Le hablo a la muerte,
muerte amarga,
sangre derramada por Cristo en la cruz,
es el calvario,
comprándonos al precio de ella
en su pasión dolorosa,
vino, cáliz de oro nuevo
convertido en sangre y agua,
donde estamos invitados a beber
de la copa divina,
hacia en el altar.
Es el alba colorada
al ver el Hijo de Dios despreciado por todos,
burlado como si fuese un desperdicio,
sufre sin consuelo, el desvelo roto se queda,
apagan la luz del ser
hacia el alma triste,
gotas de sudores
por el cual no tienen compasión.
Cuerpo de mi Señor,
costado abierto donde derramas el amor,
la salvación que nos trae vida eterna.
Llantos, lágrimas pariendo dolores
estirados en penas,
es el cáliz del desprecio,
miembros atormentados,
amargos días en olvidos.
Gracias por morir,
por mí, en nosotros, por nuestras culpas,
eres triunfador… |