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(Continuación de "Despertar.")
Sin entender ni un ápice de la situación en la que me veía envuelto, me encontré intentando recordar cómo había llegado allí, o en donde me encontraba, fue entonces cuando aparté la vista de la pistola y observé el paisaje que me envolvía con sus garras congeladas y sus portentosos colores, sin embargo, aquel paraje desolado, en donde me erguía como una sombra solitaria, me sorprendió y confundió por parte iguales, pues más que una imagen terrestre casual, aquello parecía ser el más puro extracto onírico de un hombre soñador. A mis costados, y rodeándome hasta diluirse sobre el horizonte, unas montañas colosales y puntiagudas de color blanco se alzaban hasta el cielo bañadas por la nieve en su totalidad, donde sus puntas afiladas rasgaban las nubes negras. Sus costados eran tan empinados e inaccesibles que nacían del suelo en anchas bases y se iban deshaciendo en forma de grandes triángulos hasta llegar a la punta con una estructura tan perfecta y pulida que aterraban y deslumbraban por su carácter sobrenatural. Dispuestas sobre un cielo oscuro y rojizo como la sangre, donde las nubes se incendiaban y los restos oscuros llovían en cenizas sobre las cumbres, las montañas parecían ser recortes hechos a tijera y pegados en aquella lámina escarlata, pues sus presencias eran tan contrapuestas que costaba creer que compartían un mismo plano.
Con la arena oscura empezando a hundirme los pies, bajé la vista y lentamente comencé a posar el revólver sobre el suelo, pero en cuanto estaba a punto de soltarlo, vi como un fino hilo de humo gris ascendía desde el cañón del mismo. Toqué apenas levemente el acero de la punta y retiré la mano al instante. El acero me había quemado. La pistola aun estaba caliente... Había sido disparada recientemente.
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