El INDIO LLORA.
Estaba el hombre en penas sentado sobre la piedra en lo alto mirando sus zapatillas de marca que dejaban salir su dedo gordo del pie, con la camiseta de un club de fútbol del cual jamás no vio ni verá un partido. Escuchaba la gran cascada de agua que se suicidaba continuamente arrojándose de las alturas, llanto de la selva que sufre que sangra al igual que el pobre hombre.
Entre el flash de una cámara de fotos de un gringo, el indio llora, llora el gente, llora el indio pues hasta el derecho de llamarse guaraní, maya, azteca, chorotega, quechua o por lo menos americano, le han robado por culpa de un navegante errante que de tierra se equivoco, solo fue donde lo llevo el viento luego alguien dijo “descubrimiento” pero nadie se rectifico y en algún momento dijo ¡miento!
Y el indio piensa… piensa en su familia que ya no duerme sobre el pasto, están sentados sobre el asfalto con hijos en las caderas vendiendo canastos porque ahora necesitan dinero para intentar ser aceptados en la “civilización” que los trata como marginados.
Llora el indio, llora… y escucha la voz de alguien que dice - “ellos elijen estar así, les falta cultura”- tal vez para autoconsolarse ante la imagen desgarradora de ver a mujeres y niños acostados en el suelo en las noches más fría de invierno.
Pero él que esta ahí, en el borde de la catarata, sufre porque es persona, porque tiene alma y extraña… extraña los momentos en que los árboles eran sus góndolas para mercarse, sus plantas sus remedios, sus ríos sus jacuzzis y que hoy solo sirven para dar electricidad. Pareciera contemplar la selva que de a poquito se esta volviendo solamente capuera.
Silva el hombre… llora y silva el canto de pájaros que cada vez cantan menos, grita, a ratos, como el yaguareté que yace sobre la doble línea amarilla. Vuela el indio, vuela y llora, vuela por un momento, el indio ya no llora, el indio se ahoga.