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El dolor de cabeza era insoportable, yo lo atribuía a la rutina y al tedio laboral. Por aquellos días, la única forma de volver a la normalidad, al menos para mí, era ingerir alcohol en demasía, sin importar con quien ni donde, de algún modo provocaba que toda la mierda se desvaneciera, como tirar la cadena luego de haber cagado, solo un par de vueltas y el producto de tu digestión se marchaba sin más.
Consulté la hora en mi teléfono celular, 20:45 hrs., apagué el notebook con algo de alivio y le dije adiós a otra jornada de estrés. Como buen viernes, conocía mi próxima parada, uno que otro bar de la ciudad en el cual sumergir derrota y reemplazarla por intervalos de goce.
Saqué las llaves de mi automóvil, un Wolkswagen gol de color gris-grafito, me detuve frente a la puerta del mismo, no lo pensé demasiado, decidí que caminaría, la conducción ya me tenía algo enfermo. El bar más cercano quedaba a tan solo cuatro cuadras de distancia, no era mucho.
Inicié el recorrido y un perro se pegó a mí, me pareció agradable, su pelaje de color negro brillaba a pesar de la escasez solar, sus patas eran firmes y podías oír como la calle crujía cada vez que las movía. Me siguió durante la totalidad del trayecto, como un aliado que no conoce el cansancio.
Entré al bar y el perro se fue, escuché el crujir del cemento a medida que se alejaba. Me ubiqué en una mesa cercana al wurtlitzer, no habían muchas personas, tampoco me importaba que las hubiera. Se acercó un tipo algo viejo y me preguntó que deseaba, le pedí un whisky y algo de bebida negra para combinar. Mientras esperaba, noté que un par de mesas a mi derecha, se encontraba sentada una mujer de aproximadamente 29 años, nada atractiva por cierto, lloraba disimuladamente, sus lágrimas caían una tras otra al interior de un vaso que sostenía entre sus manos, creo que estaba bebiendo ron. En ese momento, apareció frente a ella un sujeto de similar edad, cuyo rostro daba la impresión de amargura incontenible, uno peor que yo pensé. Entonces, agudicé el oído en el mismo instante en que ella le dirigió la palabra:
-No puedo seguir con esto, soy una inútil, una enferma, una mierda, debes buscar a otra, alguien que no esté seca como yo.
-No seas tonta -dijo él, -que seas infértil no te convierte en una enferma, por favor deja de decir estupideces y volvamos a casa, quiero estar contigo, en verdad quiero estar contigo.
Ella se levantó bruscamente y salió corriendo del bar, aún lloraba, él se sentó y comenzó a beber el trago que había quedado abandonado en la mesa de la discordia, no demoró mucho, lo vació y se largó, sentí como su espíritu se quebrajaba al pasar por mi lado.
Llegó mi whisky y entré en acción, un sorbo bastó para dejarlo hasta la mitad, me acompañé de un cigarrillo, todo era majestuoso, estaba tan concentrado en mi afán de liberación absoluta, que me era imposible distinguir el bullicio ambiente de mis propios pensamientos. Di otro buen sorbo al seductor frasco y acabé con su estadía, percibí el regocijo en mi paladar. Que sabroso es poder tener un momento de desvanecimiento, sin distracciones, sin esperar algo, sin aglomeraciones de ridículas formas de vida, sin oxígeno contaminado por las venenosas opiniones de venenosos hijos de puta.
Pedí otro whisky para continuar mi paseo por el edén, el tipo me lo trajo en un santiamén, casi corriendo, deduje que conocía mi intención de deshacerme de una no despreciable suma de dinero, seguramente se aprestaba a ser el digno receptor de una motivadora propina.
Sostuve el vaso a la altura de mi cara, lo moví dócilmente de lado a lado, una pizca de licor se levantó y escapó del recipiente, pude notar como me sonreía a medida que caía, frágilmente. Finalmente aterrizó en mi pulgar derecho, sentí su frescura recorrer mi mano entera, acariciando mi entusiasmo y entablando tierna conversación con mi ego.
Cerré los ojos y bebí un poco, no tragué el líquido inmediatamente, esta vez lo dejé reposar un instante en mi boca, luego volví a abrirlos y deposité la droga en el fondo de mi cordura. Encendí otro cigarrillo y acomodé la espalda en el asiento, sentí un leve mareo, al principio tuve la idea que era efecto del alcohol, pero pronto descubrí que la verdadera causa provenía de un extraño perfume que se encontraba depositado en el aire, indescifrable, indescriptible, distinto a cualquier otro conocido por el hombre. Intenté ubicar su fuente de origen y al examinar el entorno del bar la vi, allí sentada en apacible soledad, en un rincón poco iluminado, impoluta, vestida con ropas negras, hermosa, bebiendo tranquila, sin inquietarse, parecía que ninguno de los presentes a excepción mía podía notar su presencia, ojalá se acostara con mi miseria pensé, sus ojos se confundían con el humo de fumadores, su pelo oscuro descansaba en sus hombros, no era muy alta, pero para mí era lo más grande que ocurría desde que descubrí la existencia de la música. La miré sin mover ningún músculo durante cinco minutos y 16 segundos exactos, entonces el temblor de mis piernas, hasta ese momento imaginario, se hizo realidad cuando ella me regaló una mirada, su boca dijo algo que no alcancé a distinguir, se levantó, caminó hacia mí, se sentó a mi lado y me habló:
-Te he estado buscando, eres parte de mí y yo soy parte tuya, tengo muchos nombres pero para ti seré Hoja, Hoja En Blanco, si quieres puedes llamarme BLANCA, me gusta ese nombre.
