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Recuerdo que era un día lunes en que amanecí tan tensa, que parecía un tendón de gallina. Tenía el ánimo por los suelos porque mi cuenta de banco y mi estómago estaban tan vacíos como un pocito sin agua. Me apenaba no disponer ni para el desayuno de ese día y el hambre sí que era apremiante.

Había estado desempleada durante cinco meses, hasta que ese mismo día lunes, por la tarde, me llamaron para empezar a trabajar.

-Camila, te necesitamos, hay mucho trabajo por hacer, tienes que venir mañana temprano.

Después de colgar el teléfono brinqué de puro júbilo hasta la corniza de mi humilde morada y grité !al fin tengo algo!.

La muchacha que nos agrupa dice que mi trabajo queda al otro lado de Manhatttan, en la pequeña isla de Staten Island, cruzando el puente que va por encima del rio Hudson. Lo acepto sin preguntar lo que tendré que hacer ni cuánto ganaré. Sólo me alumbran dos dólares y me urge comer. En otra época hubiera preguntado por estos detalles, pero ahora los tiempos cambiaron y mi necesidad es mas grande que estas pequeñeces.

Me paro junto a los demás trabajadores, afuera en la calle, a esperar subir al bus escolar de color amarillo que nos llevará a ese lugar. El trayecto desde este barrio de pobres, a la isla, demora como dos horas, pero no me importa. Subimos a tropel al bus, casi empujándonos unos a otros, en busca del mejor lugar al lado de la ventana. Ya sentados, se oye una voz chillona de mujer llamando a los que están presentes. Escucho que grita mi nombre a todo pulmón.

-!Camila Benavides del Corral!.

-!Presente!, Le digo gritando yo también para dejarme escuchar en medio de ese bullicioso enjambre de voces.

A mi lado se sienta una señora con el rostro de un rojo pimiento, muy intenso y peculiar. Mis ojos se quedan petrificados al ver, justo a lado de la comisura de sus labios, un grano que le sobresale como una estaca, clavado por la naturaleza. !Hay! Traté de discimular el pánico que me dió al verla a mi lado.

-Me llamo Rhina –me dijo con alegría.

-Yo soy Camila. Disculpa, pero yo solo estaba miran…

-No te preocupes. Mi grano y el color de mi cara no los puedo ocultar. La gente mira y eso me da gracia. Detrás de esa fealdad hay toda una historia. Repito, no te apenes por eso.

-Celebro tu buen humor, le dije entrando en confianza.

-Esta es parte de mi historia que espero no te aburra escuchar, mientras dura el trayecto. Te diré cómo fué que mi rostro cambió, inesperadamente su color natural a este otro, que me imagino, te habrá impresionado.

-Lo que sucede es que…

-Escucha esto. Iba caminando por la playa, junto a mi esposo y mis dos gemelos, cuando en eso me desmayé y caí como un tamal aplanado, sobre la arena. Desde ese día –que prometía ser familiarmente esplendoroso- se convirtió en un calvario para mi familia.
El medico le dijo a mi esposo
–don Anselmo, su esposa ha sufrido el bloqueo de tres arterias del cerebro. La sangre ha dejado de irrigar esa zona vital, por razones que estamos averiguando. Si se demoraba un poco más, doña Rhina quedaba sin vida. Ahora se encuentra en coma, no mueve ninguno de sus musculos.

-¿Durante cuánto tiempo estará así, doctor?

-Lo ignoro. Lamento decirle que su esposa será un vegetal por tiempo indefinido. No le doy muchas esperanzas, don Anselmo. Usted decida lo conveniente.

Desde ese día, mi esposo se dedicó a cuidar íntegramente de mí. Yo era su eje principal. Asi me lo dijeron después, nuestros amigos, mi familia, las enfermeras y compañeros que se rendían de admiración por ese cuadro de abnegación que Anselmo me prodigaba. Su tiempo lo compartía, igualmente, con nuestros gemelos. !No sé qué hubiese sido de mí sin Anselmo a mi lado!, sobre todo, en este país americano, en donde cada uno vive su vida, concentrado en sus propios asuntos, donde el tiempo solo tiene el rostro de los dolares. Nadie está pendiente del otro. No hay vecinos, familiares o amigos que estén al tanto de tus desgracias. Considero que fué una suerte que yo no quedara a mi suerte, en completo abandono, o tal vez, arrinconada en un asilo.

