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-Te amo.
-Yo sé.

Lo noté a los siete años, Alfredo, la tortuga de la clase, murió. Chuchín lloraba, igual que Karem y Stefi. Yo no, no entendía nada de todo aquello, aun no lo entiendo. Lloré, cristal, supongo; he olvidado el peso de las lágrimas.

No conozco la empatía. Conozco la palabra empatía y su significado, pero no me representa nada. Es como describir el aceitoso y ácido amarillo a un ciego, supongo ¿La empatía es aceitosa y acida? ¿Es amarilla? No lo sé, imagino que eso me hace un tanto ciego también.

Recuerdo la muerte. Yo morí a los cinco. Bien muerto. Mi hermano también murió, pero no lo sabe. Su muerte fue rápida y muy permanente. Ahora las muertes no ocurren más. Imagino que sólo hay una muerte, la primera, las demás son esa misma muerte reutilizada, visitada de a chupetes, prestada de lo ajeno, del cadáver apestado a infancia, a lastima, a asfalto y gasolina.

A veces me gusta pensar que siento y no me doy cuenta. A veces me gusta pensar que siento y me doy cuenta, pero me miento. No es fácil mentirse todo el tiempo, pero hay que hacerlo, por misericordia y humanidad.

Cuando cumplo años, siento eso que sienten cuando cumplen años, esos dos centímetros que uno crece inmediatamente al levantarse de veintiséis años. Siento una cana que brota. Siento anaranjado.

Cuando la vi, lo supe, ahora mismo debo estar embelesado. Enamorado ¿Quizás? ¿Hay requisito para enamorarse? ¿Hay que coger? ¿Besarse? ¿Conocer a los padres? ¿Dormir abrazados? ¿Declararlo expresamente? ¿Quizás?

Supongo que el amor también existe de manera individual e irrepetible. Uno lo reconoce, más no lo crea ¿Pero qué pasa cuando uno es un tanto ciego?

Ella es mía y yo soy suyo. Y le amo. Y nos amo. Y me amo siendo parte de ella. Eso lo sé, nunca lo he dudado. Lo sé aunque no lo note. Lo sé, aunque no lo vea. Lo siento, aunque no me dé cuenta. Mi amor lleva los labios rojos y el pelo crespo. Es así, de pecho tibio y manos heladas. No, ella no es el amor, no son lo mismo, pero son de la misma talla. De mi talla. Es aceitoso, el amor, no como el amarillo, sino como el fa del chelo. No es suave, pese a lo que se pudiera pensar; es afilado, puntiagudo. Es aislado, vibra solo, todo el tiempo. Vibra, es eso, el amor vibra. Vibra en mis manos. En sus rodillas. Vibra en mis labios torpes y su aliento que me bebo de golpe. Es dulce el amor y se escurre como jugo de durazno por las mejillas. Nos embarramos la camisa con amor. Nos embarramos el alma y la existencia. Yo le amo, eso lo sé, nunca lo he dudado.

Todo es susceptible de control, me gusta pensar eso. Cuando me dijeron que la tía pilar había muerto, separé los labios. Justo perfecto. Menos, hubiera significado que engañaba al tío Roberto. Más, que había ganado una beca del colegio, por aprovechamiento. Pero no, ella murió en ese medio centímetro entre mis labios. Ahí, asomada entre mis dientes inferiores, quedó su vida entera.

A ella la celo, por supuesto. Siento esa punzante vergüenza que se aloja en el apéndice. La inseguridad que me vacía de sangre las piernas. La celo, como cuando estoy desnudo, me sé expuesto, vulnerable, con comezón en la nuca ¿Miedo a perderla? No. Nunca ha sido mía ni dejará de serlo. Tengo miedo a pasar uno de sus minutos sin ella. Que nos dejemos de lado, así, sin octavas. Miedo, como cuando se te termina la leche para el cereal y olvidas todas las palabras. Como despertar siempre a la misma hora. Como olvidar las comas para siempre. Y los puntos. Miedo, arenoso y frío miedo.

