás para apoderarte de uno de los cerdos?
-¿Por qué iba yo a hacer eso?
-La madre Kava los quiere como animales de compañía para Tulake, para compensar a los perros de Puloa, pero todo el mundo sabe que los cerdos son mucho más sabrosos. Si se pierde uno, yo soy el responsable y...
-Tranquilo. Te juro solemnemente que cuando vuelvas no echarás de menos a ninguno.

Oau se conformó con eso y fue hasta la planta de hojas de mascar. Entonces aprovechó Tama-eiki para llamar a la Ballena Dios, le hizo abrir la boca y que salieran los falsos cerdos. Acto seguido, hizo entrar dentro de la boca a la verdadera piara y pidió a la Ballena que siguiera aguardando. Oau no tardó en volver, mascando hojas. Y tuvo que reconocer que no echaba de menos a un solo verraco. Luego, Tama-eiki se marchó pretextando una cita. Como es natural, ya había avisado a los tres hermanos en Wa que estuvieran listos para partir en cualquier momento. Cabalgando a la Ballena Dios fue a encontrarse con ellos y les guió hasta Nahu’ai, donde aguardaban los dioses gemelos con sus familias y la mayoría de los bubantos fieles a ambos. Estaban preparados para una gran fiesta, pues iba a ser el primer festival dedicado a Ronu al comienzo de la estación seca. La ballena dejó salir a la piara, que Tama-eiki y los tres hermanos con sus gentes llevaron hasta la playa. Los dos Padres de Todos los Cerdos iban a ser sacrificados por el propio Ronu que ya había planeado la manera de asarlos. Es por ello que en cada festival dedicado a Ronu nunca puede faltar por lo menos un cerdo bien cebado.

-¡Os traigo a todos un regalo de Kava! ¡Para vosotros y vuestros descendientes!-gritó claro y fuerte Tama-eiki cuando los cerdos arribaron a la playa.

Los tres hermanos y sus gentes instituyeron entonces entre ellos el grupo iniciático respectivo: Lanu el de las mujeres, que se encarga de la iniciación de las féminas cuando llegan a la edad núbil y Ronu el de los hombres, que son iniciados cuando dejan atrás la pubertad. La iniciación la organiza la correspondiente sociedad. Y ambas se cuidarían también de los ritos dedicados a los dioses gemelos. Luego entre bocado y bocado de cerdo, acompañados de libaciones de aguardiente, se repartieron la piara entre las principales familias de los máryalos y los bubantos. Hay quien dice que Lanu se fijó en Kaumi en esa ocasión. También hubo quien preguntó por qué, si eran un regalo de Kava, no se había presentado ella. Tama-eiki dijo que estaba ocupada, pero no tardaría mucho en venir.

Mientras, Oau descubrió que los cerdos habían dejado de moverse y, cuando se acercó para tocarlos, se dió cuenta que no eran más que estatuas de barro. Avisó en seguida a Kava. Se dice que el grito de ésta resonó como un trueno en el Cielo: "ME LAS PAGARÁ". Y sí que se presentó luego que interrogó a la Ballena Dios. Pero cuando arribó a la playa, no fue capaz de quitarles a los hombres el pretendido regalo que les había hecho ante las enormes y sentidas muestras de entusiasmo y reverencia que recibió por ello. Hasta Oau, cuando vió que le pedían consejo acerca de cómo cuidar a los verracos, vió que tenía la oportunidad de independizarse de su madre como dios de los cuidadores de cerdos. De todos modos, Kava preguntó por Tama-eiki al que, curiosamente, nadie fue capaz de encontrar. Kava se quejó después del comportamiento de Tama-eiki ante Tulaké, pero lo único que consiguió es que éste se riera tanto que tuvo que olvidarse del asunto.

