Aquel día había llegado. Hubiera dado cualquier cosa para que no llegara. Se marchaban. En el pasillo se apilaban las cajas, las maletas, y con ellas mi entorno conocido, mi seguridad y las palabras hechas voz, sonido ambiente, camaradería, todo. Me pare en silencio frente a todos aquellos amigos inanimados: quedaría con solo mis silencios y el recuerdos de quienes hasta hoy habían sido mis primeros compañeros en estas tierras extrañas, lejos de los míos, lejos de mi memoria , de mis emociones y de mis sentimientos. Si, ellos se mudaban entre apuranzas hacia su rincón, hacia ese rincón tan suyo, tan propio al final de Cami Real. Lo noté en sus gestos, en sus miradas, desde días antes cuando acudimos al 29 – 05 de Vicente Gonzáles Lizondo, a fin de ponerla a punto para recibirlos. Era grande la alegría que los desbordaba, que el frenesí de aquellas actividades no daban tregua al cansancio.
"¿Que queda entonces?"; era mi hermano, el amado hermano; "creo que nada cho"; nos miramos y sonreímos. Anita se había adelantado en un primer viaje y nosotros esperábamos su regreso. Bebíamos un zumo, yendo de habitación en habitación, buscando quizás algo olvidado. El timbre del portero tronó ronco, intenso, y por vez primera aquí sentí un frío helado recorriéndome el cuerpo desde el pensamiento hasta mis pasos. "¿Bajamos entonces? - "Bajamos" Reemprendimos entonces en silencio el sube y baja de las ultimas cajas hasta el coche, el SEAT, color plata que provoco en mi un inusual cariño. Y en silencio nos embarcamos estrechos, entre cajas, maletas y bolsas. Partió raudo, hacia la avenida País Valencia por donde enfiló hasta la altura de Genaro Palau; tomó el derecho hacia Cami Real, nuevamente a la derecha, hacia Vicente Gonzáles Lizondo…estaba inquieto por mis sentimientos, saliendo aún del frío aquel, asumiendo metro a metro el inicio de mi soledad, del silencio, de habitaciones vacías, quietas, mudas, gélidas. Ganó aquella calle, accionó la puerta automática del garaje y entramos por el hasta llegar al cuarenta y siete, el trastero, ese pequeño espacio casi vacío ahora y que iría creciendo en el tiempo con cosas en desuso, de juguetes con misiones aparcadas; de libros cansados de batirse al viento, sin publico; todos ellos esperando, siempre esperando el momento de su libertad y redención.
Colocamos allí, lo que debía quedar allí; lo demás lo pasamos a las habitaciones, a la sala, a la cocina; recobraban vida allí y se mostraban con alegría en un lugar apropiado, tanto que parecían suspirar. Todo estaba ya en su lugar; los mire a ellos: se miraban, parecían comprender que aquí comenzaba una aventura de vida: adiviné en ambos su férrea decisión ante los nuevos desafíos, anteponiéndole sus sueños y sus anhelos de compartirlo todo. La abrazó él entonces, la atrajo hacia si; ella reclinó su cabeza a sus hombros, mientras le acariciaba sus cabellos largos y morenos. La besó allí con ternura. Yo miraba a algún punto indeterminado tras ellos, en silencio; era el momento solo para ellos. Mi mente ya no estaba allí: se encontraba tras los barrotes de mi tristeza y soledad en la calle San Juan de Ribera.
"¿Te bajo, Per ?” – “¿Eh?... No, no Anita, gracias, caminare...me hará bien” – “Vale”. Nos trajo unas galletas y me dejó una Tupper con paella para la casa. Me despedí de ella y el Cho me acompañó hasta la puerta donde nos abrazamos. Fue un momento interminable, el diálogo y el afecto eran mudos y sordos. Ambos conocíamos esa extraña sensación de vacío y lejanía. Nos cogimos de los brazos; los ojos me brillaban y apretaban mis glándulas lacrimales. "Estamos cerca Per" – “Si hermano, cerca” – Nos miramos con fijeza –“¿Mañana igual a las ocho menos diez?” –Sonreímos - “Hay que trabajar hermano” - Nos despedimos así, como si resultaran años, las horas siguientes.
Y aquella despedida, me supo a cruzar el Atlántico, hacia lo desconocido, a lejano. Tomé recto por Cami Real, sin prisas, sin deseos de llegar al vacio, y mi mente y mis labios comenzaron aquel diálogo misterioso que me asalta tantas veces mientras mis manos cumplen a cabalidad su función de traductor.
Aquel dialogo misterioso que he llamado SILENCIO DEL ALMA.
Perseo escritor
|