Esta es una promesa que no debes romper, si alguna vez necesitas algo, si necesitas ayuda o si necesitas alguien que simplemente es a tu lado, me lo dirás, si mantienes esa promesa yo te prometo que siempre que pueda estaré para ti.
Andrés.

Eran justo las 11:09 de la noche cuando termine de escribir esta nota, la tome en mis manos y la releí cerré los ojos y deje que la música suave de ritmos jamaiquinos que sonaba en mi reproductor entrara por mis venas y recorriera cada centímetro de mi cuerpo, en mi mente la oscuridad absoluta se vio invadida por un torbellino de imágenes, de recuerdos de los últimos días, imágenes fugaces de sonrisas, de besos, de miradas.

***

Tan solo unas horas antes estábamos parados frente a frente, a mi espalda la oscuridad absoluta, a la de ella las miles de luces de la ciudad que hacían las veces de lienzo para el delicado dibujo de su silueta desnuda, como una metáfora perfecta de nuestro encuentro.

Nunca fue nuestra intención, nunca fue nuestro propósito, pero de alguna manera su luz y mi oscuridad se habían mezclado formando una tenue penumbra que envolvía nuestros cuerpos, nuestra mente y nuestra conciencia.

En medio de la penumbra no hubo miedo, no hubo arrepentimiento por lo que acababa de suceder sonreíamos amordazados por nuestras miradas ante el recuerdo del choque de nuestros cuerpos al ritmo del silencio y los gemidos mudos del placer.

Minutos antes recostados en el auto, su mirada evadía la mía mientras su cadera buscaba mi cuerpo, ella también sentía el culposo placer de consumirnos el uno en el otro, en el sistema de sonido del carro se escuchaba la voz de una mujer que repetía sin cesar “kuchi kuchi” al ritmo de una canción caribeña que jamás había escuchado, disfrute del movimiento lento y cadencioso de su cuerpo contra el mío, hasta que el lento baile nublo mi mente y mi vientre explotó en un cosquilleo intenso que se propago por todo mi cuerpo hasta salir expulsado por la punta de mis dedos, cansado la abrace mientras nos fundíamos en un tímido beso.

No entendía como habíamos llegado a eso, esa misma tarde comenzó hablando como dos colegiales durante horas, como si fuéramos viejos amigos que jamás nos habíamos encontrado antes, discutimos durante horas acerca de las cosas que en nuestra vida nos habían hecho ser lo que ahora somos, me contó sus miedos, sus sueños y sus fantasías, yo hice lo mismo con mis temores y mis anhelos, yo la escuchaba sin que ella supiera que la primera vez que la vi sonreí tan sinceramente como no lo hacía en años.

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Esa mañana, varias semanas antes, la ví, bajaba las escaleras con un pantalón alto, camisa de tiras, cabello negro tan oscuro como el mío, tacones de punta y una mirada arrasadora, lo primero que me llamo la atención fue su elegancia, su mirada altiva y su seriedad inalterable, por fuerza del destino tendríamos que compartir algún tiempo juntos durante los próximos meses, no sabía su nombre pero justo antes de que terminara su primera aparición en mi vida, un segundo antes de entrar a esa pequeña oficina donde tantas veces volvería, nuestras miradas se encontraron y por una milésima de segundo y un brillo casi imperceptible en el negro profundo de sus ojos supe que algo mas pasaría.

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Abrí los ojos y me encontré con el techo de mi habitación aun tenía la nota en mis manos y el reloj en mi muñeca marcaba las 11:35pm me levanté me puse un jean, tenis y una camisa a cuadros de esas que ella tanto odiaba, tomé las llaves del auto y me encaminé hacia su casa, 10 minutos después llegué y vi la luz de su habitación encendida sin embargo tomé la nota y la deslice por debajo de su puerta.

Al otro día al llegar a la oficina, me dijeron que había renunciado y se pensaba radicar en otra ciudad, cerró sus redes sociales, cambió su teléfono y su dirección dejando su antigua vida, esa en la que yo ocupaba una pequeña parte, atrás.

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Hoy, meses después a las 7:30am leí un mensaje en mi celular -Te necesito…- y volví a sonreír.