Del desastre de la isla de Riwu
La diosa Lanu tiene dos maridos, y de los dos le nacieron en total un varón y seis hembras, justamente al revés que su hermano Ronu de sus cuatro esposas. La mayor de las hijas de Lanu es Lapei, señora y guardiana de los volcanes. En cierta ocasión a la que nos estamos refiriendo, aún se encontraba en Nahu’ai.
Haka, diosa de la suerte, era otra de las hijas de Lanu, hermana por lo tanto de Lapei. Un día oyó hablar de Epea, la Bella. Esta era una mujer que vivía en la vecina isla de Riwu y que tenía una muy celebrada hermosura. Haka decidió entonces trasladarse a Riwu tomando forma de pájaro y, cuando vio a Epea, se enamoró al instante de ella. Se transformó en una bella mujer y le hizo la corte. Al principio Epea no le hacía caso, hasta que por fin Haka, rendida a sus pies, descubrió su identidad. Aquello impresionó a Epea, pero no estaba segura:
-Ya he cumplido veinte años. A partir de ahora mi belleza se irá marchitando poco a poco. ¿Me querrás igual cuando ya no me quede nada?
-¡Puedo mantenerte joven! No es difícil para mí con mi poder-contestó Haka.
-¿Quieres decir que no moriré?
-Eso no puedo prometértelo. Darte la juventud perpetua es fácil es una cuestión de suerte, y es fácil para mí. Pero ni la suerte permite eludir siempre a Puna. Cuando llegue tu momento, una gaviota te vendrá a buscar para llevarte hasta ella. Se puede intentar algo, pero no creo que funcione.
Entonces Epea mencionó a Kaumi, que ya entonces era el esposo secundario de Lanu, y en tiempos había sido el mayor de los jefes de la estirpe de Konju. Haka le explicó entonces que, en su condición de mortal, había muerto. Era después cuando había logrado, gracias a todos sus merecimientos y el recuerdo dejado en Nahu’ai, que Puna le liberara de su custodia, pero ya convertido en espíritu sin cuerpo. Y después de jurar a Tulaké que no revelaría nada de lo que había visto y oído en la Tierra de los Muertos, salió por la puerta de Aroba convertido en un dios. Solo entonces se casó realmente con Lanu de quien hasta entonces solo había sido amante.
Epea aceptó las condiciones y yació con Haka y vivieron juntas desde entonces durante muchos años, aunque se sabe que Epea tuvo varios amantes, algunos de los cuales le dieron hijos. Ello era así porque Haka iba muchas veces de un lado a otro, otorgando el don de la suerte a quien creía merecerlo. Siempre perdonó a Epea sus infidelidades, y cuidó de los hijos de ésta como si fueran suyos. Así es como apareció la casta de los bufones que sirven a los nobles, pues son hijos de la diosa de la suerte, pero adoptados, con lo cual no se les puede aplicar realmente los tabúes que afectan a la nobleza, pero tampoco pertenecen a la plebe.
Así estaban las cosas muchos años después. Entonces Lapei decidió irse a vivir a Riwu, dejando que el volcán de Nahu’ai se apagara.
Por aquellos entonces, Lapei tenía como pareja a Lakaué, un jefe del linaje de Konay. Lakaué no podía seguirla así como así durante el traslado y los amantes se separaron durante algún tiempo, es de suponer que no sin cierto alivio por parte de Lakaué, pues Lapei, como veremos, es muy caprichosa y exigente.
Cuando Lapei hubo construido su nueva casa en Riwu, se ocurrió mandar a Haka que fuera a buscar a Lakaué, pues para ella era más fácil desplazarse. Haka aceptó con la condición que Lapei se mantendría tranquila y el volcán inactivo, por lo menos hasta que ella volviera y que no dañaría los campos ni los bosques de Riwu y, sobre todo, que se preocuparía del bienestar de Epea. Pero cuando Haka llegó a Nahu’ai, se llevó una desagradable sorpresa. En aquella época, Kiv aún no había unificado políticamente la isla y, durante una disputa territorial con los bubantos, Lakaué había resultado muerto.
Haka empezó entonces a preguntar a todas las gaviotas. La idea era localizar a la que llevaba la chispa vital de Lakaué antes que llegara a presencia de Puna en el Inframundo. Por fin lo consiguió y logró convencer al pájaro en cuestión que le entregase lo que transportaba. Después, mezclando cenizas con arcilla y empleando sus poderes mágicos, consiguió devolver la vida a Lakaué. Era lo que pensaba intentar con Epea. Dudaba que Puna pudiera ser engañada durante mucho tiempo, pero al menos Lapei podría tener unos últimos momentos con su amante.
Pero Haka tardó mucho tiempo en hacer todo esto. Y las sospechas de Lapei se fueron convirtiendo en celos, que estallaron en una erupción volcánica como nunca se ha visto ni en Riwu, ni en Nahu’ai ni en ninguna otra parte. Bosques y campos ardieron y fueron arrasados y Epea murió junto con otros miles de hombres y mujeres de la isla. Cuando llegaron finalmente Haka y Lakaué, Lapei estaba fuera de todo control. Tanto, que cuando Haka le afeó que no hubiera cumplido su promesa y amenazó con devolver a Lakaué a presencia de Puna donde debería estar, Lapei simplemente enterró a Haka y Lakaué en lava ardiente. Ambos murieron.
Mientras tanto, Puna empezaba a extrañarse de la tardanza de Lakaué en venir a su presencia. Pues habían comparecido ante ella los demás muertos, incluido el que había matado a Lakaué, y le habían confirmado la muerte antes de llegada la hora que Puna tenía planeada para él. Entonces fue a Nahu’ai y, como no podía preguntar directamente a las gaviotas, pues éstas siempre huyen ante su presencia, inquirió a Nuran, hijo de Ronu, dios de la guerra. Nuran le confirmó la muerte, pues está presente en todas las batallas que libran los nacidos en Nahu’ai, que podía relatar minuto a minuto. Además, la muerte en combate de alguien como Lakaué no pasaba desapercibida. Nuran y Puna acudieron entonces a Ronu.
Ronu se comprometió a encontrar a Lakaué y llevarlo a presencia de Puna. Empezó por mandar a Nuran al lugar de la batalla, junto con algunos sepultureros. Estos sirvientes de Puna no pueden ser dañados por los fantasmas, pero hace falta un dios para obligar a partir a un espíritu recalcitrante que se niega a ser convencido. Ronu, por su parte, comenzó a interrogar a las gaviotas cuando vió lo que estaba sucediendo en Riwu, pues la isla amenazaba ya con estallar. Ronu no podía permitirlo, menos cuanto Nahu’ai podía verse afectada. Es muy difícil aplacar la cólera de Lapei. Hace falta un dios guerrero como su tío Ronu para hacerlo. Cuando consiguió por fin calmarla, ella le explicó todo entre sollozos de arrepentimiento.
Entonces Ronu extrajo de entre la lava las chispas vitales de Lakaué, Haka y Epea. La de Lakaué se la entregó a Puna. Los propios dioses cuidan de los dioses cuando estos mueren, pero a cambio de haber encontrado y traído a Lakaué obtuvo permiso de Puna para quedarse con la de Epea. Luego Ronu plantó en el mar dos enormes rocas de lava solidificada una frente a otra. Depositó en una la chispa vital de Haka y en la otra la de Epea, único modo que ambas estén juntas para siempre, convertidas en diosas-piedra. Desde entonces, invocar a la suerte es algo dudoso, pues Haka no siempre está en condiciones de escuchar la petición.
Estos peñascos siguen siendo visibles cuando uno llega por mar a Riwu desde Nahu’ai y sirven de recordatorio a Lapei, que sigue viviendo en Riwu, de las consecuencias de dejarse llevar por el mal temperamento y los celos infundados. Cuando los ven, los navegantes saludan a ambas, para que Haka les traiga suerte en la travesía.
Muchos descendientes de los hijos de Epea siguen viviendo en Nahu’ai, a dónde huyeron durante la catástrofe de Riwu y, por su condición de “hijos adoptivos” de Haka, sirven a los reyes de la isla.

