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EL PASTOR Y SU EVANGELIO

Por Gustavo Noreña Jiménez

San Marcos: 16:15

“Ten piedad de nosotros, señor, Dios del mundo, y mira: derrama tu temor por todas las naciones. Levanta tu mano contra las naciones paganas para que vean tu poder. Así como a sus ojos te has mostrado santo castigándonos, así también, ante nosotros, muéstrate poderoso contra ellos”. Así pregonaba un pastor, a través de un altoparlante, en la Casa de la Mujer, en Sevilla, un mensaje evangélico para cautivar adeptos para la Iglesia de los Testigos de Jehová. El ruido era atronador pues los parlantes tenían el máximo volumen y la voz del predicador se escuchaba varias cuadras a la redonda. Su auditorio era muy exiguo, por lo cual el profeta alzaba cada vez más la voz y gesticulaba con mayor desespero, tratando de buscar un auditorio que fuera digno de sus enseñanzas. “Que te reconozcan como nosotros lo hemos hecho, y sepan que no hay otro Dios más que tú, Señor”, gritó una vez más el cautivador de almas. El ruido se fue colando por las calles, las rendijas de las puertas, ventanas, y fue llegando hasta las casas, donde la tranquilidad se fue alterando, y la impaciencia iba ganando terreno entre los lugareños. Esa bulla llegó a los oídos de Fernando Noreña, quien se encontraba en su casa en el barrio Cincuentenario a donde había llegado recientemente de Australia en plan de visitar a su papá y a sus hermanos. Allá en Sidney donde reside hace muchos años, se acostumbró a la vida de esa ciudad: no hay pordioseros, no hay lustrabotas, no hay ventas ambulantes, no hay equipos de perifoneo en las calles ni ruidos que alteren la paz ciudadana. La tranquilidad es máxima.

―Padre, ¿qué es ese ruido tan infernal?―dijo Fernando
―Es un predicador que está anunciando el evangelio.
―Eso no está permitido en Sidney, y aquí tampoco debe ocurrir, pues nos va a romper los tímpanos Nos va a enloquecer ese señor.

Los vecinos más cercanos al sitio donde se encontraba el pastor, se acercaron a él, no para escuchar la palabra divina, sino para manifestar su enojo.

―Señor, aquí somos católicos. Deje esa bulla. Usted está alborotando la paz de este lugar.
―Hijos míos, que Dios aclare vuestra mente. El Señor los espera en la Iglesia de los Testigos de Jehová
―¡Fuera de aquí, usted es un falso profeta !―y la comunidad lo expulsó del sitio a los empujones y acordonaron el área para evitar su reingreso.

El predicador tomó su biblia, su altavoz y se fue, buscando, otro lugar donde explicar el evangelio, y se ubicó diagonal al Colegio John Kennedy donde continuó con sus mensajes bíblicos. “Hijos míos, encuentren la paz en mis instrucciones. La sabiduría escondida y el tesoro invisible, ¿de qué sirven? Vale más el hombre que disimula la estupidez que el que esconde su sabiduría. No te avergüences de la Ley del Altísimo ni de su Alianza, ni de condenar a los impíos”, vociferaba el Pastor y mayor volumen le ponía a su altavoz, el cual retumbaba como un huracán haciendo temblar ventanas y paredes. Parece que varios vitrales y copas de vino se rompieron en muchas casas. “Arrepentíos hijos de Eva. El fin del mundo se acerca. Convertíos a la Iglesia de los Testigos de Jehová”―volvió a gritar con voz estentórea el Pastor.
Los maestros del Colegio Kennedy salieron a pedirle al predicador que se callara porque no dejaba escuchar la clase a los alumnos, y la dueña de la tienda decía que no la dejaba atender la clientela.

―Padre, ese señor me está acabando la paciencia. Me voy a poner orden en esa esquina ―dijo Fernando―Y diciendo esas palabras cargó una pistola de fulminantes que tenía en sus manos y salió corriendo en busca del pastor.

―Papi, por Dios, haga algo que Fernando va a matar ese señor―dijo la hermana de Fernando.

En la esquina varias personas pedían a gritos que el predicador se callara. Los estudiantes le decían “cállese, loco”; las amas de casa, salían de sus hogares haciendo sonar las cacerolas; los conductores de los carros veredales, le gritaban: “cerrá esa jeta o te llevamos para Barragán”. La situación estaba tensa y cualquier cosa podría suceder.

―Cállate desgraciado o te “quiebro”―dijo Fernando y lo encañonó con la pistola de fulminantes.
―Hermano, no sea grosero. Arrepiéntase de sus pecados que el fin del mundo se acerca ―dijo el Pastor.

En ese instante, se escucharon cinco disparos y una capa espesa de humo envolvió al predicador, el cual en un estado de histeria gritaba: “No vaya a asesinar un apóstol de Dios, porque se va derechito para el infierno, ni siquiera pasará por el purgatorio”. Los vecinos corrían despavoridos en todas direcciones. Unos gritaban “mataron al evangélico; un feligrés despistado, dijo, “el señor descargó un rayo sobre un impío porque iba a matar al Pastor”. Y por una esquina llegó una radio-patrulla de la policía, la cual había sido llamada por un vecino alertando que había una persona en la zona causando algarabía. En ese momento el evangélico tomo sus “corotos” y se escabulló del sitio.

―Señor, manos arriba. Entregue el arma ―le dijo un policía a Fernando.
―No señor agente, yo no estoy causando disturbios.
―Los hechos muestran lo contrario. Usted tiene un arma en la mano y está humeante. Vámonos para la estación de policía. Queda detenido.

En las instalaciones de policía se aclaró que al Pastor de almas no le pasó nada, que la pistola era de fulminantes y no podía causar daño a nadie y que la persona que estaba causando alteración del orden público era el predicador, pero cuando los policiales se regresaron al sector con la finalidad de apresarlo, este ya se había fugado del lugar, por lo cual las autoridades soltaron a Fernando y le ofrecieron disculpas por el error cometido.

Al pastor, algunos lo han visto en sus predicas por los lados del Coliseo Cubierto; otros dicen que no han vuelto a verlo jamás; algunos sevillanos que han estado de turismo en el sur del país, dicen haberlo visto llevando la palabra del Señor en el Santuario de las Lajas tratando de convertir a los peregrinos católicos; otros dicen haberlo encontrado en el Hospital Psiquiátrico de Cali donde fue remitido por un galeno por encontrarle una esquizofrenia, y vive repitiendo todo el día: “Señor, defiéndeme del enemigo malo que me atacó en Sevilla”

Texto agregado el 21-03-2014, y leído por 77 visitantes. (0 votos)


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