La vida a veces nos sorprende... de un modo u otro el azar y el destino se conjugan como notas de pentagrama que conjugan sus sonidos sobre un andar errante. En un breve tiempo que no da tregua las emociones alzan sus voces, en cada gesto en cada palabra, sobre una danza colorida, construimos nuestros sueños y los hacemos nuestros, nos ilusionan y a veces nos llevan lejos... pero a veces, sin darnos cuenta y sin siquiera presagiarlo... un rayo tenebroso emerge de la nada y de la nada nos sorprende y se transforma en una tormenta, nos estremece, nos arrebata nuestros sueños y nuestras esperanzas mas preciadas: se lleva todo, absolutamente todo...
Lo más hermoso de nuestras vidas se desvanece como arena entre los dedos, nuestros anhelos caen tumbados, la impotencia nos invade y emergen nuestros miedos, ese rayo tenebroso, ese rayo que quema...desnuda nuestra alma y la debilita, la sofoca, con el último suspiro ahogado en la garganta a gritos maldecimos al destino...
Dicen que la rueda de la fortuna posee dos caras y que la vida gira en torno a ella, que de algún modo este andar nos enseña sobre los hechos pasados, que todo es un constante aprendizaje, que al fin y al cabo somos viajeros fugaces en un extraño azar sobre una red de eventos circunstanciales. Pero la vida también se toma su tiempo y da revanchas; frente a las tormentas algunos se fortalecen para volver a renacer de las cenizas, mientras otros dejan atrás sus sueños y se resignan, la angustia es su cobijo y la derrota se transforma en su casa.
En ese andar sobre esa tormenta uno le pregunta a Dios, a ese Dios que puede mover montañas, una y otra vez ¿¡por qué!? ¡Porque!... y una y otra vez ese Dios no te da respuestas... Ese Dios permanece en silencio, te mira distante, desde el infinito, no te habla, mira al otro Dios y el otro Dios mira al primero y el primero tampoco te responde... se sienten lejos...
Cuando amaina la tormenta, cuando el Primer Dios y el Dios del infinito por fin se dan la mano, cuando la resignación se posa en nuestras vidas, cuando el atardecer y la mañana se silencian, cuando los días no tienen tiempo, cuando no sentimos nuestros pasos y la vida simplemente pasa. Entonces cuando todo pasa, cuando el temporal ha cesado, cuando el sol brilla en la mirada, cuando al abrir tus ojos te das cuenta que sigues en pie a pesar de todo... un suspiro de la nada te pregunta como ha sido posible continuar por el camino... Entonces miras hacia abajo y descubres que llevas dos sombras... Sonríes pues te das cuenta que aquél Dios que jamás te habló, ese Dios que a gritos le pediste explicaciones sin respuestas... A ese Dios del infinito que no escuchaba, que a gritos le implorabas que te diera aliento... Aquél Dios todo el tiempo llevaba el peso de tu cuerpo sobre sus brazos para que pudieras continuar por el camino, pues aquél Dios que a veces no entendemos, y que a veces no escuchamos, ese Dios del Infinito, ese que todo lo perdona, ese Dios siempre estará contigo apoyándote en los momentos mas duros y complejos...
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