La mujer de la ruta.
Si solo hubiera llegado un minuto antes, un minutito, no habría perdido el colectivo. Y todo por culpa de Carlos, le dije que no hacia falta que me prestara el libro en ese momento pero claro siempre tan inoportuno, me retuvo hasta poder sacarlo de su mochila en la cual siempre lleva infinidades de cosas.
Sin embargo de qué valen los miles de pasados que vuelan por mi cabeza: haber podido alcanzar el urbano que se marcho cuando estaba en la esquina y no tener que esperar en la parada quince minutos para que llegue otro, contar con tiempo para sacar el pasaje, comprar algo de comer y elegir con gusto el lugar donde sentarme ya que hoy sábado y a esta hora no viaja nadie.
Pero mi futuro es solo uno, el de esperar una hora el siguiente colectivo por lo que llegaré casi a la medianoche a casa de mis padres cuando ellos seguramente ya estarán dormidos o con fuerzas apenas para saludarme.
Por suerte traigo el libro de cuentos que me presto Carlos, me gusta leer cuentos pues se me dificulta mucho leer novelas con el poco tiempo que tengo para ello. Entre la facultad, el trabajo más alguna otra actividad, son realmente limitados los minutos que puedo dedicarle a la lectura placentera por ello los cuentos me parecen una buena opción.
Tras haber finalizado un relato y encontrándome en la mitad de “Ómnibus” miré la hora. Es muy interesante como mis cinco minutos se volvieron 55 minutos.
Lo cierto es que no esperaba encontrarme con mucha gente en el transporte pero tampoco esperaba que estuviera casi vació de no ser por un señor barbudo que mira perdidamente hacia fuera, la mujer que viaja en el primer asiento y yo que por momentos me siento indeciso en la elección del lugar en donde sentarme.
Decidí continuar mi lectura hasta que el momento en que salimos de la ciudad y el chofer apagó las luces interiores del colectivo. Desgraciadamente las pequeñas luces que se encuentran en la parte superior de los asientos no andaban en consecuencia tuve que dejar mi libro y mirar hacia afuera.
En el cielo, sobre la sierra cubierta de árboles, la luna alumbra tan fuerte que en ocasiones se podía divisar las sombras de los postes de red eléctrica que se encuentran al costado de la ruta.
A veinte kilómetros y tras haber pasado el último pueblo, donde nadie se bajo y nadie subió, de pronto el colectivo disminuye la velocidad bruscamente, de ninguna manera espero que al doblar la curva hubiera una mujer haciendo dedo.
La mujer subió con las mejillas bañadas en llanto y gestos de mucha desesperación. Decía haber sufrido un accidente kilómetros más adelante. Explico apresuradamente que cuando quisieron cruzar a un vehiculo su marido por jugar con la hija que se encontraba en la parte trasera se distrajo y al volver la vista al frente no advirtió las luces que venían, con un movimiento brusco pudieron evadir la colisión con el otro auto pero no contra el árbol que se encontraba en la vera de la ruta.
El chofer le aconsejó sentarse hasta que llegáramos al lugar del accidente tras los intensos pedidos de ayuda y socorro a su marido e hija que se habían desmayado en el lugar. Fue entonces cuando vi a la mujer como en tomas fotográficas caminando para sentarse, aún llorando, dos o tres asientos más delante de donde me encontraba yo.
Me pareció un poco extraño que la mujer caminara en sentido contrario al pueblo más cercano, el lugar donde yo vivía, para buscar ayuda y la gran cantidad de distancia que pudo recorrer. Pero bien es cierto que tal vez haya perdido la noción del espacio ante el shock del accidente y por la desesperación recorrió gran distancia corriendo.
Cuando recorrimos dos kilómetros vimos que efectivamente un vehículo se encontraba incrustado a un árbol al borde de la ruta, cuando el colectivero detuvo la marcha todos bajamos, todos menos la mujer, al acercarnos encontramos a una niña muy asustada de unos cinco años de edad llorando fuera del coche.
Al momento de asomarnos al coche pudimos ver a un hombre y una mujer con los cinturones puestos ya sin vida.
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