ADÁN
Adán estaba aburrido, lo tenía todo, no hacía nada. Solo disfrutaba del paraíso. Él pensaba:
“Qué triste estoy, solo en este edén”
Jehová, desde lo alto, miraba lo desgraciado que era su criatura. Decidió intervenir.
“Le daré una sorpresa a Adán —se dijo para sí mismo”.
Un buen día, arrastrando los pies, nuestro amigo paseaba triste y cabizbajo. De pronto tropezó, cayendo al suelo. Al levantarse, observó un objeto parecido a una caja, con una ventana de cristal y con dos cuernos que le sobresalían de la parte superior. Empezó a tocar aquel objeto por todas partes, era suave al tacto, tenía muchos botones y luces parpadeantes. Al momento, aquello tomó vida. Adán se asustó, atónito se quedó sentado en el suelo. La ventana de cristal empezó emitiendo sonidos y a llenarse de imágenes.
Pasaba el tiempo y la criatura de Dios ya no se aburría. Con los ojos como platos, no quitaba ojo del objeto, no se perdía nada de lo que se emitía. Noticias, asesinatos, terremotos, atentados, genocidios, violaciones, robos y un sinfín de calamidades. No dormía, no comía, estaba en un estado de excitación permanente.
El Creador se preguntó:
“¿Cómo le habrá sentado mi sorpresa a mi creación?”.
Desde lo alto miró, unas lágrimas asomaron a su rostro.
Abajo, Adán colgaba de una cuerda y a sus pies la caja estaba destrozada.
Dios caviló.
“Debo tener cuidado, ya que lo creé a mi imagen y semejanza”.
FIN.
J. M. MARTÍNEZ PEDRÓS.
Todas las obras están registradas.
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