Realmente no lo esperaba, llegó casi simultáneamente a mi llegada a casa. Ni siquiera observé alguien esperando. Pero cuando estaba entrando me abordó educadamente, me demostró que sabía quien era yo y que venía a ayudarme en mis problemas. Ambos gente grande, lo invité a pasar a casa y le ofrecí un café.
Comenzamos a charlar y yo no entendía cómo parecía saber todo de mí. Por dentro iba elaborando suposiciones. Lo tenía que haber enviado alguien que sabía de mis problemas. Seguramente un familiar y ya iba suponiendo quien.
La charla nos fue llevando, desde mi niñez, anodina y aburrida, llegando a mi adolescencia, con mis dudas y certezas. Quien no vive así su juventud?, creyendo saberlo todo con exactitud, pero envuelto en un mar de dudas de todo tipo.
Yo me sentía bien, fui tomando confianza con el correr de los minutos y entramos a develar juntos episodios pasados que fueron marcando mi vida, el colegio primario y secundario, mis fantasías sexuales, mi primera experiencia, mi carrera universitaria, mis amistades y relaciones que se fueron perdiendo en el tiempo, el formar una familia, los hijos creciendo, la separación, las nuevas experiencias y la decisión de darle otro enfoque a mi vida, mis trabajos, mi sueño de empresario sin final feliz, mi fanatismo en el fútbol, mi nueva vida, el amor de mi vida encontrado y perdido, mis problemas de salud, mi actualidad llena de dudas y problemas.
Nunca me había podido explayar tan a mis anchas, mis experiencias, mis sueños alcanzados, mis sueños truncos, mi forma particular de ver las cosas, la búsqueda de la perfección en cada cosa, querer aportar de a un granito de arena en la vida pública creyendo que si todos hicieran lo mismo estaríamos mejor, mis nervios, mis arranques, mis momentos de remanso, mi ilusión de escribir.
Casi como un psicoanalista, con mínimas palabras me iba dirigiendo en la charla, o quizás más que dirigiendo, dejándome volar pero dándome las alas para hacerlo, para que yo entendiera que me estaban escuchando.
Así confesé tantas cosas… importantes o nimias, no hace a la cuestión, pero esos pequeños secretos que llevamos dentro. Que no nos damos cuenta, pero van pasando los años y permanecen exclusivamente nuestros, nos negamos a compartirlos, pero había llegado el momento.
Pasaron así varias horas, y al café le siguió un vino tinto que guardaba, que bebimos lentamente y paladeamos con placer. Mi pensamiento se dirigía a poder atacar mis problemas actuales y encontrarles alguna solución. Seguramente para eso él había llegado. Seguramente para eso lo habían mandado.
Pero la charla continuó con recuerdos, hablando de las personas que han sido importantes para mí. De mi intención de rescatar siempre lo bueno de cada uno y, juro que quizás sin hacerlo deliberadamente, olvidarme sus errores. Así, a pesar de todo, hoy no siento rencores ni odios y eso libera el espíritu.
No llegamos a hablar del presente. Se fue haciendo la noche, ya mi visitante parecía parte de mi vida, o yo de la suya. La noche y la oscuridad iban ganando su espacio y el cansancio del día, o de la vida, comenzaba a aparecer. Me permití ubicarme más cómodo para seguir charlando. Él me observaba y aprobaba.
No sé en que momento, mientras hablaba mis palabras se fueron perdiendo y el sopor del cansancio, el vino y la noche me fueron ganando. Me quedé dormido. Y él me llevó.
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