Ella estaba enferma y según su padre, era pura sangre aria: de ahí el alias que escogió; el nombre que fue fácilmente mediatizado con sorna y sarcasmo primero, ambigüedad y temor después.
Sickaria era una marca registrada, una mujer (aunque no faltaron habladurías contrarias) fría y metódica, experta en el asesinato por contrato, capaz de lograr su objetivo, independientemente del tipo de sujeto elegido para el ajusticiamiento (así se refería ella a cada trabajo) antes o en el plazo acordado.
En un mundo en el que los sicarios vulgares no ocultan su ocupación y andan sin temor o reparo alguno en medio de cualquier calle o avenida a la hora que les cante la gana, podría ser algo repulsivo referirnos a una mujer ocupada a tan inmoral labor, aunque resulta fascinante por un dato inquietante específico para Sickaria: era alguien a quien se podía contactar y contratar para un trabajo de homicidio por sumas variables, un ser demoníaco sin duda alguna, pero solo aceptaba trabajos que supongan una venganza por violación o acoso sexual.
Las leyendas en ciertos casos surgen de improviso; Sickaria se tornó en leyenda muy rápidamente: innumerables mujeres pudientes fueron objeto de violaciones y vejámenes diversos, casi todas ellas jamás denunciaron a su agresor y sobrevivieron con esa situación enquistada en su inconsciente; al saber que con algún esfuerzo, podían contactar a Sickaria y pagar una suma accesible –para ellas- por mediar en el aceleramiento de la justicia divina, cientos pasaron por el tarjetero automático y acudieron a una cita infernal.
Sickaria –cuando previamente desechaba posibles trampas- se acercaba caminando a la interesada: era una mujer de contextura mediana, bien conservada, vestida de ropa impecable e informal, de correcta conversación, le invitaba un chicle y pedía información mientras caminaban –invariablemente en un mercado- solo hacia trabajos, en los que el objetivo previamente haya dañado seriamente a la suscriptora del contrato, aunque a veces aceptó ejercer de justiciera con mujeres, cuando a su juicio, eran las causantes de violencia contra sus financiadoras.
Hay seres viles que no pestañean siquiera al declararse asesinos de decenas de personas por contrato, Sickaria llegó a ser una de ellas. En su descargo queda que las 600 y pico que me confesó haber eliminado, eran todos, criminales sexuales, pandilleros abusivos, acosadores seriales, jefes todopoderosos, maridos abusivos, sexópatas surtidos.
La gran mayoría de ellos jamás imaginó que lo que le ocurriría segundos antes de expirar, era pura consecuencia de sus actos; en algunos casos, el contrato especificó que el ajusticiado sepa, porqué le ocurría eso, pero ese detalle encarecía el precio de tal modo, que muchas no lo podían financiar.
Sickaria murió en su ley: a balazos, por murmurar al oído del ministro agonizante “esto te ocurre …, por no respetar a la hija de tu secretaria” un guardaespaldas no previsto acabó con Sickaria, por atrás y sin advertencia; cuatro impactos cegaron la vida de una ex oficial de policía élite, violada por sus comandantes y clandestina desde que empezó a ajusticiar violadores con el general Santos.
Nunca le pedí detalles, ella me buscó por recomendaciones y traté de ayudarla; puedo decir en mi descargo, que cuando acudió a mí, llevaba ciento once “trabajos” y había resuelto acabar ella misma con su vida.
Hice lo que pude, abandonó las ideas de inmolarse; no sé si me molesta el hecho de que haberla apartado del suicidio entonces, generó más de cuatrocientos homicidios en los años que acudió a mi consultorio. Debo consolarme por el tema de los logros de la paciente y el hecho ¡que amaba su trabajo!
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