Con el transcurso de los meses, como es natural, las energias de mi esposo fueron agotándose poco a poco.

Hubieron noches en que el sueño lo dejaba entumecido en el sofa, sin fuerzas para venir al hospital. Mi prima Laurita, conciente de la situación, venía preocupada para ayudarlo en los quehaceres de la casa, preparaba la comida, llevaba y recogía a los chicos del colegio, incluso, les ayudaba con sus tareas. Su presencia fué necesaria en el momento en que mi esposo tenía el peso de muchas obligaciones.

Las frecuentes visitas que hizo a mi casa, despertaron en Anselmo una atracción fatal hacia mi agraciada y jóven prima. Fué inevitable que ambos se rindieran ante los alucinantes brazos de un idilio que empezó a crecer. Un sentimiento de amor los envolvió lentamente, como un largo y delicado velo de novia. Ni ellos mismos se dieron cuenta de la forma en que ese romance nació y se fortaleció con el transcurso de los meses.

Habían pasado seis años sin que hubiese respuesta favorable de mi parte. Un día, en que la esperanza de mi recuperación se hacía remota, el doctor facultó a mi esposo desconectar el oxígeno por haber pasado el tiempo límite para que mi cuerpo tuviera alguna esperanza de vida.

-Deje de sufrir, don Anselmo. Solo hay una frustaciٴon de vida, postrada en esa cama –le dijo el doctor con resignación, dándole palmaditas de alivio en el hombro-. !Han pasado seis años y todo sigue igual!

-No, doctor. Yo no tengo valor para autorizar que mi esposa deje de vivir. !No soy nadie para eso!. Dejo en manos de Dios la existencia de mi esposa, para que disponga lo conveniente. !Es la madre de mis hijos!.

Fué un domingo, cuando ellos –Anselmo, Laurita y los chicos- venían a verme con el cura para la misa de salud, que solían hacerme cada fin de mes- en que yo sentí la gota helada del agua bendita caer sobre mi frente. Mi cuerpo se estremeció y una fuerza me impulsó a salir de la oscuridad, hacia la superficie de la vida, como el brote de un capullo a una flor.

-!Rhina ha despertado!.

Todos me abrazaron efusivamente. Mis gemelos fueron los primeros en poner sus boquitas tiernas sobre mi rostro “para que mami no se vuelva a escapar a la otra vida”. En cuanto a Anselmo y Laurita, se miraban continuamente, mezcla de incómodo y entusiasmo de verme de nuevo a la vida.

El problema fué cuando fuimos todos a casa. El ambiente hogareño era diferente al que yo dejé, mi esposo estaba distraído todo el tiempo, su espíritu volaba como ausente. El Anselmo de aquellos dias dejó de tener el mismo cuidado conmigo y con los niños. Me endosó toda la carga que había soportado durante esos años. Sin discimular su verdadero sentimiento hacia mi prima, me dejó perpleja cuando me dijo.

-Estoy enamorado de Laurita. No imaginé ni creí en tu repentina recuperación. Por eso, me rendí ante este nuevo romance, senti que tenia derecho a una gota de felicidad en medio de ese mar helado que se convirtió mi vida cuando no contaba con tu apoyo. Ahora que puedes valerte por tí misma, estoy tranquilo; por eso mismo me voy de casa. No me siento mal por esta decisión. Siempre estaré pendiente de ustedes y vendré a visitar a mis hijos los fines de semana. !Cuídate, Rhina!.

Luché con todas mis fuerzas, tratando de recuperar el tiempo en que estuve inutilizada. Tenía dos trabajos para que nada faltara en casa; mis hijos quedaron al cuidado de una hermana solterona que no quería saber nada de galanes ni de matrimonios. Pasaron los años y logré que los chicos ingresaran a la universidad para que siguieran la carrera de neurología que tanto ansiaban.

-¿Y que fué de Anselmo y Laurita? –le pregunté con ansiedad antes que el bus llegara a su destino.

-Ellos llegaron a tener una hija –Angelita- tan preciosa como su madre. Luego me dijeron que al poco tiempo de mi separación, Laura empezó a tener los mismos síntomas que yo tuve aquel día en que me desmayé en la playa. Estando en el mercado, a punto de pagar al cajero, sufrió un desmayo y un servero bloqueo de la respiración.

Quedó inutilizada por una parálisis irreversible, que duró muchos años. El pobre Anselmo volvió a enfrentar la enfermedad de su segunda esposa, con el mismo valor y dedicación que lo hizo conmigo.

