EL ASCENSOR
Conforme subía el ascensor, fue dejando personal en diferentes y sucesivos pisos.
Cuando ya quedaban algunos pisos por acabar el trayecto, solo permanecieron dos hombres. El uno, típico trabajador de oficina con ropa barata y desgastada por continuos lavados. El otro, consejero de la empresa, que tenía su oficina en el último piso. Primero habló el oficinista.
—Menudo calor que hace, a este paso no aguantaremos el verano. ¿Sabe usted si han reparado el sistema de refrigeración? —el consejero, distraído por múltiples problemas, contestó.
—¡Perdón! ¿Cómo dice?
—Decía… qué calor… bueno déjelo, no tiene importancia. el otro no contestó, ni puso la más mínima intención en contestarle.
El administrativo puso cara de pocos amigos, hundiéndose en sus pensamientos, mientras el ascensor se paraba en todas y cada una de las plantas.
“Será posible, qué se habrá creído, le he hablado correctamente, vamos digo yo”.
El consejero notó como una sensación en la nuca, se volvió muy despacio, disimulando, pero cuando vio la cara del otro, raudo, se volvió contra la pared, mirando distraído pensó. “Pero qué le pasa a este tío, es que tiene la cara así, si se ha molestado lo tiene claro… No tengo ganas de atender las tonterías de un simple empleado”.
El asalariado, cada vez más enojado, especuló. “Mira, el idiota se vuelve, mira y luego me ignora, pero tendré yo monos en la cara. ¡Esto es intolerable! No, si resulta que uno no va a poder hablar con esta gentuza, si es que tendría que decirle cuatro cosas y ponerlo en su sitio, por mucho consejero que sea”.
El directivo, cada vez más molesto, caviló: “Diablos de personaje, me está amargando el día. Como siga mirándome así me quejaré a su superior para que le haga la vida imposible. ¡Vamos! Que todavía hay clases, qué traje más ordinario, desgastado y pasado de moda. Vamos que este se cree que no tengo otra cosa que hacer que escuchar sus quejas. A mí qué me importa si pasa calor o frío. En la quinta planta funciona el aire acondicionado de maravilla”.
Rojo de ira ante la indiferencia del consejero, el oficinista maduró: “Esta gente está aquí por enchufe, de seguro que se pasan todo el día a ver a quién despiden para abaratar gastos. Pues mira, que me vuelvo loco y lo tomó por el cuello y aprieto, aprieto… Me da igual mi empleo, lo mando todo al carajo. Que yo valgo mucho, ya me lo dice mi parienta, que de eso sabe mucho”.
Por fin, llegó el ascensor a su destino. El directivo salió el primero, pero con tan mala pata, que resbaló en el suelo recién encerado. Raudo, el empleado fue en su ayuda.
—Permítame, señor Consejero —le levantó, con la mano hizo ademán de quitarle el polvo a la vez que expresó.
—Espero que su señoría no haya sufrido daño alguno, permítame que me presente: Antonio Fernández, Administrativo de segunda clase, para lo que usted mande…
FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
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