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Inicio / Cuenteros Locales / DelPielago / Leonardo Di Caprio tiene la Culpa

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1997 fue un año complicado, el fenómeno del niño vulneró al Perú, las noticias en los medios tenían otra tónica porque el gobierno de Fujimori silenciaba la libertad de expresión comprando la prensa y manipulándola; se estrenó "Titanic", la película más taquillera de todos los tiempos, el amor se me volvió comercial, llegó la pubertad, el segundo año de secundaria y por primera vez en mi vida me enamoré.
Fabiola Cabrera tenía los ojos más bonitos que yo había visto, negros azabache, su melena pomposa parecía flotar y el mismo efecto me provocaba verla sonreír.
Por aquellos tiempos el "Isabel La Católica", mi colegio, era una casa grande de 2 pisos, los menos de 150 niños que integraban el alumnado, pasaban el recreo en las gradas, en el pequeño patio, en los salones y en mi caso muchas veces en la Dirección. Hacía 3 años que había llegado a estudiar ahí, no sé cómo, no sé por qué, circunstancialmente el universo había decidido que Fabiola y yo crucemos nuestros caminos, en una escuela secundaria.
Junto a mis compinches, éramos los amos del colegio, y era lógico dado que éramos los mayores entre toda la plana estudiantil. La noticia de que nuevas niñas habían ingresado a 1° de secundaria, nos hacían sentir imponentes, una pandilla popular y respetada cómo en "Grease", claro yo imaginaba ser el John Travolta asediado por las adolescentes.
J, mi entrañable compañero de mataperradas, mi mejor amigo y hermano, volvía a escucharme una tarde de abril, mientras regresábamos llenos de los últimos raspones del fin de semana; me escuchaba siempre y en especial cuando hablábamos de chicas, pero aquella vez J miraba distinto, sus ojos parecían hacer el recorrido de un sendero imaginario y ese gesto atontado tenía una razón vital que poco después supe; Fabiola Cabrera nos hacía soñar a ambos.
Mi corazón debutaba con nuevos sentimientos, mientras en el primer recreo de 1997, en aquel colegio cerca a mi casa, sentía amor y el amor a esa edad, da dolor de estómago.
Hubo un momento en todo mi existir que me cambió para siempre, que delimitó y definió mi personalidad, mi actual forma de actuar y mis futuras decisiones. Como todo lo que es trascendental e inesperado en la vida; todo ocurrió de manera sorprendente.
Quisiera recordar exactamente los hechos de ese día, sin embargo años atrás decidí bloquearlos y hasta la fecha esa conversación con J se borró de mi calendario, solo para dar paso a una nueva etapa dónde la amistad y el amor transmutaron a clandestinos y difusos.
Por razones narrativas resumiré que a mí nadie me dijo nada, que lo que descubrí hubiera preferido no haberlo descubierto, porque aún duele saber que el mundo como lo ves no es así, que los que soñamos con monólogos internos mientras transitamos las avenidas y le imprimimos banda sonora a las escenas cotidianas, lo hacemos para difuminar los cuestionamientos diarios, los ¿por qué? sin respuesta, lo hacemos básicamente por necesidad creativa.
En fin, por esos días la historia de Fabiola, J y yo, no existía, el protagonismo de Travolta se lo llevaba J quién besaba a Fabiola y la hacía sentirse “Sandy” fresca y juvenil; por otra parte mi personaje no aparecía en el reparto, me dejaban sin musical, sin escenas ni líneas, me estaba quedando fuera del propio mundito que me había inventado.
Debo reconocer que asumir un protagónico en tu vida es grande, y a los trece años, nadie puede manejar tamaña responsabilidad, es por ello, que J, no logró sobreponerse a los antagónicos que iban apareciendo y quedó rezagado al rincón de los abandonados junto conmigo, de esa manera nos solidarizamos en odiar a P, el nuevo enamoradito de Fabiola Cabrera, esa aberración compartida nos volvió a unir, nos afianzó nuevamente como amigos y superar los problemas con un buen amigo te da la seguridad de que todo irá mejor.
El nuevo romance, me hizo pensar en un nuevo guión, en una nueva historia, P no calzaba con Travolta y siendo honesto, Fabiola Cabrera era una pésima Olivia Newton John. Ya no trataba de revivir y asociar escenas conocidas, comencé a explorar otras rutas, nuevos personajes, me sentía un pionero y sumada la salida de Fabiola del colegio antes de las vacaciones de medio año, mi mente se disipó, ya solo la veía alejada con P en las escaleras de su casa; en ese momento habíamos pasado del fulbito y rasguños a los cigarros y colonias con aromas amaderados, nuevas chicas, nuevos personajes, la incomodidad se me iba pasando rápido, así como los meses, con el amor de P y Fabiola sufriendo cambios, discusiones yn aruptura definitiva, empecé a cuestionarme ¿Habría dejado yo de sentir algo por ella?
