TRANSMUTACIÓN
Fui Tánatos una vez.
Mi antorcha de negra lumbre,
Me guiaba al nefasto hombre,
por Átropos designado.
Para llevarlo al Leteo,
a las invertidas cumbres.
Con un beso de cicuta,
como era la mía costumbre,
Quedaba en el mismo instante,
su cuerpo petrificado.
Fui Tántalo, sí, también.
En una agradable cena,
Probé el amor de los dioses,
las uvas y albaricoques.
Mas divulgué sus arcanos
y recibí mi condena:
Que cuando el hambre apuñale,
en movedizas arenas,
¡Tan cerca el fruto y su copa,
hundido, jamás los toque!
Entonces fui Midas, rey.
Cileno fue mi invitado.
En pantagruélicas mesas,
bebimos hasta el cansancio.
Dioniso, que era su hijo,
por ese favor prestado,
“Será de oro” -me dijo-
“Aquello cuanto has rozado.”
Pero entendí que tal lujo
Sabíame seco y rancio.
¡Y tú, divina Gorgona,
cabello nido de cobras!
Un mesmerismo de escamas,
pupilas como el citrino.
Te me apareciste un día,
con tu caudal de maniobras,
A conquistarme la vida
a desterrar mi zozobra.
Y transformarme en el hombre,
que al fin designó Destino.
Pues no era el toque de muerte,
tampoco el saber prohibido.
Ni era el metal de alquimia,
lo que en mi interior deseaba.
Era una simple caricia
de novia en el pecho herido.
Por eso soy Pigmalión,
Un beso te ha revivido
¡Despierta mi Galatea,
tú eres lo que buscaba!
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