La discromía de una señora que iba a tomar un vuelo por encima del océano atlántico, no iba a ser algo importante para lo que iba a suceder. Personas de más de diez nacionalidades se subieron a ese aeroplano, uno que ese día tenía como objetivo personas turistas. Uno de los pasajeros padecía de hipoestesia, sin embargo, esto no le impediría sentir la fatalidad de su sistema nervioso. Otro de los viajeros, padecía de leucopenia, pero el mar no se fijaría en ese detalle. Ese día nadie sería parco para expresar su desesperación ante la mayor impotencia. El vuelo no tuvo ningún retraso de consideración, a la hora que se indicaba en el tablero, el avión despegó, con todos sus puestos ocupados.

Un Dios bueno, no hubiera autorizado el despegue de esa aeronave, pero el jefe de mantenimiento dio la correspondiente autorización para que el avión iniciara su trayecto. En la máquina había un joven que siempre que viajaba en ese medio de transporte sentía vértigo, especialmente en el ascenso y el descenso, y todo el tiempo de recorrido sentía un gran mareo, ese día sí sentiría el descenso pero sería mucho más abrupto. A todos les quedaría claro que no fueron finiseculares los accidentes de aviones. No habrían lizas en los últimos momentos, todos tendrían un solo objetivo; el de evitar morir. También viajaba allí un músico que tocaba el oficleide muy bien; lastimosamente ninguna melodía podría expresar el desespero que sentiría.

Ninguno de los viajeros podría volver a desquitarse zurriagando a un animalito, ahora tendrían que afrontar el dolor que pueden experimentar ellos y nosotros. De la misma manera. Ni siquiera uno de los viajantes había estado en una correccional, ninguno tenía antecedentes penales; se podría decir que de acuerdo al estándar general de la sociedad “eran buenas personas”, pero la naturaleza no entiende eso. La uricemia de un anciano que iba en los puestos de atrás, no volvería a ocasionarle problemas, mejor dicho, todos sus problemas terminarían. Como el vuelo era largo, tenían preparado bofe como plato fuerte; lo que ninguno de ellos sabía era que los pulmones que serían comidos, eran los de ellos por los tiburones de la zona.

Desafortunadamente, en el sitio, tampoco había un gendarme para poner orden a la emergencia; ninguna autoridad se hizo presente para buscar que el crimen no fuera cometido; para la muerte matar es legal y en cualquier circunstancia. Habían tres roperos pasajeros en el lugar, no obstante, su fuerza no podría vencer a la gravedad y a la falla mecánica del vehículo. A las dos horas desde que el vuelo empezó a ascender se dio el desastre, una falla hizo que el avión cayera en picada de un momento a otro. Fueron muy pocos segundos, los que se el vehículo se demoró en caer el agua; algunos alcanzaron a hacer una breve oración, los niños y las mujeres gritaban desaforados. Los hombres intentaban contener la calma, pero sudaban como si estuvieran en una sauna. Las azafatas se escondieron en los baños. Finalmente el avión cayó al agua y explotó en mil pedazos igual que los pasajeros y la tripulación. Más números en la lista de la parca; mientras cada uno de ellos era despedazado, nadie pensó en los problemas de los números primos.