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Don Eduardo era la típica persona supersticiosa. Creía en todo lo que estuviera relacionado con la brujería, el vudú, los agüeros y en los adivinos. No tenía espejos en su casa porque temía que se rompieran y así tendría 7 años de mala suerte. No tenía paraguas porque le asustaba pensar que los abrieran dentro de la casa. No tenía escaleras por temor a pasar por debajo de ellas. Cuando su mujer compró un gato negro el tomó un cuchillo y le cortó el cuello y las patas. Le abrió el pecho y lo acuchilló 9 veces en el corazón. Finalmente le puso gasolina y lo quemó. Sus familiares lo habían puesto muchas veces en el manicomio, pero siempre escapaba. Para colmo, tenía pesadillas constantemente. La principal era esta: soñaba que era puesto vivo en un ataúd. El intentaba salir, pero no lo lograba. Veía que se caía a un abismo oscuro y las sombras lo cubrían. Don Eduardo había hecho jurar a su familia que nunca lo enterrarían vivo. Esta aceptó, pero nunca le dio importancia. Pasaron los años y el trágico día llegó. Le dio un infarto a Don Eduardo y murió. Su familia no perdió tiempo y compró un ataúd. Lo colocaron ahí y comenzaron la marcha fúnebre. El auto donde estaba el ataúd iba despacio. Los familiares lloraban, pero nadie se percató que el ataúd se movía; no por el movimiento del auto sobre las piedras, sino porque el hombre metido ahí luchaba por salir. A Don Eduardo le había dado un infarto, pero en el lado derecho del corazón. Muchos doctores dicen que hay que esperar, por lo menos, 24 horas para darle tiempo al muerto de revivir. Pero la familia de Don Eduardo no lo sabía y no esperaron 24 horas para enterrarlo.
Don Eduardo luchaba por salir de su horrible prisión. Golpeaba, pataleaba y gritaba; pero era en vano. Nadie se percataba de eso. La marcha llegó al cementerio. Don Eduardo sintió que el féretro era sacado. Sintió un pequeño alivio; pero ese alivio desapareció cuando vio que paladas de tierra caían sobre el ataúd. Don Eduardo gritaba, pero era inútil. Nadie escuchaba. El oxígeno se empezó a acabar. El cerebro de Don Eduardo comenzaba a sucumbir y comenzó a alucinar. Sus pesadillas iniciaron cuando vio una sombra con ojos rojos que extendía sus espantosos brazos hacia el. Don Eduardo gritaba y golpeaba desesperadamente el ataúd. Las pesadillas continuaron. Sintió que una extraña fuerza lo inmovilizaba. Trataba de liberarse pero no podía. Oía, además, una macabra risa. Don Eduardo gritaba y golpeaba el ataúd con más fuerza que nunca, pero ya no se podía hacer nada. El entierro había finalizado y ya todos se habían ido. La horripilante experiencia de Don Eduardo estaba por finalizar. Esta vez la figura con ojos rojos se abalanzó sobre el. No se pudo defender porque la extraña fuerza lo tenía atrapado. Don Eduardo sintió que era llevado a un abismo. Para espanto de el, vio al gato negro. Su cabeza, que estaba despegada del cuerpo, atacó la cara de Don Eduardo. Cuando terminó el ataque vio que le cuerpo del gato se aproximaba hacia el. Y en lugar de la cabeza había un cuchillo. Don Eduardo sintió el dolor más horrible de su vida cuando el gato le cortó la cabeza, los brazos y las piernas. Le abrió el pecho y le clavó el cuchillo en el corazón 9 veces. Luego de la última cuchillada Don Eduardo dio un golpe súbito al ataúd y dio un espantoso alarido. Luego de eso… expiró.
En la noche el vigilante del cementerio en turno oyó un penetrante alarido. No le dio importancia. Lo oyó de nuevo e intentó descubrir de donde venía. Llegó cerca de la tumba de Don Eduardo. El corazón se le paró al confirmar que le alarido, con más fuerza que la veces anteriores, provenía d esa tumba. Sin pensarlo corrió hacia donde estaban los demás vigilantes. Les contó lo que escuchó y todos cogieron sus herramientas para dirigirse a la tumba. Llegaron. Con una pala desenterraron el ataúd y con una palanca lo abrieron. Encontraron el cuerpo de Don Eduardo boca abajo. Fue entonces que comprendieron el error que habían cometido. Habían enterrado a Don Eduardo… ¡vivo!

FIN

Texto agregado el 22-03-2014, y leído por 137 visitantes. (0 votos)


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