“Anotaré, sin embargo, que desde hace cierto tiempo experimento una viva repugnancia a aplicar a mis actos y pensamientos una autocrítica moral. Mi impulso es otro...” (Dostoievski – El Jugador)
Existe hoy en día una tendencia de referirse al amor como carne, pero también como algo mas, algo cercano a lo celestial o poético, siendo este último muy importante. Yo no le comprendo muy claramente, tal vez soy demasiado físico. El amor se siente en el cuerpo. Cuando se extraña, el cuerpo extraña. El cuerpo siempre se manifiesta. La carne siempre se manifiesta. Va más allá de la razón, que pienso tiene que ver con esta conceptualización de un amor sublimado. El amor es carne. Cuando la carne nos lleva a ponernos en contra de nuestros pensamientos, cuando nos lleva a la irracionalidad, entonces hablamos de amor. Entonces cedemos. Entonces amamos.
Mi amor por Sofía, un ir y venir, si de alguna forma puedo describirlo. No me he decidido aún en reconocer si es realmente amor lo que siento por ella. Reconocer si es ese amor por el que un hombre se olvida de las demás mujeres. Por otra parte, siento un gran temor en descubrir que sea resignación, únicamente resignación. Reconocer que estoy con ella por miedo. Un miedo terrible de no volver a encontrar algo radical y definitivo, que se mezcle fatalmente a mi destino.
A veces pienso que lo correcto es dar este gran paso. Ponerme a prueba. Arrojarme de lo más alto, aferrarme a la esperanza de que será posible extender mis alas, en algún momento antes de estrellarme contra el suelo. La realidad es ciertamente tan dura o mi humanidad, ciertamente tan débil.
Principalmente lo que me lleva a levantar estos escenarios, es el dolor. El dolor que siempre ha conllevado amarla. La devoradora ansiedad de necesitarla con prisa, el deseo ardiente por poseerla, dominarle. Una cierta necesidad panóptica de tenerle siempre bajo mi alero.
Dostoievski solía en sus escritos afirmar con ahínco que las mujeres, esas solo las conoce el diablo, el hombre no sabe absolutamente nada.
Sin embargo, un consuelo delicioso me produce, al menos tener la capacidad de obtener estas conclusiones. Cuando tan oscuro parece mi devenir, tener una convicción como esta, me resulta sorprendentemente tranquilizador. No niego que mayor regocijo sería tenerla ahora conmigo… entre las sabanas. Desnuda. Expuesta. A merced mía. Pero es precisamente este pensamiento el que con afán de no perder la cordura, debo olvidar. |