En la madrugada del tres de noviembre, Edipo recibió una insistente llamada a su apartamento de Chelsea.
-¿Diga?... ¡Ah!, eres tú... Pues sí, me pillas durmiendo. Es lo que suelo hacer a estas horas habitualmente... ¿Cómo? ¿Qué estoy saliendo en televisión?... ¿Por qué cadena?... ¿Por todas?... ¿Pero por qué?... ¿Qué yo he matado a mi padre?...
Al siguiente día, Edipo se enteró en el telediario de que había sido capaz de derrotar a la tediosa Esfinge, concretamente en Picadilly Circus, en una cruel y sanguinaria batalla dialéctica.
Perplejo y atónito quedó un día más tarde el pobre de Edipo al escuchar como la prensa más rosa y sensacionalista anunciaban a bombo y platillo los preparativos de su boda en la catedral de St. Paul, que se celebraba aquella misma tarde. La esposa: su propia madre, la reina de todas las reinas.
Sobremanera quedó acomplejado Edipo aquella misma madrugada de pensar en la cantidad de perversidades que en aquel mismo instante, en aquella ficticia noche de bodas, podría estar haciendo con su madre ¡Su propia madre!.
En un arrebato de culpabilidad, Edipo alcanzó un cuchillo de hoja fina y alargada con la intención de sacarse los ojos; y lo hubiera hecho, de no haberse producido aquella llamada.
-¿Diga?... ¡Ah!, eres tú... Pues sí, me pillas en un mal momento. Parece que los dioses no te han bendecido con el don de la oportunidad... ¿Que vuelvo a salir en la tele? ¿Y esta vez que dicen, que me he sacado los ojos?... Ah, que eso es precisamente lo que están anunciando... ¿Puedes hacerme un favor? Envía una nota de prensa a todos los medios y dales las gracias de mi parte. Hacía ya miles de años que una serie de mentiras no me hacían sentir tan inmortal.