Harto de que le indujeran el pensamiento, salió a la calle en pijama a dar una vuelta por la manzana. Fue el único instante en que operaba al revés el fenómeno mentado.
Al día siguiente se despertó en medio de una habitación inusualmente concurrida en la que no faltaba un psicólogo de la seguridad social.
Se restregó los ojos por si la imagen no era más que una visión.
De nuevo el efecto reapareció. Cuando la inducción era que dejara de vivir, se dio otra vuelta en skijama. Esta vez fue un policía municipal quien lo condujo al Hospital.
Cuando fue preguntado por el galeno acerca de tan errática conducta, dijo, abriendo ostensiblemente la boca, mire usted señor doctor, si le digo la verdad es sólo un ardid para evitar pensar lo que la gente quiere que piense.
- Ya sabe usted, si soy esto o lo otro. Cuando me calzo tal vestimenta, soy el hombre pijama y dejo de ser quien los otros me dejan ser.
Resultó tan convincente su intervención que desde entonces ha cobrado su personalidad consistencia y todo el mundo conoce a Don Agapito, el de la prenda de dormir. Es lo que tienen los pioneros; los primeros en hacer algo, que dejan de ser timoratos anónimos convirtiéndose en referencia de los otros.
Ni que decir tiene que Don Agapito, en consecuencia, ha empezado a ser feliz.
Cuando su señora, sin embargo, empezó a salir en combinación no fue lo mismo y es que era una imitadora- con turgencias- pero imitadora al fin. Y era que aquella vecindad, se ve, sólo daba para un referente. No había para más.
La mujer de Don Agapito se vio precisada a escribir las inducciones, a ponerlas sobre el papel sobre una página azul que había descubierto en Internet, haciendo más transparente si cabía su vida; de tal forma que era el mundo el que estaba escribiendo sirviéndose de ella como mera intermediaria sin variar una coma de sus dictados.
Mientras lo pudo soportar, claro. Para entonces era tan diáfana como un papel de fumar.