Los dos en el bar trataban de conciliar sus opiniones, pero cada comentario rehuía esa conversación pendiente.
Como si el miedo a perderse fuera lo único que importara realmente.
Se miraban de reojo algunas veces, como escudriñándose en lo más profundo de sus corazones.
Es que esa conversación finalmente la tenían dos almas.
Él tenía los dedos heridos por la repentina y esquiva reacción de ella. Y ahora solo importaba recuperarlos, sanarlos o al menos frotarlos.
Estando los dos frente a frente ya no importaban las recriminaciones. Sus ojos querían lo mismo que sus manos, entrelazarse unos con otros y prodigarse lazos, suavidades, susurros o al menos cariño.

Tras una larga y sincera conversación finalmente lograron reconciliarse y tras pararse de la mesa del bar en donde estaban y caminar uno al lado del otro, fue inevitable que de nuevo sus manos se encontraran.
El vaivén de su brazos había hecho de cómplice. Solo un segundo tardó uno de sus dedos en rozarle uno de los suyos y se entrelazaron para no soltarse más, como si se necesitaran desde siempre.