-Si pues, así es- le dijo con absoluta frialdad.
-Pero tiene que morir-insistió-Tal como se ha hecho en todos las acciones anteriores.
-Carajo-retruco ella-¿quién manda acá?
A duras penas se contuvo y se retiro del lugar.
Esta noche bajarían al poblado. Después de prendar la hoz y el martillo en la falda del cerro frente al pueblo, dejarían a la pequeña ciudad sin luz. Luego los adelantados harían detonar sucesivamente las bombas en las puertas de los dos bancos de la ciudad y en las oficinas públicas.
Esta noche, bajarían 40 combatientes armados hasta los dientes. Se suponía que el objetivo era liquidar al alcalde, apoderarse de alimentos y medicinas. Y si se podía, hacerse de las armas del pequeño destacamento policial del pueblo. Pero lo que no entendía es que la jefa del grupo se opuso a que se liquidara al alcalde. Eso no lo entendía. Pero ella mandaba. La disciplina era férrea. No había lugar a discusiones.
Nada sucedió como se había planeado, cuando bajaron al pueblo, surgió de pronto un grupo de francotiradores del ejército apostados en puntos estratégicos del pueblo y una lluvia de balas cayó sobre ellos, una de ellas hirió mortalmente a la jefa del grupo. El le dijo al resto que se marcharán, que él ayudaría a la mujer. Tenía un impacto a la altura del corazón, estaba muy mal herida. Allí aprovecho para preguntarle porque se opuso a liquidar al alcalde. Ella a duras penas le contesto-Es el hombre que ayudo a mi familia, cuando murió mi padre. Nos pago los estudios-el hombre respondió: “Si, pero también es el hombre que ha llamado a los francotiradores del ejercito”. Sabía que no iba a sobrevivir. Tomo su cuchillo y le abrió la garganta. Y luego se marcho lo más rápido que pudo, la policía y el ejército habían empezado la persecución.