-Tal vez recibió su merecido, por haberte abandonado por tu prima. !Se aprovechó de tu enfermedad para hacer de las suyas, el muy zamarro!.

-Te equivocas, Camila. Yo pienso que estuvo en su derecho. Laurita fué el único consuelo que tuvo a su lado para amortiguar la tremenda carga familiar que tenía en ese momento. Es comprensible que Anselmo haya concentrado su atención en sus atractivos, para compensar el vacío que yo había dejado. Incluso, creo que otro hombre !ya me hubiera abandonado!. Hizo bastante con estar al frente del hogar durante el tiempo en que yo estuve postrada. Valoro su coraje, frente a semejante drama familiar. Lamento que luego Anselmo volviera de nuevo, a su lucha familiar. Recorrió un camino que ya conocía, solo que esta vez , al estar absorvido por el cuidado de Laura, tenía que dejar a la pobre Angelita en casa casi todo el día.

-¿No lo consideras un castigo entonces?

-No. En el fondo es un hombre bueno. Cuidó de mí y de sus hijos. Mas bien me apena que después de salir de una pena, pasara a otra, todavía mas grave y dolorosa.

-Tienes razón. Viéndolo bien, Anselmo se portó bien. !Ha sido buen esposo y excelente padre!. Lo que no me queda claro es porqué piensas que el drama de Laura es mas grave si ambas sufrieron la misma enfermedad, tuvieron iguales sintomas y permanecieron postradas en cama por unos años?

-El cuerpo de Laura no toleró la vida artificial que los medicos le dieron y resulta que un día domingo, estando todos rodeando su cama, la muerte se la llevó cautelosamente, para desdicha nuestra.

-Pensé que ella, al igual que tu, seguía viviendo con Anselmo. !Cómo debe haberse sentido el pobre con ese gran vacío!.

-Ese hombre quedó devastado.

-Falta poco para llegar, ya hemos atravezado Brooklyn, Queens y el Bronx. Tienes poco tiempo para contarme de Angelita. ¿Qué fue de ella?

-En reciprocidad a lo que Laura había hecho por mis hijos en el peor momento de mi vida, me dediqué a cuidar de la niña. Durante ese tiempo, Angelita fue la luz que me hacía recordar a su madre. A ella le hubiera gustado que cuidaran de su hija y creo que no la decepcioné. Asumí ese reto con el mayor gusto.

-¿Y los gemelos quieren a la niña?

Es la hermana menor que siempre quisieron tener, la protegen como dos guardianes frente a su dama.

Hemos llegado al trabajo. La historia de la vida de Rhina justamente llega a su final cuando escuchamos la voz chillona de la muchacha que vocifera decenfrenadamente !bájense todos, llegamos a la fábrica de pelucas!.

-Camila, nos vemos a la salida. Tratemos de sentarnos juntas para que sigamos con nuestra charla. Nos vemos amiga.

Por la tarde, ya de regreso a casa, un carro negro esperaba por Rhina detrás del bus amarillo. Ella, muy rauda, se despidió de su compañera con un besito en su tersa mejilla.

En el carro la esperaba su esposo. Muy galantemente, se bajó para abrir la puerta a Rhina y conducirla a ese hogar que esperaba por ellos.

La dicha de Anselmo quedó asegurada con su reciente matrimonio, con aquella su primera durmiente.

Texto agregado el 31-03-2014, y leído por 307 visitantes. (10 votos)


Lectores Opinan
06-05-2014 Las cosas que uno aprende 'mientras dura el trayecto'... ¡Muy bueno, tu aleccionador texto! raulrojas
27-04-2014 Lo más interesante de este relato, desde mi perspectiva, es el tratamiento dado al lado humano de lo que se ventila. Gran lección para meditar. Un abrazo, mi querida. SOFIAMA
23-04-2014 Aun me quedan duda sobre la enfermedad que atacò a ambas mujeres. Interesante texto. Un placer leerte. rhcastro
10-04-2014 ¡ Qué bien !, en una trama donde parece haber culpables todos actuaron bien. Me gusto mucho la secuencia, fue muy amena. Cinco aullidos durmientes yar
08-04-2014 Tu narración me resultó cautivante, me atrapo de principio a fin, me quedé pensando en lo mismo que menciona jaeltete. Felicito tu pluma narrativa. Un abrazo cariñoso. gsap
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