ESE HOMBRE FUE IMPORTANTE PARA MI Y MI FAMILIA, NOS CAMBIÓ LA VIDA PARA MEJOR. A NOSOTROS Y A TODA NUESTRA COMUNIDAD, A TODAS LAS PERSONAS QUE CONOZCO, PUEDO VERLAS Y RECONOCER EN ELLAS ALGO POSITIVO QUE HAYA DEJADO CHÁVEZ EN SUS PROPIAS VIDAS, AÚN CUANDO NO LO ADMITAN. AGRADEZCO QUE SUS COMENTARIOS SEAN RESPETUOSOS, Y SI NO TIENEN NADA RESPETUOSO QUE DECIR, PREFERIBLE CALLAR, PORQUE SU MUERTE, PARA MI PERSONA, FUE LA MUERTE DE UN PADRE, UN HERMANO, UN AMIGO, UN HIJO. GRACIAS.
Carta para tus ojos que me ven desde adentro
“Ese huracán que es Hugo Chávez hoy se está apagando,
pero yo vengo a decirles que muchos pequeños soplos
pueden mantener vivo un huracán”
Ezequiel AnderEgg
La primera vez que te hice una carta, Hugo Chávez, tenía diez años. Fue por ese entonces cuando te conocí: alto, de mirar profundo, hecho todo ternura. Yo era una niña entre varios que revoloteábamos alrededor de una reunión política donde nuestros padres te escuchaban plantear la locura de ganar unas elecciones. A ti, un pan de horno recién sacado de los pabellones del Cuartel San Carlos. Tienes que admitir que era una locura. Nuestros padres no te creyeron pero aún así estaban dispuestos a acompañarte porque, en su muy arraigada memoria histórica, la derrota era la herencia que sus ancestros les legaron, era la tarea que luego nos entregarían inconclusa -yo sé que llegará el día en que seremos libres- decía mi papá- yo no lo veré, ni tú, mi niña, pero ese día llegará- En esa reunión todos te siguieron, Chávez, pero sólo nosotros, los carajitos, te creímos. Sabíamos que tornarías nuestra rabia heredada en victoria. Lo supimos desde que te levantaste de la silla y te acercaste hasta donde estábamos para ayudarnos a volar un papagayo gigantesco que no se dejaba alzar al vuelo. Dejaste a los viejos allí sentados y viniste a ayudarnos. Luego pasamos la tarde entera jugando contigo, inundando el cielo de colores con los papagayos y los sueños que nos ayudaste a levantar.
Esa tarde nos pariste, Chávez, a partir de entonces esos muchachitos y yo nos hicimos hijos de esta revolución. Así como volamos papagayos, nos sumamos a todas las luchas a las que nos llamaste: celebramos contigo la victoria electoral, te acompañamos a socorrer a los hermanos damnificados; discutimos en cada rincón el proyecto constitucional, lo nutrimos, lo avalamos y lo defendimos; nos lanzamos en masa a enseñar a nuestro pueblo a leer y a escribir, nos dedicamos a estudiar, a ser mejores para nosotros mismos y para la patria; reconocimos a nuestros próceres y militamos en cada Misión nacida de tu pensamiento. Nos hicimos tu brazo y tu palabra.
Cuando Nicolás dio la noticia de tu partida yo venía caminando por el casco histórico de la ciudad. Comenzó un movimiento extraño: algunos corrían, otros nos mirábamos sin entender lo que pasaba. Escuché a alguien decir que habías muerto y no le creí, eran tantos los rumores que hacían circular… al llegar a la Plaza Bolívar comenzó a escucharse el ruido creciente, la vertiginosa catarata de lágrimas que se desataba desde cada rincón. Seguí sin creerlo durante unos segundos, hasta que vi a un muchacho sentado en el piso, frente a la estatua de Bolívar, mirando al Libertador mientras lloraba con las lágrimas profundas que acompañan la muerte de un padre amoroso. Derramándose ante tu padre, Chávez, derramando su tristeza frente a ese Bolívar que nos develaste. Allí nos derramamos, Comandante, cada uno desde su pecho y con su corazón. Allí comenzó esa pena que convirtió a nuestro país en un gran velorio.
Para quererte, Chávez, es necesario haber nacido entre los pobres. Haber nacido allí, rodeado de miseria, haber visto el poder alquímico de ésta revolución transmutadora sobre nosotros mismos. Para quererte es necesario haber sido una negra, una gorda de barrio con dos tejas de zinc sobre la cabeza y muchos sueños irrealizables. Es necesario haber sido una muchachita famélica que miraba a sus padres oler pega y a sus hermanos llorar de hambre enredados entre los resortes de un viejo jergón. Para quererte había que ser un indio silencioso, un obrero desarrapado, una mujer preñada con una cadeneta de muchachitos enganchada a su brazo. Eso fuimos cuando llegaste, Chávez, y ahora somos distintos. Viniste con tu carga de sueños a cambiarnos la tapa de zinc por un título universitario y un trabajo digno, a cambiarnos el solar vacío y lleno de basura por un módulo de salud gratuito y de calidad, a cambiarnos el jergón por cuadernos y lápices, la pega por alimentos sanos, el silencio por voz colectiva y organizada, viniste a transformar nuestro llanto en esperanza.
Hoy esa muchacha gorda y negra viene a decirte adiós, a darte las gracias porque sí, sigue siendo gorda, negra, pero también es doctora. Esa anciana viene a darte las gracias por haber aprendido a leer de tus manos, por haber visto a sus hijos estudiando y por tener una llave que abre la puerta de su nueva casa. Ese soldado viene a agradecerte por haberle destapado la sensibilidad, por haberle recordado que también es pueblo. Esos pobres vienen, Chávez, en desbandada, a llorar tu partida, vienen desde todos los rincones y esperan bajo sol y luna para verte por última vez, pasan frente a tu tumba, se entregan por completo en dos segundos y siguen caminando, desolados. No les cabe el alma en el pecho, hermano, no nos cabe el alma. No sabemos de qué manera decirte adiós.
Por eso, Chávez, hemos decidido no dejarte ir. Hemos decidido que te quedas: estarás aquí, en el sonido del despertador que cada mañana nos haga levantarnos a trabajar con conciencia, estarás en el lápiz con el que escribiremos nuestra propia ciencia, nuestra propia historia; estarás en la arepa caliente que entregaremos cada mañana a nuestros hijos, en el portón abierto de la escuela, en los cantos de nuestros artistas, en la disciplina del militante, en la crítica responsable, en la reunión del consejo comunal, en la alegría que ha hecho su casa en nuestro pecho y que hoy es capaz de convivir con el dolor que nos causa no poder volver a mirar tu rostro. Nos moverá tu mirada, Chávez, tus párpados que se nos han abierto en el fondo del pecho y ven hacia el mañana. |