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LA HISTORIA SE REPITE

Mientras Juan se masturbaba mirándose al espejo del cuarto de baño, la imagen que le devolvía era desalentadora: sin afeitar, ojeroso, calvo, con una barriga que no le dejaba ver sus partes. Conforme iba acelerando el movimiento con su mano, un dolor angustioso se apoderaba de su ser. Aquello no era placer, más bien necesidad y alivio.
Cuando llegó al clímax, se tiró al suelo hecho un ovillo y se puso a llorar. “¿Cuánto tiempo hacia que no realizaba el amor con su mujer?”, pensaba mientras entre sollozos gritaba.
—¡Te odio por lo que me estás haciendo! —nuestro amigo hizo de tripas corazón, se levantó, limpió todo, realizó sus tareas del hogar, fue a la compra. Como siempre, a la hora de comer estaba solo. Al final de la tarde era su momento, se sirvió su bebida favorita. Introdujo su cinta de casete preferida de los Purple, se tumbó en el sofá escuchando su música.

“Smoke on the water, fire in the sky. Smoke on the water, fire in the sky”

¡Qué canción! Lo relajaba después de su dura jornada. Lo transportaba a un mundo lejano, cuando él trabajaba, feliz con su esposa, tenía su autoestima, venía de trabajar y era su mujer quien le esperaba, qué tiempos aquellos, el señor de la casa…
De repente, cesó la música, Juan despertó de su letargo. Ahí delante de él, su esposa iracunda le gritaba.
—¡Qué! Como siempre bebiendo y sin hacer nada, cuántas veces te he dicho que no me gusta esta música de melenudos chillones.
El hombre dio un salto diciendo.
—Ana, ¿cómo tú tan pronto?
—¡Y a ti qué te importa lo pronto que vengo! Vago, gordo. Más vale que trabajes. ¡Espero que la cena esté preparada!
Juan, sentado a la mesa con su mujer, sorbía la sopa procurando hacer el menor ruido posible. Ella, a su vez, parecía que no comía desde hacía tiempo, con un ruido tremendo sin importarle lo más mínimo. En un momento de la cena, se dirigió a su marido:
—¿Tú sabes qué día es mañana?
Al hombre, en una fracción de segundos, se le pasó por la cabeza mil y una cosas que decir, pero se quedó como bloqueado, a lo cual contestó.
—¿Mañana, no sé? Nuestro aniversario de bodas.
—¡Valiente estúpido! —le contestó su mujer.
—No sabes que estamos a ocho, mañana. Siguió diciendo con la cara roja de ira.
Juan no sabía qué contestar, igual su señora se burlaba de él. Podía ser ese día, mil cosas y no ser nada importante. Repasó en su memoria qué podía ser eso tan importante para su mujer. Ante el silencio de su esposo y titubeo del mismo, Ana ya no se aguantaba más y dijo gritando más que nunca.
—¡¡Cómo vas a saber tú qué se celebra mañana!! Si te dedicas todo el día a holgazanear, beber y escuchar música.
Juan no supo qué decir, aguantando el chaparrón como mejor pudo. Callar y mirar al plato, esperando que su mujer terminara de ametrallarlo con su verborrea.
—Pues te lo voy a decir, estúpido y gordo marido.
— ¡Mañana es el día de la mujer trabajadora!
—En el año 1908 en Nueva York, un grupo de mujeres se encerró en su fábrica, un hombre (que es un cerdo como tú) incendió la factoría con las obreras dentro.
—Lo siento… no sabía… perdóname… no volverá a pasar —respondió Juan con voz lastimera. La dama, mientras se levantaba de la mesa, le dijo.
—Decirte las cosas es perder el tiempo contigo. Me voy a la cama que mañana yo madrugo.
Nuestro amigo, como un perrillo faldero, fue detrás de su mujer. En cuanto ella se dio cuenta de que le seguía le dijo.
—Pero qué haces, ya sabes que quiero dormir sola, que mañana yo trabajo, además roncas. Vuelve a tu habitación.
Aquella noche Juan no podía dormir. Sudores fríos le recorrían el cuerpo, no paraba de moverse, meneaba continuamente las piernas.
“Quiero dormir —se repetía una y mil veces—. Tengo que reposar”. Por fin, a las tantas de la noche, se durmió. En el profundo sueño, su mente lo transportó al año 1973 donde él estaba en un concierto de su banda favorita, gritando como todos en primera fila.
“Qué bien, que sensación, con todos los demás bailando, voceando, vitoreando al conjunto. Estaban todos”.

