Su madre tampoco se resistió a la tentación de la simetría y vistió igual a los deseados gemelos idénticos desde su nacimiento. Las bromas de quién era Pepe y quién Rául eran el aburrido pan de cada día. Su madre aseguraba que Pepe era mucho más inteligente. Decía que veía su inteligencia en el brillo de sus ojos, pero para el resto del mundo solo eran dos gemelos idénticos más.
Hoy en día, que todos los padrea fotografían a sus retoños cincuenta veces al día inmortalizando su primer... su primer todo, el problema hubiera saltado mucho antes.
Pero la primera vez que los gemelos se fotografiaron fue en su primera comunión.
La foto de Raúl era perfecta: el rosario de nácar y el traje de marinero enmarcaban una cara angelical con su barbilla ligeramente elevada, con su pelo recién cortado brillante y su mirada mística escudriñando las inmensidades del universo.
Era perfecta y todos coincidieron.
El problema llegó con Pepe. En su fotografía el que aparecía vestido de marinero con el rosario de nácar en la mano era un monstruo verde con cara de sapo. Tenía una enorme papada rosada que contrastaba con el verde eléctrico de las enormes bolsas que colgaban de sus ojos.
Repitieron la foto mil veces, con todo tipo de luces y objetivos y los resultados siempre mostraban aquel repulsivo sapo verde.
Pese a los esfuerzos de la madre en los recordatorios de los dos gemelos colocaron la perfecta foto de Rául y nadie notó la diferencia.