Hasta el momento Fabiola y su hermana Claudia eran dos niñas que saludaba, a Claudia con mayor facilidad, sin embargo, la pubertad te apertura a sensaciones instintivas y a decisiones avezadas, semanas después ya con Fabiola libre nuevamente comencé a acercarme a ella, a ser su amigo. Ella reía de mis estupideces bufonescas que la hacían estallar de júbilo y yo la quería como siempre, pero ahora podría tener cierta ventaja en conquistarla, en tenerla, me lo había ganado a pulso.
Y el momento de comprobarlo sería la noche del estreno de “Titanic”. Habíamos quedado en que iríamos sábado a la función de vermut, traté de convencer a J que me acompañara, pues Fabiola necesariamente sería escoltada por su hermana Claudia. J no se negó, de hecho el tema Fabiola para él había sido de mero trámite, una superación de un par de días, personalmente me había dado cuenta que mi amor por la chica de ojos negros era más fuerte, ahora estaba en ventaja, era dueño de su sonrisa y de su brazo izquierdo que siempre me sostenía, pero necesitaba una señal, una motivación externa, por eso no dude ni un segundo cuando leía las reseñas de la prensa: “Una amor a prueba de todo”, “Fascinante y emocionante de principio a fin”, para mí solo era una peliculita de mierda que al estrenarse y me iba a poner en el escenario perfecto.
Ya tenía todo planificado en mi mente, la labor asignada a J (llevarse a Claudia por otro lado, “cáele si quieres…”) la última fila de la sala en penumbra, los boletos comprados con anticipación…todo resultaba perfecto, mi confianza iba en aumento a medida que pasaban las horas del día del estreno.
Que las cosas hayan estado marchando bien no me había sorprendido en absoluto, sentía que lo merecía, había sido un buen amigo con J, incluso con Fabiola; había sido justo conmigo mismo asumiendo un papel reflexivo y determinante, me estaba fabricando ese momento de gloria, empezaba a sonreír, cuando al doblar la esquina previa del punto de encuentro con mi chica de ojos y cabello azabache, casi se me cae la cara de la impresión.
Una decena de los chicos y chicas del barrio reían estruendosamente, Fabiola reía con ellos; traté de reincorporarme y pensar que ahora que ella era mi amiga, no podría fallarme en la cita, lo que no pensaba era que todos esos mocosos ruidosos también nos acompañarían; J y Claudia Cabrera con ellos. Saludé a mis amigos y escuché de la voz de la propia Fabiola: “Bueno, ¡Estamos completos!”
Bufé como una vaca y asentí amable, tres taxis nos llevaron a toda la compañía, quienes escandalosos nos dirigíamos a ver la mentada cinta, la niña Fabiola Cabrera a mi lado y yo en silencio, pensando en mi estúpido plan arruinado; Leonardo Di Caprio, nos esperaba en el Cine Tropical, para hacerme dar cuenta de que el amor a esa edad aparentemente no duele tanto cómo una hipotermia.
Una función interminable en la que me pasé intentando buscar la mirada de Fabiola que no se desprendía de la pantalla gigantesca, el clásico amague de tomar su mano inútilmente, más de dos horas atormentándome con lágrimas y suspiros por el flacucho rubio rompecorazones de Leo. Finalmente al salir del cine, y nuevamente en el taxi regresábamos al barrio, está vez todos los del grupo estábamos invadidos por un silencio tranquilizador. Cada uno se fue despidiendo y ahí nos encontrábamos al final Fabiola Cabrera y yo, en el silencio de la noche, luego de unos segundos a solas y sin emitir palabra alguna, motivado por Di Caprio, la tomé de la mano, ella me miró encendida y temerosa, yo tragué saliva y grite: ¡Titanic! y empezamos a correr como locos por toda la calle, yo me sentí un idiota, pero aprendí una nueva excusa para jugar con ella.
Lo que nunca aprendí fue a que me viera distinto; luego de aquella noche las cosas entre Fabiola y yo se mantuvieron iguales por algún tiempo más; nuevos antagonistas irrumpieron en nuestra historia y ella comenzó a vivir su propio film, primero con Jorge, un amigo que a veces acompañaba al grupo y luego con Manuel, un chico mayor que nosotros, quién con finalmente se casó años después.
Cada recuerdo de 1997 es de Fabiola.
A los trece años, me rompieron el corazón por primera vez, en cuatro ocasiones, una sola chica, a esa edad el amor también puede doler en el pecho y puede doler medio año más. ¿Hubiera podido soportarlo Di Caprio?

Texto agregado el 01-04-2014, y leído por 213 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-04-2014 Buenìsimo.!!!! Me prendì con la historia. Muy bien contada. Las palabras justas. Si te sirve de consuelo, una vez me dejaron por Luis Miguel jaaaa! danielkm
01-04-2014 Felicitaciones. Le das fluidez, humor, ese ambiente especial que dan los recuerdos de adolescencia, y mantienes la atención del lector. NeweN
 
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