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EL BESO DE LA MUERTE

“Tengo frío. ¿Dónde estoy? ¡No puedo moverme!
Mis piernas y brazos están… como entumecidos, gélidos.
Se ha apoderado de mi ser una sensación de abandono, como si una garra me estuviera sujetando todo mi cuerpo.
¡Ayuda, por favor, que alguien me ayude, no, no estoy loco, no sé lo que me pasa… Socorro!”.
Hace algunos días yo me encontraba en el despacho de mi casa revisando unos papeles. La lluvia con ganas repicaba en los cristales de la ventana.
“¡Qué gozada ver caer la lluvia!” —pensé.
De repente, me quedé helado, una mujer, alta, esbelta avanzaba entre la cortina de agua, iba sin paraguas, con la cabeza inclinada y las manos en los bolsillos. Por un momento, especulé.
“¿A dónde irá una muchacha tan linda a estas horas?”.
Se fue acercando, cada vez más, hasta que estuvo lo suficiente cerca para verle bien el rostro.
—¡¡Pero… No puede ser!! Es ella, ha vuelto, María…María —grité como un loco—. Tú, pero… si estás… Cómo es posible si yo mismo…
La mujer se paró, casi tocó su cara con el cristal, dibujándose en su pálida faz una sonrisa macabra, dejando al descubierto una hilera de dientes podridos. No pude más, solté un horrible alarido que me destrozó la garganta, y me desmayé a continuación.
Cuando desperté, era noche cerrada. Decidí que tenía que asegurarme. No era posible que María viviese, yo la maté. Con mis propias manos apreté su cuello, luego la llevé a la finca donde pasamos los fines de semana. En el huerto cavé la fosa, teniendo buen cuidado de disimular la tierra removida.
En menos de una hora ya estaba en el chalet. Cuando me acerqué al huerto, un temblor recorrió todo mi cuerpo.
—¡¡Dios mío!! Es imposible, la fosa estaba vacía —exclamé
Me entró un terrible pánico, ya no sabía qué hacer. De repente, una voz que me resultaba familiar, dijo.
—¡¡Antonio!! ¿Por qué, Antonio? ¿Por qué lo hiciste, Antonio? ¡¡Dime, Antonio!!
—¡¡María!! —dije en tono desesperante— ¡¡Tú no quisiste el divorcio, no me dejaste alternativa.
Entonces, ella se acercó vestida como siempre, pero el semblante de su cara era de una palidez fantasmal. Los pies no le llegaban al suelo, como si flotara. Me tendió los brazos, diciéndome.
— ¡Antonio ven! Abrázame por última vez.
Como hipnotizado, avancé y la abracé, como nunca hasta ahora lo había hecho. Nos dimos un beso largo y apasionado. Poco a poco, fui entrando en un sopor que fue dejándome como medio dormido, ya no recuerdo nada más.
Al abrir los ojos descubro que estoy en un lugar húmedo y oscuro. A duras penas intento incorporarme. Las paredes son altas y lisas, difícilmente podría salir de semejante agujero.
—¿Qué oigo, voces? —digo con desesperación— Alguien se acerca. ¿Vendrán a socorrerme?
—¡¡Oiga, usted no advierte que está dentro de una fosa, hombre de Dios!!
—¿Entonces no estoy muerto? Por favor… ayúdeme a salir de aquí.
Una vez fuera, salí corriendo como un trastornado diciendo.
—¡¡María, te quiero!! Vuelvo a casa, María.

FIN.
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
Todas las obras están registradas.

https://www.safecreative.org/user/1305290860471

Texto agregado el 14-03-2014, y leído por 126 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-05-2014 Qué susto! Pero bueno, muerto no estaba, pero le dio un buen escarmiento. Se cobró como venganza un miedo de muerte... Ikalinen
14-03-2014 Me causó pavor, pero lo encontré magistral!!! chanypia
 
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