El guitarrita Blackmore rasgando su instrumento.
El bajista Glover sacando sonidos increíbles.
El batería Paice aporreando los tambores poseído por un frenético ritmo.
El teclista Lord sacando sonidos majestuosos de su hammond.
El vocalista Gillan con su potente garganta.
Todos juntos tocando la archifamosa canción.
“Smoke on the water, fire in the sky. Smoke on the water, fire in the sky”.
En un momento del concierto, el público desapareció, todo quedó en silencio, la banda dejó de tocar, todas las miradas se dirigieron hacia él. Con las manos extendidas señalándolo a él. Los cinco componentes le dijeron al unísono.
“¡¡Mátala, Mátala, Mátala!!”.
Juan sé despertó con un grito que resonó en todo el piso. Su mujer, aporreando su puerta, le dijo gritando de ira.
—¡¡Estúpido gordo de mierda!! Deja de bramar como una mujer. De estas no pasas, mañana mismo hablaré con mi abogado, ya te enterarás. ¡¡Imbécil!!
El hombre se levantó, definitivamente ya no podía dormir. Se fue a la cocina, se preparó algo de comer y pensó en las palabras de su mujer, cuando su mirada se cruzó con el calendario de la pared, marcaba lunes 7 de marzo.
Una risita se le escapó diciendo.
—No te preocupes, mujercita, que mañana tendrás un día inolvidable, je, je, je, je...
Acto seguido, tomó papel y lápiz, anotando lo siguiente.
“Querida esposa del alma, pido perdón por ser tan calvo, tan gordo, pero mañana tendrás tu sorpresa por el día de la mujer trabajadora. Besos. Tu marido”.

“Smoke on the water, fire in the sky. Smoke on the water, fire in the sky”.

En el Parking de la fábrica se oye el chirriar de los neumáticos de un viejo Ford Fiesta. Del interior del mismo sale un hombre de mediana edad, con barriga predominante y una calvicie indecorosa, cargado con dos bidones de gasolina y un gran radiocasete con prominentes altavoces. De los mismos sale una música estridente llenando el lugar de acordes de guitarras eléctricas.
Juan, como ido, empieza a repartir el combustible por las paredes de la fábrica, bailando al compás de la música, prendiéndole fuego a la gasolina.
Mientras las llamas devoran el edificio, con su baile frenético empieza a tocar su guitarra imaginaria.
“¡Pero! Esa canción… Me suena… ¿Será?” —se dijo Ana presa de pánico.
Subió al piso superior donde estaban las oficinas, asomándose a la ventana vio a su marido bailando como un poseso tarareando el estribillo.
Smoke on the water, fire in the sky. Smoke on the water, fire in the sky.
El incendio proseguía con fuerza. En el piso superior, las llamas alcanzaban la dependencia. Ana no podía ya respirar, estaba a punto de perder el conocimiento cuando se fijó en el calendario de la pared.
“8 de marzo”.
—¡¡Cabrón, hijo puta!!
—Cumpliste tu promesa.
Mientras nuestra amiga agonizaba. Los rifs de guitarra de Blakmore desgarraban el aire y la potente voz de Gillan se elevaba al cielo.

Fin
J.M. MARTÍNEZ PEDRÓS

Todas las obras están registradas.

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Texto agregado el 14-03-2014, y leído por 125 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-05-2014 Magistral. De verdad, de los que mas me han impactado y gustado, ha despertado una empatía por el pobre Juan que hace que comprenda y aplauda su "festejo". Es horrible el maltrato psicológico al que le has sometido, y lo más horrible es que existen hombres y mujeres así, que ningunean y denigran a sus parejas. Admirada, te aplaudo y mando un abrazo nayru
01-05-2014 Uy, te has metido en un terreno muy espinoso. Has pintado un perfil de mujer terrible, abominable (si en lugar de ser mujer el personaje hubiera sido hombre, de borde e intolerante lo hubieran tildado de machista y maltratador) y has pintado en tu relato un desenlace brutal para una historia que se desarrolla en el odio y se ceba en la frustración. Quizás si él se hubiera marchado antes y la hubiera dejado que se ahogara sola en toda su mala leche, no hubiera terminado trastornado. Ikalinen
 
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