En un lugar sin nombre, de cuyo nombre no existía, vivían aquellos que no usaban nombres, nada ni nadie tenían ni podía ser marcado con algo tan vulgar como una etiqueta, un alias, un apodo o un nombre. ¿Pero cómo se puede vivir de esa manera? Se preguntara el lector de mente aguda, pues la verdad su único aliado era el bien llamado dedo índice, pero aun así es difícil imaginarse como vivir sin llamar a la mesa, a la música, música, a la palabra, palabra; supongo que ellos vivían cada día para volver a descubrirlo, para que la mesa no fuera mesa todo el tiempo y así, cambiar su nombre, también el modo de usarla o no usarla, el modo de verla y vivirla.
Y si así era con la mesa, no imagino que pasará con lo que nosotros llamamos amor o con lo que nosotros conocemos como arte. Tal vez por eso eran tan felices, la expectativa de un mundo nuevo, donde todo está por descubrir podría alegrar desde el escritor hasta a él lector. Un pequeño ejemplo era el desayuno, simplemente no existía, algunos comían por las mañanas, claro está, si tenían hambre, pero nada como huevos o chocolate, simplemente lo que hiciera más feliz al paladar. Pero, y como llamar desayuno, desayuno, si no existía al menos una persona con la cual ponerse de acuerdo para llamar a la primera comida día de ese modo. Podrán imaginar lo difícil que es describir un lugar así, pero existe, las cosas son aún más complejas de describir cuando se hacen menos triviales.
Recuerdo un niño que se cayó raspándose las rodillas, el dolor no le fue desconocido pero si la sangre, su curiosidad fue mayor que el dolor, como el intenso color rojo cubría su rodilla, como era la consistencia y su sabor, dándose cuenta que por dentro él, era líquido. La verdad es que usar palabras para definir personas indefinibles se siente casi como ofensa hacia ellos, así eran ellos, los del pueblo sin nombre, (nombre que yo mismo les he colocado, pero de esto, ellos no deben enterarse).