Hace muchos días que me despierto a diferente tiempo del día, pues perdí mi celular que me despertaba. Pero siempre me estoy levantando después de que mi mamá se ha ido a trabajar, o sea después de las ocho de la mañana. Cuando me despierto, por el azar, como todo lo que pasa en este mundo, me dirijo al comedor y veo un plato hondo con una servilleta encima y un vaso con un líquido de vitaminas; ese es mi desayuno. Cuando quito la servilleta veo que hay trozos de diferentes frutas; mango, papaya y melón. También me deja un cubierto para comerme eso.
Luego de deglutir, el sólido y el líquido, me dirijo a la cocina para ver qué más hay para alimentarme. En una paila, hay una arepa de diez centímetros de diámetro, cubierta por un plato parecido al de la fruta, pero más grande. No tiene muy buen sabor, pero la como completamente, porque según mis tradiciones debo comer algo de sal al desayunar. Luego de una o dos horas, ella me llama para preguntarme si ya desayuné, no me pregunta nada más. En la tarde, yo miro por el ojo mágico de la puerta para ver en qué momento ella llega para darme el almuerzo. En esto, sí reconozco que yo soy el que se comporta como un can que espera a su amo para que le dé la alimentación. A veces, estoy tan pendiente de sus pisadas cuando entra al edificio, que logro abrirle la puerta del apartamento justo cuando ella se dispone a abrirla con sus llaves.
Ella me sirve el almuerzo; la sopa, el seco y el jugo. Cuando terminamos de almorzar me pregunta si quedé lleno, como esa inquietud me molesta, yo simplemente asiento con mi cabeza y mis labios mostrándolos hacia afuera. Me encomienda que lave la loza, que me bañe y que tienda la cama principalmente. Ella regresa a su trabajo y nuevamente, después de dos o tres semihoras, ella me vuelve a llamar a hacerme las mismas imposiciones que me hizo al terminar nuestro almuerzo. Adicionalmente me pregunta si hice popó, a lo cual ni siquiera respondo por la vergüenza que me da ser un humano, como no digo nada ella se despide y yo cuelgo el teléfono. Más tarde mi progenitora regresa finalmente de su trabajo diario y me recrimina que no he lavado la loza, ni me he bañado, ni he tendido la cama; además de criticar mi figura física por mi barriga.
Lavo los platos de comida y me baño. Pero me resisto a tender la cama, pues ya me he acomodado a no tener que tenderla. A veces ella la tiende por mí. Otra cosa que me dice es que utilice el desodorante y me cambia el pijama cada tres días, porque dice que sudo mucho. En la última comida del día, ya mi padre ha llegado y los tres comemos juntos. Al terminar la cena, ella me dice que en la cocina me dejó un remanente de arroz para que me lo coma más tarde. Antes de irnos a dormir, yo le digo que deseo trabajar en un tipo de arte particular, pero ella me dice que lo importante es tener para hacer los mercados de frutas y otros elementos comestibles, además de poder pagar un lugar para dormir.
Por eso mi madre quiere que yo ejerza mi profesión o que trabaje en otra área del conocimiento, pero yo le digo que para mí eso sería apoyar la dictadura de la vida (nos obligaron a nacer), o sea, aportarle al mundo. Mis dos ascendientes y mi hermano todo el tiempo me confrontan con la obligación de trabajar, para comer y tener un techo, de la misma manera como lo intenta hacer cualquier otro animal, y yo he decidido retirarme de participar a favor de la continuación de la especie. No quiero que mi vida consista en trabajar para comer ni para tener un lugar donde dormir. Aunque esto sea lo único que le interese a mi progenitora. No voy a apoyar al dictador o a la simple materia que creó el universo. |