Amada mía, ¡ay de mí, porque mía ya no eres!
Los rincones en los que anidamos ya no son los mismos,
no eres la misma tú, ni tampoco lo seré yo.

Las nubes de verano se vuelven otoñales,
y las hojas que caen en la acera las veo ahora mismo aletargadas, y quedan flotando, sin aceras, y sin nada.

Tu mirada ya no estará tan vacía sin mí, de eso seguro estoy; también sé que serás feliz de esta manera, y ten por seguro que tu felicidad, para mí vale mucho más que mil hojas de verano camufladas de la temporada entrante.

He de guardar palabras en un rinconcito de mi habitación; palabras que prefiero no contar, palabras que prefiero reservar y no explicar, sentimientos que no he de expresar, y miradas que ya no más pueda mirar.

Me auto-recetaré pequeñas dosis de melancolía, que consumiré de vez en cuando para la memoria.
No quiero olvidar, ni mucho menos olvidarte. Daré la media vuelta y partiré, y no, te juro que no; te juro que no voy a volver. Al menos, no por esta vez.