Dude por un momento, ¿qué significaba todo esto?, ¿acaso era otro de mis sueños sin sentido?, ¿otra alucinación?. Observé a las demás personas y todos se veían normales, conversando, riendo, gritando, ebrios.
-No dirás nada -preguntó ella.
-Disculpa, mi nombre es Hemis, Aníbal Hemis, -le contesté, -creo que te has equivocado de sujeto, no conozco tu cara ni tu nombre, perdón.
-Pero que tonto, no tengas miedo de hablar conmigo, en realidad tú eres el único que conoce quien soy en verdad, eres mi conexión con este mundo, ¿no me recuerdas?, he estado contigo siempre, yo soy la música, soy tu refugio, soy la llama de cada vela que enciendes cuando escribes, soy tu danza.
Sus palabras se arraigaron en mi cabeza, me enamoré de su voz y de ella, por alguna extraña razón creí haber estado en su compañía anteriormente, me sentía limpio, absorto, cálido.
-¿No me invitarás a tu departamento? -agregó, -lejos de esta mierda.
- Al parecer conoces todo acerca de mí, bueno, tengo algo de whisky si te apetece -le dije.
Sonrió y me tomó de la mano, pagué la cuenta y dejé algo de dinero en la mesa. Salimos del bar y caminamos durante unos minutos hacia mi automóvil, siempre en silencio, yo estaba nervioso, ella no.
Nos subimos y llegamos a mi morada, fue el viaje más corto que he realizado. Estacioné el vehículo y subimos rápidamente al departamento, ya estábamos los dos en uno de los tantos sectores antiguos de Estación Central, apartados de la desgracia y del cuestionamiento. Le ofrecí un trago y aceptó, fui a la cocina a prepararlos mientras ella operaba la radio y colocaba algo de música, escuché a Nina Simone, buena elección pensé. Volví a su encuentro con los tragos en la mano, aún desorientado por lo inusual de la situación, dejé su vaso en un velador que tengo en el living-comedor, el cual de vez en cuando utilizo como mesa. No soy poseedor de muchos muebles, por no decir ninguno.
Comenzó a bailar al mismo tiempo que yo me recostaba en un viejo sofá-cama, su baile me hizo volar, estaba embriagado por su dulzura, bello bellísimo, bella bellísima. Se acercó a mí una vez más y me besó, sentí su verdad, su detonación de emociones que se volvieron mías, sus caricias, su cuerpo, sus ganas de rescatarme de la locura, su ambición por abrigarse con mi destino. Nos despojamos de la ropa y comenzamos a hacerlo, era estremecedor, completamente agradable, cada parte de su perfecto cuerpo se conectaba con el mío, era asombroso, sentía mi sangre calentarse de a poco, hasta que dimos cabida a una de las mayores explosiones en la historia, más que Nagasaki e Hiroshima, más que el Bing-Bang, algo totalmente inverosímil.
-Te amo -le dije, -siempre te he amado.
-Ya lo sé -me respondió, -soy tuya y tú eres mío, no podía ser de otra forma.
La abracé y me sonrió, me pidió que jamás la soltara de nuevo, se lo prometí, jamás la soltaría de nuevo. No dijimos nada durante horas, solo nos quedamos allí, abrazados, acostados en el viejo sofá-cama, en mi departamento sin muebles, oyendo la música y nuestra respiración, mezclando nuestro sudor. Entrelazó sus dedos con los míos y mencionó mi nombre, me dijo que le gustaba, entonces sus ojos emitieron un destello tan armónico, que produjeron en mí una especie de somnolencia y me dormí sin más.
Al despertar me encontraba sólo, tendido en aquel aposento improvisado, pero me sentía vigoroso, estable, real, ¿habrá sido todo un buen sueño?
Me levanté y una hoja que descansaba en mi pecho cayó al suelo, la recogí, estaba en blanco, entonces lo comprendí, abrí el velador y saqué un lápiz. BLANCA quería que escribiera nuestra historia y eso fue lo que hice.

Texto agregado el 29-03-2014, y leído por 143 visitantes. (0 votos)


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