La llamaría Lilí.
Llegó al atardecer con las bolsas llenas de nuevos productos, tomó el ascensor y subió al piso, dejó las cosas en la encimera, ya vería si le gustaban. De prisa ordenó las pertenencias de su antigua compañera en la habitación contigua. No se podía entretener. Tomó una toalla y bajó a la calle.
Se encaminó al automóvil que había estacionado al volver la esquina, no quiso aparcar frente al portal. Vio por el cristal como temblaba. Entró con cautela, la acarició suavemente, la tapó y la cogió en brazos. La sacó despacito sin dejar de hablarle, no quería que se intranquilizara. No se movía, se dejaba llevar, no comprendía nada, todo era nuevo para ella. Optó por la escalera, no quería tropiezos con vecinos indiscretos. Sintió como se agarraba a él, casi le hacían daño sus uñas, ya se las cortaría cuando confiara en él y le daría el baño que necesitaba, pero… para eso tenía que pasar algo de tiempo.
No la soltó hasta que cerró la puerta. La puso en el suelo, salió corriendo y se escondió tras la silla del escritorio, la dejó allí, ya se acostumbraría poco a poco. Ni se movía ni hacia ruido, pero notaba su mirada azul clarísimo clavada en él cuando apagó la luz.
Al marcharse por la mañana dejó la ventana cerrada. No se fiaba de ella, podía saltar o molestar a los vecinos si le daba por chillar cuando se quedara sola. Descorrió las persianas, por si quería tomar el sol.
Aquella noche cuando llegó ni lo miró, se hizo la distraída pero él sabia que lo había echado de menos. Ya acostado, notó como subía por la colcha y se hacia un rosquito a sus pies… sonrió. La llamaría Lilí, como la última fugitiva.
AntoniAna. Marzo 2014. Lima.
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