(01) Ver por entre las hojas la brillante luz del sol conmocionó mi ser. Recién me percataba de estar un poco sumergido en el agua, mis piernas se hundían en el fango de una costa apenas adivinada entre una gran maraña de ramas. Pensé en estirar la mano para alcanzar una rama horizontal que cruzaba sobre mí. Pero antes de ningún intento surgió en mi memoria... un domingo en el catamarán, mis amigos, los riachos internos.
(02) Todo había sido música, cócteles y risas hasta que algo frenó de golpe la embarcación. ¿Habían chocado contra algo? ¿O había habido algún fallo en el motor? El ruido fue tan fuerte como una explosión, pero no estaba seguro.
(03) Me encontraba solo, ni rastro de mis compañeros travesía. Un sudor frío un miedo voraz que me consumía las entrañas, en mi lucha por intentar nadar a la orilla de lo que parecía una isla solitaria.
(04) Era inútil, las piernas atascadas en el fango se movían apenas. Entonces recordé que si el fango es movedizo, agitar las piernas podría causar que me succionara más rápido. Tenía una sola opción: estirar mi brazo lo más posible y asir la rama. Todavía me sentía mareado y de a ratos se me nublaba la vista, por eso pensé que estaba delirando cuando vi la figura que se acercaba despacio, titubeante y silenciosa. El miedo me aconsejaba no moverme, la ansiedad por sobrevivir me decía que gritara...
(05) Trataría de ahogar mi grito. Mi respiración se hacía por momentos dificultosa. No lograba reconocer la figura que se acercaba despacio, mi criterio me aconsejaba quedarme inmóvil. Sólo se percibía el silencio. Sin apenas fuerzas para nadar en esa agua maloliente y viscosa, tratando de guardar la calma
(06) En ese momento tan difícil pasaron por mi cabeza recuerdos de la infancia, la familia, los amigos... Fueron unos instantes muy rápidos, y así como llegaron enseguida desaparecieron. Ese lapsus de tiempo transitorio nada más hizo que me sintiera aún peor.
(07) Quería guardar la calma, hacerme fuerte y no darme por vencido. Pensaba en lo bonita que es la vida y debía salir de allí fuera como fuera. Respiré hondo y me lancé a por la vida.
(08) Pero algo pasó, sin la necesidad imperiosa que tenía en los segundos pasados me abandoné, una sensación terrible de mover este cuerpo hacia la muerte hacía precipitar mi caída, la tierra se movió y yo con ella hacia abajo.
(09) La negrura me invadió y no supe más de mi, el sentimiento de perderme, la placidez de soltarme de mi cuerpo, ese agradable desapego, me reconfortaba el alma; es increíble como puede uno desprenderse del cuerpo y sentirse libre del fardo físico, que lastima, que afecta, porque el cuerpo siempre siente, porque nunca los sentidos callan. ¡Ahora, la inmensidad me envolvía! Dejé de sentir, ya sólo pensaba.
(10) De pronto, cuando parecía que mi conciencia se apagaría del todo tras los instantes de euforia y de desesperación que me embargaron, y el aire de mi última inspiración se consumió en mis pulmones, algo jaló de mis cabellos hacia arriba. Me extrajo del fango con una violencia inusitada, sin reparar en el daño que podía causarme. Y en cuanto mi cabeza estuvo fuera del cieno, aspiré aire con desesperación; volví a aferrarme a la vida...
(11) Una leve esperanza floreció en todo mi cuerpo al sentir que llegaba el aire renovado y limpio a mis pulmones.
Agradecí a Dios y besé esas manos benefactoras.
(12) Un hombre que casi me doblaba en estatura me arrastró con sus fuertes manos hasta una especie de balsa. Me tumbé con las pocas fuerzas que me quedaban junto el cansancio, y me quedé dormido.
Al despertar me encontré en el islote, solo. Sin rastro de mi rescatador. El hambre, el desamparo, la sed y la soledad, una vez más se encargaron de que tuviera alucinaciones.
(13) En el transcurso del día intenté no dar más vueltas a quién o qué me había sacado del agua y me preocupé más de hacerme un refugio y buscar comida. ¡Menos mal que todos tuvimos que hacer cursos de supervivencia antes de partir!
(14) Por suerte, mis penurias no duraron demasiado. A la mañana siguiente, me despertó el sonido del rotor del helicóptero de rescate que me salvó. Me ingresaron en el hospital, y allí supe (y lamenté) la triste suerte de mis compañeros de viaje. Sólo yo sobreviví al trágico accidente: el motor del catamarán dio contra una bomba de la segunda guerra mundial que allí había quedado estancada y que no había detonado, hasta que las aspas de nuestro navío la golpearon.
Después de mucho preguntarme por qué yo seguía vivo y mis amigos no, he aprendido a estar agradecido con mi suerte y con quienes me auxiliaron. Incluso a veces vuelve a mis recuerdos la extraña presencia que me encontró la primera.
(15) ¿Habían sido manos esas? ¿Había sido un hombre quien me rescatara? Así me pareció por la fuerza con la que me salvó del fango. No lo sentí más a mi lado pero dejó su olor, era un olor de sal y de escamas ...nadie me creería si dijera que una extraña bestia marina me había salvado de la muerte. Nadie. Yo sí.
(16) Desde entonces siempre tengo presente un pergamino que dejó en mi bolsillo, el cual tenía escrito estás líneas:
Recuerda amigo siempre, que no existe la soledad, sino la ausencia de personas.
No existe la oscuridad, sino la ausencia de la LUZ.
No existe el odio, sino la ausencia del Amor y tolerancia.
No existe el silencio, sino la ausencia del sonido.
No existe el frío como tal, es la ausencia del calor lo que sentimos.
No existe el desamor, la mentira; sino la ausencia de la verdad porque ella es Amor.
Así como no existe la pobreza, sino carencia de riqueza, pero ella está dentro de nosotros mismos, radica en nuestro corazón, pero es tanto el ruido dentro de nuestra mente que nos distrae y no podemos escuchar plenamente esa voz interior que siempre nos habla, porque la cotidianidad, la rutina, los compromisos y las cosas materiales nos abstraen tanto, que jamás le tomamos en cuenta; es nuestra paz interior lo que realmente nos hace sentir ese estado de riqueza, y sentirlo en toda su magnitud depende de nosotros, de nuestra actitud ante la vida y las adversidades que vivirla conlleva. La felicidad está dentro de nosotros mismos, no en alguna persona, bienes, logros profesionales, laborales o académicos... Es la Paz interior la mayor riqueza que podemos poseer, el orden y la armonía con el mundo en el cual vivimos, con las personas y los seres que nos rodean, pero sobre todo con nosotros mismos...
Participantes: 01: Chilichilita – 02 y 10: Ikálinen – 03 y 12: Audina – 04: Adelsur – 05 y 11: Yosoyasi2 – 06 y 07: Manelet – 08: Nonon – 09: Escritorduende – 13: Vihima – 14: Canon – 15: Yvette27 – 16: Alpha_y_omega
Título: Yvette27 |