Europa y África, la cristiandad y el islam iban a enfrentarse en una decisiva batalla naval. En una época signada por el odio y el fanatismo religioso, el afán de riquezas era el móvil de los piratas berberiscos que iban a medir sus fuerzas con el más insigne almirante Genovés: Andrea Doria. Corría el año 1538. En el castillo de popa de la Muyibah, un hombre de elevada estatura, porte majestuoso y miembros bien proporcionados, muñido de un larga-vista, observaba con rencor y deseo de revancha los movimientos de la flota enemiga. Era Keyr Ben Dyn, príncipe regente de Argel, más conocido con el apodo de Barbarroja. Había heredado dicho sobrenombre de su hermano Horuk, el cual poseía una barba rojiza y había sido muerto por los españoles delante del río Tremecen. Carlos V había dispuesto que diez mil soldados españoles terminaran con la vida de Horuk. Keyr Ben Dyn se sentía llamado a vengar la muerte de su hermano. Junto al príncipe de Mahoma, un argelino fornido y de mediana estatura miraba con igual interés a la escuadra enemiga. Era Osmán, jefe de la guardia personal. Ambos piratas estaban armados con alfanjes y sendos trabucos. Keyr Ben Dyn decía a su acompañante con acento lleno de odio:
- Es la flota de Andrea Doria, Osmán. Por las barbas del profeta, no puedes imaginar cuánto detesto a este hombre. Yo había ocupado a Túnez en 1534 y el me desalojaba de allí al año siguiente, privándome de una importante base de operaciones. Allí conocí el amargo sabor de la derrota y de la huída, no necesito decirte que quiero vengarme de él.
- Andrea Doria tiene en esta batalla una ventaja: 60 galeras más que nosotros, pero tiene a su vez un factor en contra: el viento que no le favorece.
En la Muyibah, en la cual ondeaba el estandarte verde con la media luna, los hombres de Keyr Ben Dyn, entre los cuales había argelinos, tunecinos y otros provenientes de Trípoli y Tánger, estaban con las mechas humeantes detrás de sus cañones.
Con voz potente, el príncipe regente, hizo oír su arenga:
- Ante vosotros está la flota que os ha hecho una guerra despiadada y que os ha desalojado de Túnez. Ha llegado el momento de la venganza. ¡Fuego de andanada! ¡Alá es grande y Mahoma su profeta!
La batalla se iniciaba con igual encarnizamiento por ambos bandos, las andanadas musulmanas que abatían hombres y desmontaban piezas de artillería en las naves cristianas, eran respondidas con igual vigor por las culebrinas de la flota del Almirante Doria que destrozaba las arboladuras y producían daños en la obra muerta de los barcos del norte de África.
El almirante cristiano se había lanzado al ataque de las galeras berberiscas confiando en su superioridad numérica. Por su parte, Barbarroja, aprovechando el viento a favor, y secundado por otras naves musulmanas, se interpuso entre el navío del almirantes genovés y el resto de su flota llevándolo a una situación de aislamiento. Viendo que las naves enemigas habían comenzado un movimiento envolvente y antes que el cerco se completara, el genovés emprendía la huída. Era sobradamente conocida a Andrea Doria, la fama que tenía Barbarroja como pirata sanguinario y lo que podría ocurrirle al caer en su poder. Las demás naves cristianas imitaron su actitud y se retiraron del combate.
Ese día el islam había triunfado sobre la cristiandad. En lo sucesivo, el Príncipe de Mahoma, continuaría con sus correrías que habrían de designar una época de muertes a granel y que se verían favorecidas por la rivalidad que por entonces tenían Carlos V y Francisco I.