EN UN RINCÓN DEL CEMENTERIO
Dicen que no tenía madre, ni padre. Nadie supo jamás de dónde vino. Está en la tumba nº 13, donde el olvido es su compañero, en el que la soledad es su hermano. Mientras todos los demás rebosan de flores, llegando los familiares con notoria puntualidad el día de todos los Santos, la lápida del desconocido que no tiene, ni padre, ni madre, ni se sabe de dónde viene, permanece en tal estado de abandono que la gente se fija más en el hueco de flores que en la misma sepultura.
Cuando pasa la fecha señalada, una mujer vestida totalmente de negro, que con el paso de los años va arrastrando su maltrecho cuerpo, con mucha dificultad, se acerca a la lápida del desconocido.
Se arrodilla, saca sus bártulos de limpieza empezando con el ritual que año tras año desempeña con sumisa devoción, mirando a ambos lados, como temiendo que la vieran. Coloca las flores que con tanto cuidado consiguió arrancar del campo cercano.
Al terminar, sollozos se hacen sentir en el silencioso cementerio, ahora desierto de familiares.
Los demás tendrán muchas flores, pero el nicho del ignorado tiene a su más fiel visitante, que ya hace más de 40 años que esta mujer no falta un solo ciclo a la cita del desconocido.
Sin ser su madre, ni padre, ni hermano, ni familiar cercano, pero el amor puede suplir a todo un ejército de familiares y curiosos que, hipócritamente, acuden a los restantes en día señalado.
En un rincón del cementerio yace el desconocido que para el corazón de la señora es más conocido que cualquier familiar. D.E.P.
FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
Todas las obras están registradas.
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