—Como usted comprenderá el camino a seguir en su caso es realizar a la brevedad una coronariografía tradicional para saber el grado de obstrucción de las arterias y según el resultado proceder a destaparlas y colocarle “stents”, los que sean necesarios —con voz engolada dijo el cardiólogo.
Al ser yo médico no eran necesarias explicaciones superfluas, comprendí de inmediato lo que me decía el facultativo y por un momento me quedé sin palabras. De repente me vi atrás del volante de mi coche en el estacionamiento del hospital.
No recuerdo como llegué a mi casa y además de la molestia en el pecho que ya era mi compañera constante le daba vueltas en mi mente a mi problema existencial: “Tuvo suerte que sólo tuviera una angina de grandes esfuerzos, ya que la mayoría tiene un infarto”, me consoló el doctor, “ahora bien, a sus 74 años debe de procederse lo más pronto posible”. Al preguntarle por el costo del procedimiento me quedé helado por el presupuesto que me dio, eso sí, me aclaró: “son precios especiales que les damos a los médicos”.
Al saber que los médicos que realizaban el procedimiento en lo particular eran los mismos que trabajaban en la institución oficial donde fui director médico de un hospital de segundo nivel y por lo mismo soy derechohabiente decidí tratarme ahí, aunque mi tratamiento será en un hospital de tercer nivel.
“Las cosas en palacio andan despacio”, es un dicho común pero que no deja de ser cierto. Con lo que cobran en la medicina particular, que es excesivo, la clientela de los hospitales oficiales ha aumentado desproporcionadamente, además el problema de la burocracia hace de la atención oficial una verdadera vía crucis.
—Con gusto le daremos el servicio, sólo que nos tendrá paciencia ya que estamos atrasados y nuestras citas son muy prolongadas —me dijo un amable y servicial jefe de cardiología.
Lo que era urgente para la medicina privada, en la oficial llevará cuarenta días de espera. Claro que si en ese intervalo pasa algo, pues mala suerte.
Quisiera decir que no estoy preocupado, que si se acerca el final lo esperaré serenamente que no me arrepiento de nada, que viví, disfruté y amé sin medida y ahora que el camino ha terminado podré irme en paz. ¡Mentira!
La verdad es que la vida se me fue sin sentir, de repente entré a la vejez y ahora encuentro que la divina rutina es muy agradable, disfrutar de un amanecer, desayunar y leer el periódico, conversar con los escasos amigos que me quedan en el café y de repente todo eso se acabará. Ya no tiene sentido lo que hiciste, el mundo seguirá su camino y ni falta harás, si acaso por un tiempo tus familiares te recordarán y después el olvido, la nada.
La nada, esa sombra maldita, que te acompaña desde que dejaste de ser creyente. Una vida sin Dios es triste, más no fue tu caso, en la frivolidad de tu existencia no te hizo falta una Verdad Absoluta. Pero ahora que todo puede acabar, sientes tristeza por la vida que se te puede ir, y estás asombrado por el sin sentido de las cosas del mundo.
Pues bien, no queda más que esperar a los acontecimientos. Si te va bien, los médicos dirán que el procedimiento era sencillo, mas si no es así…
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