Poco importaba el nombre. Era una calle como las demás del viejo barrio: angosta, bordeada de viejas casas, poblada por gente humilde, que la recorría a las mismas horas.
Esa mañana el sol parecía demorarse, poniendo de relieve las fachadas poco gratas. Apuntaba sus rayos sobre la ventana, sobre la mesa larga. Uap se echó, estirando las patas. Doña Elisa, atónita, vio como se desbordaba el lavatorio y tan rápido como se lo permitía su voluminosa persona corrió a cerrar el agua.
-¡Hay días en que todo sucede! …
Primero, había sido un desperfecto en la instalación eléctrica. Ahora, había que llamar al plomero y si no estaba, había que esperar hasta la noche.
Se dejó caer sobre una silla y contempló con la mirada vaga los platos sucios apilados sobre la mesa.
-¡Jesús!, se lamentó. ¡Y la comida no va a estar lista!... Justamente el día que sus hijos mayores venían a almorzar con sus esposas.
Doña Elisa hizo una mueca. “¡Las nueras! “... No valía la pena criar varones, se casan y olvidan a su madre. Cada quince días una visita breve, algunas preguntas y se van. Le quedaban todavía los dos menores de dieciocho y veinte años, pero estaban tan poco a su lado. Entraban, cambiaban de ropa, tragaban la comida…Estudio, reuniones. – “Estamos apurados. No tenemos tiempo”. Y, rápido, un beso ligero sobre la frente, y la casa se quedaba vacía. Oh, si Dios le hubiese mandado una hija…”
-Mi pobre Uap, es triste la vida cuando uno es viejo.
El perro no manifestó ninguna señal de enternecimiento ante esa confidencia y cerró los ojos con desprecio. Doña Elisa fue a plantarse ante la ventana y miró hacia la calle. Nunca había advertido las fachadas miserables, la acera hundida. Resumía de lucha, de pobreza. Su marido y ella trabajando sudando y, luego, la guerra y ella había seguido trabajando sola: costura, lavados de ropa, mal pagos. Los muchachos seguían creciendo cada vez más hambrientos…
Cuando terminó la guerra su marido regresó. Dos manos más para combatir contra la miseria, dos manos para corregir a los cinco forajidos. “Sus pequeños”, una sonrisa enternecida, lágrimas que nublaba la visión de la calle sin interés…
¡Qué importaba el esfuerzo cotidiano!, ¡Eran bien suyos! Se le escapó un suspiro, el perro levantó un párpado. Estaba acostumbrado a los suspiros, pero este, sin embargo, parecía más profundo y merecía cierta atención.
“No, nada andaba bien hoy. Este regreso al pasado no le era habitual”. El sol la tocaba, ella sentía el suave calor sobre sus manos enrojecidas, y en el fondo de sí misma algo melancólico flotaba, como este polvillo de oro en la luz…La calle subía y se perdía en la curva. Allá, había echado abajo el viejo arrabal y se habían construido edificios nuevos; mas lejos, había un gran parque, con sus árboles vestidos de verde, y sus sombras, sus claridades… Nunca había tenido tiempo de ir hacia ese lado, ni siquiera el deseo de hacerlo. Sus pasos la llevaban siempre hacia la parte vieja, hacia las calles oscuras, donde, en verán, se respiraba polvo y, en invierno, se chapaleaba en el agua.
Doña Elisa se irritaba. Las casas se sostenían, hombro contra hombro, en su miseria, con sus frentes manchados. En alguna parte, un reloj sonó diez veces.
-“¿Qué pensarían los vecinos al verla a estas horas en la ventana?” La mañana era sagrada. Solamente a la tarde se cambiaban comentarios. Desde una ventana, desde un umbral salían voces, siempre las mismas. La calle resonaba con gritos infantiles. Otrora, eran sus hijos la llenaban…
-¡Cómo pasa la vida!... Ahora, eran hombres. Ella había sufrido en cada despedida. Sobre todo la de Pablo, su preferido. Con Germaine, su mujer nunca había simpatizado. Había que reconocer que la chica había hecho algunos esfuerzos. Pero vaya uno a creer en su sinceridad…Doña Elisa desconfiaba. Tenía la experiencia de las otras dos: al principio amables y, una vez casadas le había quitado sus hijos, y los necios ni habían protestado. A su marido le parecía natural esa indiferencia por parte de ellos.” Un marido no comprende mejor que un hijo. Uap adivinaba mucho mejor sus pensamientos”.
Llamó al perro, le acarició el lomo con palabras tiernas, encontradas con suspiros, Al perro le gustaron poco estas demostraciones, que lo arrancaban a las delicias del sueño.
“Un hombre no tiene sentimientos. Que esté solo o con sus hijos, con tal de tener su pipa y sus zapatillas…Si piensa acaso que el trabajo llena la soledad…a veces sí, pero no siempre. Hay días en los cuales se siente la tentación de detenerse, respirar una bocanada de aire fresco…Pero, ¿se puede acaso quebrar la rutina de toda una vida?”.
Echó una mirada circular, buscando la causa indirecta de su desazón.
“Con todo había que preparar la comida. Había que servirles algo. Y ¿Porqué?” Se quedó boquiabierta, sin hallar respuesta alguna.
-“¿Por qué?”
El cielo azul hirió su mirada; el rayo de sol la desafiaba y parecía decir: “Algunas horas de tregua “. Entonces, una idea cruzó por su mente, una idea aceptada con la mayor naturalidad del mundo y que, sin duda, habitaba en ella desde hacia anos…Doña Elisa atravesó la cocina, tomo su cartera, se puso el sombrero... Unos minutos después, se iba calle arriba.
Nadie comprendió, jamás por qué, a las dos de la tarde, estaba todavía en el gran parque arrojando migas de pan a las palomas, con una sonrisa en los labios.
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