Aquí acaba la Cuarta Saga.
En la siguiente, si los dioses lo permiten, sabremos mucho más de Kaumi.

Texto agregado el 02-04-2014, y leído por 100 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-04-2014 Sobre "El desastre de Riwu": Es una historia triste, muy en contraste de la anterior. Aquí ya es habitual el contacto entre humanos y dioses, incluso que se mezclen, se "hibriden" y se adopten. O sea, los semidioses y los gloriosos bendecidos por los dioses ya son habituales en la tierra. Anticipas -aunque no mucho- la suerte de Kaumi. Quiero saber de él!!! Jajaja. La reacción de Lapei deja claro que, aunque se comporten como personas, siguen siendo temibles y muy poderosas. Ikalinen
20-04-2014 Sobre "Los cerdos...": Me reí un rato largo (y eso que no soy Tulaké). Ha sido una vuelta a las andadas de los dioses, y me reafirmo en decir que me encanta el carácter irreverente de Tama-Eiki. Me resulta difícil creer que los Bubantos y los linajes de los tres hermanos vayan a convivir pacíficamente en Nahu’ai... Pero bueno, el comienzo parece prometedor, especialmente si salieron bien parados del ataque de ira de Kava Ikalinen
20-04-2014 Sobre "Kaumi y el Narun": Aquí los relatos se vuelven más humanos, y dejan atrás una parte de lo divino, dejándolos en meros entes de observación, pero no en personajes activos. Los grandes héroes mitológicos humanos tenían la virtud de enfrentar seres sobrenaturales con actos ingeniosos, y el de Kaumi lo es. Estoy deseando leer más historias suyas :) Ikalinen
 
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