Le amo, así que me ha gustado, supongo. Hay estética en la forma en que toma la cuchara. Con cuidado y sin recatos. Y viste a los colores, los adorna. Y sonríe como laguna a medio día. Me mira fijamente y puedo sentir que se me arruga cada centímetro del esternón cuando ella arruga la nariz. Y sus besos son pimienta con mejorana. Y canta como la frambuesa, pero más obscuro.

Es un milagro cotidiano, ahí reside su poder. Si la quinta de Beethoven llevara tacones, sería imposible reconocer a una de la otra. Duda mucho, le parpadea la voluntad. Ama por completo en amaneceres de color salmón y rocío de clavel en botón. Me ha dicho que no le gusta el clavel. Yo sé que de ahí nacen sus dudas, pero me cuesta explicárselo.

No sé qué se supone que uno haga cuando ama. Hay tipos talentosos que pueden amar y tomar la ducha. Yo no, yo amo y ya. Como las camelias que caen de la ternura, así le arranco la ducha al amor. Le robo un plató de sopa de cebolla, que me como con un par de sus crutones. Me lo bebo sin azúcar por la mañana. Y me pregunto, constantemente ¿Dónde acaba el amor y comienza la muerte?

Y soy grande ejerciendo el alma, al menos me parece que es así. La cobijo y le beso la frente. Le cocino. Le hablo y la huelo todo el tiempo. La miro cuando hace nada, cada paso que da yo lo observo. Lo estudio. Lo hago mi paso. Como he hecho mías cada una de sus cicatrices, nuestras cicatrices. Entono su voz. Le caliento el agua. Rozo su lengua con la mía. Y cierro los ojos. Siempre los cierro. La pruebo. Me tomo mi tiempo. Y la pruebo nuevamente. Llevo sus besos a todas partes. Visto sus besos en el bus. En la oficina. Los combino con la corbata. Y pongo mala cara cuando está menstruando. Y maldigo desconocidos. Y me disculpo por haber dicho algo que nunca dije. Y La escucho. Mucho más de lo que piensa. Escucho lo que no dice. Escucho lo que calla. Escucho sus historias duras que disfraza de anécdotas escolares. Escucho que le tiembla la voz cuando no dice eso que le sucedió, cuando no confiesa que lastimaron. Y le abrazo. Le abrazo cuando, entre el precio de las tortillas y el limón, me ha llorado una vida de silencio y sentencias. Y pecados ajenos. Le abrazo para que sepa que no me importa que haya sido inocente. Que no me corrompe el miedo. O que temeré con ella si es necesario. Que me aterraré del mundo entero y me haré pedazos. Y me quedaré sin palabras. Y sin puntos. Y sin comas. Y sin leche para el cereal. Despertando por siempre a la misma hora.

Hoy me ha visto, ignorante de mis medidas exactas y mis cálculos precisos, con los que peso la sonrisa que me ha sembrado bajo su beso de buenos días. Me ha visto como nunca nadie me ha visto. Vacío del todo. Abandonado a su merced. Tomado de sus últimos ayeres. Sin idea del todo. No amarillo. No aceitoso. Transparente como lo es la gente que no siente y lo sabe. Pero se engaña. Separo los labios. Lloro.

-Te amo.
-Yo sé.

Texto agregado el 10-03-2014, y leído por 237 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
12-03-2014 Sí, a veces el amor se convierte en trastorno. Escrito en una prosa poética de calidad, bella. Saludos Audina
11-03-2014 Excelente. Cómo un monólogo pasa a ser cuento. Dicen que no hay que adjetivar en un cuento, pero los muchos adjetivos de este cuento adornan y abren hermosas y potentes imágenes que sorprenden. Saludos. NeweN
10-03-2014 Excelente texto. De mi gusto. Te felicito. agostina
10-03-2014 Hermoso texto, pleno en su expresión, no menos ni mas amor, solo diferente Carmen-Valdes
 
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